Vladimir Rivera Órdenes: “Propongo una historia Patria de lo rural, desde el campo sangriento”

 

Guionista, escritor, profesor, autor de una extensa obra que comienza con el libro de cuentos Qué sabe Peter Holder de amor (Chancacazo, 2012), con el cual ganó el premio a la Mejor Obra Literaria publicada en la categoría cuento. Vladimir Rivera Órdenes (Parral, 1973) comenzó en la escritura de guiones como coautor de una de las series más extrañas y fascinantes de TVN: Gen Mishima (2008), que aborda desde la ciencia ficción la manipulación genética en niños/as. A su primer libro le siguió la novela Juegos florales (Emecé, 2017), el libro de cuentos de ciencia ficción Yo soy un pájaro ahora (Montacerdos, 2018) y sus crónicas En el pueblo hay una casa pequeña y oscura (La Pollera, 2021), donde habla sobre su vida en Parral durante la dictadura, el asesinato de su padre y la dinámica de un pueblo invisible, que vive bajo la represión y la pobreza. Además, es autor de los libros de infantiles El gato que nos ilumina, La vida secreta de los números y Los palacios interiores (Premio Marta Brunet a Mejor Libro Infantil 2020).

Sobre su obra, la pandemia y la publicación de sus crónicas hablamos con él.

 

– ¿Cuál es la rutina de Vladimir Rivera Órdenes?, ¿qué peso tiene en ella la escritura?

Me gusta leer, aunque debo reconocer que por temas más que nada laborales leo poca literatura y más textos de estudios y varios guiones que me envían, fácilmente leo unos 15 a 20 en la semana. Hago clases y asesorías de guion, entonces eso hace que lea muchos textos y muchas historias a la semana, lo que me resta tiempo para dedicarle a la literatura. Sin embargo, igual lo intento, hay muchas autoras y autores con los cuales me estoy poniendo al día, lento, pero lo hago.

Por mi labor de guionista escribo hartas cosas, por proyectos o historias donde me contratan y como muchos escritores privilegiamos el trabajo por sobre la escritura más personal, tengo que pagar cuentas mes a mes lo que hace que le dedique más tiempo al trabajo que a la escritura. Creo que eso le pasa a muchas y muchos en este país. Ser escritor, pero no tener ingresos ya sea de ventas u otras labores ligadas a los libros, se hace muy difícil. Egon Wolf decía que él escribía los fines de semana y creo que eso hacemos todos los que no venimos de sectores acomodados.

Igual siempre voy esbozando historias, las anoto, desarrollo algunas, las dejo ahí, anidando, juntando telarañas, las retomo. Mis hijes también me piden historias. Me ponen en jaque muchas veces porque me dicen: ahora queremos una historia de misterio, aventura y humor y ahí ya la cosa se pone difícil. Inventé un personaje que se llama Gato Fantástico y nos ha salvado en la cuarentena ya que después elles dibujan las aventuras. También tenemos a Nanuq, el robot sensible. En fin, cosas como esas me mantienen. En casa todos amamos la lectura y Pabla y Borja juntan su dinero para comprar libros. Así que sí, la literatura tiene mucho peso en casa.

 

– Estamos sumidos en una pandemia mundial con consecuencias todavía incalculables. ¿Cómo te sientes frente a esta contingencia? ¿Qué lugar le das al libro y a la literatura en este contexto de reclusión?

Alguien por ahí decía muy sabiamente, que hemos podido vivir sin salir a comer o ir a los bares o lo que sea pero los libros y el arte nos han acompañado. Creo que en este último tiempo la gente ha leído más o visto más películas que en los años anteriores. Me pasa, he podido leer y terminar libros que tenía ahí, guardando polvo.

Me imagino que debe ser muy similar a lo que ocurrió en la peste negra, pienso en un libro fundamental para mí y que uso como referencia siempre: Los cuentos de Canterbury de Chaucer. Escribir mientras la peste se lleva a tus seres queridos y no queridos, escribir para espantar el miedo y la muerte; escribir para recuperar el amor perdido y esos años donde creímos que seríamos inmortales. La peste física y espiritual se pasea por fuera de nuestros pasillos, llevándose lo que queda de nosotros, y aquí mutando, como el Under the skins.

