Mi madre y la música (2012)
Marina Tsvietáieva (1892-1941)
Editorial Acantilado
ISBN 9788415277873
63 páginas.
“Lengua materna”: sobre “Mi madre y la música” de Marina Tsvietáieva
Por Ps. Macarena Bertoni.
Mi madre y la música bien podría llamarse “mamá – música” y dar lugar a la densidad que ahí se juega, con los mismos guiones que Tsvietaieva pone a su escritura, develándonos su origen en este texto.
La lengua materna de Tsvietáieva fue la música. No cualquiera, sino la del sonido, cualidad y forma del piano. El habla de Marina no está en el ruso, alemán o francés, sino que en la fusión real entre su madre y el piano que a contrapelo hereda y le agrega su propia variante: la escritura.
Marina, como todo hijo y sobre todo hija, no puede escapar de la palabra/nota materna. La repite y a la vez agujerea para crear con esa materialidad su propia y original forma de expresarla: su poesía. “Estos huecos musicales —huellas de los mares maternos— en mi se quedaron para siempre…Hay fuerzas que aún en una niña así, no es capaz de dominar aún una madre así”.
Mi madre y la música es tal vez una de las mejores descripciones de la complejidad de la relación madre-hija, con todos sus “bemoles”; literalmente. Tsvietáieva transmite la intensidad e intimidad de ese vínculo y deja pequeñas frases llenas de afirmación, “ladrillos”cargados de la densidad de la vivencia materna, sabiendo que el traspaso total de esa experiencia es imposible.
Pero Tsvietáieva también incorpora la mirada detallada que sólo una niña puede hacer de su relación con ese objeto particular que se le impone: el piano. En una muestra más de su genialidad, estas descripciones resultan conmovedoras. Traspasa a la grafía lo que generalmente experimentamos en el contacto directo con las cosas, en esa sensorialidad del tacto que no está aún separada del mirar. Como cuando las madres dicen a sus hijos pequeños “es mirar, con los ojos, no se toca es sólo para mirar”.
Este pequeño y bello libro de Tsvietáieva toca y hace vibrar en la retina del lector el sonido materno: su musicalidad y su “ruido y furia”. Junto a ese sonido, también están todas esas imágenes que construimos de nuestra experiencia con ella. Para sobrevivirle, para reírnos, para olvidar su totalidad y escoger algún hilo de allí con que repetirla de manera única; nuestra manera.
“Mi madre nos dio de beber de la vena abierta de la Lírica, como nosotros después, habiéndonos abierto la nuestra sin piedad, intentamos dar de beber a nuestro hijos la sangre de nuestra propia tristeza. Qué suerte para ellos— que no lo conseguimos, para nosotros— ¡que lo consiguiera!
Después de una madre así, sólo me quedaba una cosa: convertirme en poeta”.
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