Lo ajeno es propio
Ps. Macarena Bertoni
La (buena) escritura es, encontrarse con otro. Resulta paradójico, porque la mayoría de las veces lo que lleva a escribir es una “necesidad” de transmisión de una experiencia, sensación que entendemos como “nuestra”. Pero quizás la paradoja se anula si pensamos que la escritura no puede evadir el lenguaje. El lenguaje en su materialidad: la palabra, funciona encadenada. Incluso una sola palabra está siempre “puesta” sobre otra materialidad. La palabra siempre anudada a otras (palabras, materiales, sonidos, silencios) expresa algo particularmente humano: la función del pensamiento, que está atravesada no solo por la conciencia y en que se juega el encuentro o desencuentro entre lo propio y lo ajeno. La buena escritura nos ofrece un territorio, una materialidad para desplegar aquello.
Este libro desde el título ya pareciera explicitar la dificultad de hablar en nombre propio, aún cuando sea en primera persona, o de distinguir que “pertenece” a cada quién. ¿Quién escribe este libro? ¿Quién es el protagonista o de qué/quién se trata?, si dejamos todas esas preguntas como tales, de manera de no asumir nada de antemano ni tampoco plantearlas como tarea para abrir la lectura, entonces quizás podamos acceder a su calidad y cualidad. Este es un libro que merece un ejercicio de lectura como el que propone Jürgen Paul Schwindt cuando sitúa el leer en el centro de la filología.
“La filología, tal como la he dibujado hasta aquí, se sostiene y cae con la praxis del leer. Está pensada desde ella, en ella se desarrolla y hacia ella pulsiona. En tanto “actitud teórica” (así la conceptualidad en el subtítulo de nuestro tomo de stw), la filología implica la disposición incondicional para la apercepción, la percepción y recepción de hasta los movimientos más ínfimos de la lengua y del texto…En términos muy generales, la filología es una ciencia que –tal como sugiere su nombre– mantiene una relación afectiva con sus objetos. Su cientificidad, en mi convicción, no reside en la neutralización del afecto, sino en su capacidad para volverlo productivo…” (Jürgen Paul Schwindt, libro: El humanismo Negro, traducción Niklas Bornhauser).
Quien escribe este libro parece haber hecho no sólo una bella escritura sino una aguda lectura del “texto” que se abre, expande y produce en el encuentro con el relato del padre. Quizás es justamente esta sensibilidad para “leer” lo que permite esa escritura tan particular, con tanto nombre propio y a la vez, como en las tragedias griegas, símbolos de otra cosa, posibilidades que van más allá del relato de una historia, una época o un personaje.
Un padre/hijo/actor/escritor se encuentran frente a una historia, una biografía que sólo es posible narrar en primera persona y escribir olvidando quién es quién. He ahí la belleza del título del primer capítulo: Olvidar quien soy.
Ingresamos a la vida de un actor particular, desde el límite que la realidad de la historia nacional y de la escena teatral constituyen, a partir de retazos de memoria de esa vida. Vida, que es la puesta en escena concreta y metafórica de sí mismo. Accedemos a recuerdos y pensamientos que atraviesan esos “interiores” de escenas familiares y teatrales. Asistimos a un presente sencillo, aparentemente calmo en momentos, intensamente emotivos en otros y desde allí, como en una obra de teatro realista, accedemos verdaderamente a ese “afuera”: a la inmensidad de los últimos 70 años de nuestra historia nacional-capital, sin pretensiones, sin sobredramatizaciones.
Este libro nos lleva a cuestionar profundamente cómo se articula la autoría, la pertenencia, lo propio y lo ajeno. Mal que mal el teatro es posiblemente un espacio privilegiado para desplegar ese extraño fenómeno en que por un momento las ideas, escrituras y pensamientos se fusionan y así llegan al espectador, que a ratos se siente aterrado de ese contagio y el vértigo de la experiencia de por momentos no diferenciar(se).
“Si lo ajeno y lo propio fuesen fuerzas pulsionales nítidamente separadas del modo que fuera, no tendríamos que causar tanta agitación ni tanto ruido a propósito de la atención al acto de leer. Sin embargo, al menos no parece estar excluido de antemano que en el trazo de la apropiación de lo ajeno nos percatamos de que es algo propio con lo que tratamos y que es algo propio lo que consumimos”. (Jürgen Paul Schwindt, libro: El humanismo Negro, traducción Niklas Bornhauser).