Por otra parte, en casa hemos podido sortear todo esto gracias a la literatura, a mis hijes y Ales les encanta leer, estar con nosotros mismos y en ese sentido hemos sido privilegiados. Nos hemos tenido y hemos tenido nuestras historias. Pabla y Borja inventan historias todo el tiempo, las dibujan, son una mezcla entre lo que hago yo y Ales, quien es artista visual e ilustradora así que actividades creativas no les faltan.

 

– Tu debut narrativo, Qué sabe Peter Holder de amor (2012), se instala territorialmente en el sur chileno. Oscuro, inquietante, brutal a ratos. Cuentos de factura impecable que incluso se dan el privilegio de alargar la nota como en “Nocturama”, que se extiende a más de la mitad del libro. ¿Qué lugar ocupa en tu producción y qué lectura haces de él a casi diez años de su publicación?

Es un libro escrito con urgencia, sin plan y con piloto automático, adolescente tardío, diría. Todavía no era padre y lo digo porque la paternidad me cambió radicalmente o mejor dicho aparecí de otra manera. No lo he vuelto a leer desde que lo escribí, así que tengo solo el recuerdo de cuando lo terminé y salimos a buscar quien lo publicara. Creo que “Nocturama” es el gran acierto del libro. Hay gente que me pregunta que porque no sigo escribiendo así, que esa era una ruta, que porque no la remoto, y quizás lo haga, pero también creo que eso es repetirse. Creo que todo lo que he escrito es una gran novela, escrita en fragmentos y “Nocturama” es uno de esos fractales. De hecho, en Yo soy un pájaro ahora, retomo ciertas personajes, lo mismo que en Juegos Florales y trato de instalar una especie de multiverso como un loop; pero ese es mi rollo y no sé si lo logro y si eso de verdad tendrá una lectura desde ahí. No sé.

Por otra parte, todavía aparecen reseñas por ahí y gente que va descubriendo el libro y eso es bonito. Diego, el editor, me dijo en esa oportunidad que los libros viajan en el espacio y en el tiempo y creo que tenía razón. Cuando lo escribí y publiqué nunca pensé que alguien lo leería, pero escapó de mí y eso, para una persona como yo que siempre soñó con ser escritor, es realmente bonito.

Quizás más adelante me gustaría reeditarlo, corregir erratas, limpiar algunas cosas, pero no sé, casi nunca retomo lo que he dado por finalizado.

 

Juegos florales (2017), tu primera y única novela hasta la fecha, se puede leer en clave satírica hacia el mundo de los laureles literarios, pero también plantea una realidad quebrada en que la poesía es una lúcida forma de percibir y habitar la realidad. ¿Cuál es la importancia y de qué manera influye la poesía en esta novela y tus libros publicados a la fecha?

Para mí, Juegos Florales (que le cambiaría el nombre), es mi mejor relato y fue el primero que escribí, de hecho es anterior a Peter Holder, pero salió después. En su primera versión tenía más ironía, pero fue desapareciendo en la medida que lo reescribí. Yo leía mucha poesía, de hecho más que narrativa, sobre todo poesía chilena: Tellier, Rojas, Anguita, Lihn, Mistral, Díaz Varín, y ahora último a Elvira López o poetas sureñas, donde me crie: Maja Vial, Verónica Zondek, Rosabetty Muños, Roxana Miranda o Huenún, Riedeman y quien fuera mi profesor, Sergio Mansilla, a todos ellos los vi y leí mucho en los 90. Nunca me ha interesado escribir poesía en todo caso, solo me gusta leerla, las imágenes. Algún día haré una película de poetas, pero sureños de Osorno y Puerto Montt, los Quercipiñón donde alguna vez militó el escritor y traductor Rodrigo Olavarría y en esos terruños de lluvia y viento y oscuridad brilla Harry Vollmer que para mí es el gran poeta del sur de Chile. O el silencioso Carlos Barrientos, atemporal, fuera de las escuelas literarias de moda, mi hermano Luis Rivera visceral, salvaje y tierno, Paulo Wuirimilla y la recuperación del alma huilliche o Juan Balbontín, un escritor de culto, osornino, a quien lamento no haber conocido o Enrique Volpe, poeta linarense, salvaje y brutal. Ya tengo unos primeros borradores, pero soy lento para hacer las cosas y quizás algún día la pueda hacer. En fin, muchas y muchos poetas que están ahí, esperando ser contados.

