El último neógrafo (2024)
Ignacio Álvarez
Laurel editores
ISBN 978-956-6382-01-0
197 páginas
Al comienzo de este relato un hombre —Juan Marín—, llega a Valparaíso. Lo hace en silencio, dice, porque en el fondo quiere desaparecer y quedarse callado se le parece un poco. Así comienza esta novela a ratos extraordinaria, a ratos extravagante, que se sostiene a buen ritmo por sus casi doscientas páginas.
Muy pronto es elegido como líder por un curioso grupo: el grupo de los neógrafos, quienes con la excusa de que les enseñe algunos idiomas, lo erigen como punta de lanza para una misión secreta, que urden hace años, y que escapa incluso de su misión original que es la de romper con las normas reguladoras de la escritura.
“El gran problema del mundo no es el dinero. El gran problema del mundo son los dikes impuestos al natural desplasamiento monetario. Kien lo akumula aktúa contra esta naturalesa.” (SIC. Página 108)
Desde ahí la novela escapa hacia una variedad de temas distintos, siendo quizás los más importantes el de la violencia política (de la estructura social hacia sus marginados y cómo estos marginados pueden devolverla transformada en gran violencia hacia sus símbolos de poder); en cómo el lenguaje repite a su vez esa estructura de poder, de quienes deben cumplir las reglas y de dónde provienen, cómo se enseñan y traspasan; luego está la idea del lenguaje por medio del silencio, el punto de partida de un escape de la misma sociedad, una forma de no estar, aunque el lenguaje se cuela por todos los movimientos del cuerpo, y en la soledad puede volverse palabra o incluso canto; y también un poco la idea del relato como algo oral, algo que debe ser contado y que solo gracias a ese artificio llega hasta nosotros, como los viejos relatos junto al fuego y al mate en las antiguas casas chilenas.
Sin embargo, a pesar de la gran cantidad de temas que se alcanzan en esta novela, la historia está contada de una manera ligera, leve incluso, en un lenguaje que remeda a ratos el habla nacional, que es también una toma de posición sobre el cómo contar. Esta manera de relatar le da rapidez a la anécdota central, porque lo acerca al habla, tanto como este grupo de neógrafos quieren hacer su pequeña revolución al imponer una escritura que no tenga más reglas que reproducir estrictamente la manera en que se habla, los sonidos del habla.
“Es probable que tu decisión sea la equivocada, Juanito, porque equivocarse es la regla y acertar es la excepción. Tendrás que vivir con eso. Trata de no hacer daño, aunque creo que es imposible tomar una decisión sin hacer daño. O sin dañarse.” (página 124)
Juan Marín, el protagonista, se ve envuelto en todos esos devaneos, y toma una decisión que servirá para empujar su propia historia personal, en una suerte de revolución anarquista.
El último neógrafo es, en suma, una novela medio a trasmano de lo que se está escribiendo hoy por hoy. Primero que todo porque es una novela que encierra una épica, una idea histórica, en un grupo de hombres que se sienten capaces de transformar el mundo en el que viven desde sus acciones y no hay nada más opuesto al estado actual de las cosas: donde ya nadie cree en la posibilidad de grandes cambios históricos, revolucionarios, o ideales religiosos últimos, ni aun en la idea de bienestar común a manos del desarrollo económico, todo eso que denota el fin de las grandes utopías de la humanidad. Es, entonces, una novela atípica en estos tiempos de relatos pequeños sobre la memoria personal, de autobiografías ficcionadas y personajes desencantados de todo. Atípica también respecto de la idea postmoderna de que el relato debe mostrar la manera en que está construido, exhibir su andamiaje, dejarlo todo a la vista, porque (en esos libros) el montaje es parte del relato. Nada más lejos que El último neógrafo, donde para encontrarle un símil habría que buscar —tal vez, y lo digo a modo de hipótesis— en la vuelta atrás que hace un Andrés Montero, que en otras posiciones más llamativas en el circuito literario. Es una novela que es un acierto, porque incluso desde esa posición, logra disparar en todas las direcciones que se le ocurre plantearse, y no se guarda balas para partir hablando del lenguaje y terminar haciéndolo sobre los privilegios de la sociedad chilena, y su contracara y violencias que esta reproduce.