Cuchillos (2023)
Andrés Kalawski (1977)
Laurel editores
ISBN: 978-956-9450-92-1
116 páginas
Cabría hacer una advertencia previa, buscando exonerarnos de culpa por no poder contar de qué trata Cuchillos: y es que en esta novela, tal vez distópica, tal vez derechamente fantástica, no hay explicaciones que nos aclaren la lógica interna bajo la que funciona el mundo narrado en la novela.
De Cuchillos sabemos un puñado limitado de cosas: que hay una especie de organización por castas, entre las que existen los bailarines, que organizan el movimiento de las personas en los caminos y a quienes todos deben imitar para desplazarse; que hay soñadores, que tienen sueños mientras flotan en piscinas y que esos sueños sirven para constituir el mundo; que hay cocineros que preparan platos fantásticos para alimentar principalmente a los soñadores, a los escritores y luego a los demás, si es que alcanza; que hay guardias que portan palas y disuelven los desórdenes públicos a paladas de tierra o a palazos asesinos; y que hay hacedores de cuchillos y otros oficios menores; sabemos que estamos en Chile, o que al menos hay indicios de estar en Chile, en el Chile donde existe una calle Departamental donde puede encontrarse un camello, o donde los protagonistas pueden ir hasta Quilicura, aunque esa Departamental no sea reconocible ni ese Quilicura que tiene mar sea nuestro Quilicura.
“Los escritores citan, resumen, parafrasean, traducen las palabras de los durmientes. Han probado inventarlas ellas mismos y la diferencia es enorme, imposible de disimular. Los durmientes hablan espontáneamente mientras duermen o justo al despertar. Nadie les pregunta nada a los durmientes. No opinan sobre lo que dicen porque no saben nada” (página 22)
Esas cosas sabemos. Y también sabemos, a poco andar en este breve texto, que el narrador de Cuchillos es un narrador extraño, tramposo incluso. Es un narrador que inmerso en el mismo mundo que nos relata (dado que puede decirnos, en una especie de primera persona, que a “los durmientes les debemos muchas cosas” en la pág. 13 para luego no reaparecer jamás con una impresión suya, tan directa), del que parece saberlo todo y que, inmerso como está en ese mundo, nada le parece extraño tal como sí le parecerá al lector y por ello —supone el lector—, jamás intenta una explicación de los motivos, ni del camino recorrido para llegar a ese estado de las cosas. En Cuchillos las cosas simplemente son.
En este mundo del extrañamiento, muy en la tradición de Juan Emmar si se quiere, en el que estamos fuera de todo entendimiento profundo, se nos dan profusos detalles de las comidas —jamás de las bebidas— preparadas por los cocineros, con lo que se acentúa el procedimiento de dejarnos fuera del entendimiento. Comidas disparatadas pero posibles. Procedimientos inimaginables y, sin embargo, inquietantemente meticulosos que los hacen parecer realizables en un mundo posapocalíptico.
Mario, pretendiente cocinero, y Elena, su compañera, no solo viven en este mundo sinsentido, sino que además escapan de él. Pero ese escape no es una correría hacia alguna parte, sino que es apenas un salir momentáneo, porque fuera de ese mundo no hay otro mundo posible. Hay simplemente una espera para su reingreso. Como si el destino de estos personajes fuera recuperar ese sinsentido. Perderlo para desearlo de vuelta.
Cuchillos es una novela pequeña, que se lee de una sola sentada, en que su narración avanza en párrafos breves, como a saltito de pájaros, tan breves que en ocasiones consisten en una única línea por página, y que juguetea demorándose en las descripciones de las minucias más pequeñas, mientras da grandes y deliberados brochazos en el mundo mayor, relegando con este procedimiento al lector, tal como a sus dos protagonistas, al mundo fuera del entendimiento, pero dejando, como única opción viable para unos y otros, volver al sinsentido y recuperarlo para sí. De esta manera, Cuchillos es una novela que intencionadamente se queda en el terreno de la extrañeza y que recupera para sí la experiencia de habitar el desconcierto.