 

– Tu segundo libro de cuentos, Yo soy un pájaro ahora (2018), construye una distopía de crisis industriales, alimentarias y pandémicas que en el contexto actual resuenan con mucha fuerza. Por otro lado, pareciera que en Chile las escrituras que escapan del realismo se miran como literatura menor, pero los cuentos de tu libro describen, se anticipan y desarrollan notablemente la tragedia social, que trajo este capitalismo desatado, que en el país tiene su nota mayor en las llamadas “Zonas de sacrificio”. ¿A cuánto está Chile de entrar a la dimensión de Yo soy un pájaro ahora?

Estamos cerca, más de cerca de lo creemos. Chile, al ser un país neoliberal y extractivista camina a pasos gigantes a su destrucción y eso ya se ve. Lugares donde iba a mariscar cuando joven ahora son basureros industriales, por ejemplo, los ríos se han ido secando, el aire, el agua. Pero no solo eso, nos hemos ido precarizando cada vez más, obreros en pena hemos sido siempre y lo seremos. Seremos como esas comunidades chinas preindustriales, abandonados de las riquezas y desolados, abandonados como los huachos que siempre fuimos. Siempre y cuando no se haga algo, pero se ve difícil, hay demasiados intereses creados, las empresas, el capitalismo tardío, esa masa que le tiene miedo a los cambios. La concerta hizo la pega que no terminó Pinochet. Eso ya lo sabemos.

El libro se publicó un año antes de la pandemia, es un relato minimalista en cámara lenta donde nos vamos muriendo de a poco, en nuestras casas y creo que ese fue el acierto del libro, donde la zona de sacrificio está en tu cocina, en tu living, en ese colchón que muchas veces te cobijó; donde el amor, la pérdida, las relaciones padres e hijos se van quebrando, tal como ha pasado en el último tiempo. Nos hemos ido dando cuenta que no nos queríamos tanto, que estábamos más solos de lo que pensábamos y que ni un solo click nos salvará. Más que el derrumbe exterior, me interesa el derrumbe interno. Yo soy la zona de sacrificio. Tú eres la zona de sacrificio.  El poeta Carlos Barrientos escribió una vez, cuando publiqué mis primeros cuentos, que mi literatura y mis personajes se plantean como una especie de vigor frente a la pestilencia y creo todavía es eso, ya que el fin del mundo lo tendremos que mirar a los ojos sí o sí.

Y será terrible y ominoso

– Al leer En el pueblo hay una casa pequeña y oscura (2021) es imposible no pensar en tu obra de ficción. Espacios que uno se imagina llenos de bruma en tus cuentos acá aparecen nítidos y revelan la brutalidad que se vivió durante dictadura en pequeños pueblos como Parral. Sin embargo, destaca la ternura y el coraje de mirar la traición, la pérdida y recordar a aquellos que compartieron la desdicha en esa época. ¿Cómo fue el proceso de escritura de estas crónicas? ¿Por qué hablar ahora de Alan, del Paco Hidalgo, de el Callín, de Luis Rivera?

Fue un proceso muy doloroso, me lo lloré todo. Sanador para mí de alguna manera. Nadie conoce esos nombres y eso nos dice mucho de cómo están las cosas. Nadie recuerda a esas 34 personas desaparecidas, torturadas, asesinadas. Eran obreros pobres, sus nombres están en un libro por ahí que parece del terror como está escrito. Sus historias solo importan cuando ciertos políticos se quieren dar autoridad moral. Son desaparecidos que están doblemente desaparecidos. Y si yo no escribía sobre mi padre nadie más lo haría, de alguna manera narcisista quizás, quería que su muerte no fuera en vano, que alguna vez una calle lleve su nombre, que les contemos a los niños de la 21 de Noviembre que fue él quien luchó porque cada uno tuviese una casa, un lugar donde vivir. Pero también la traición tiene su espacio, ya que hay que estar ahí para no delatar cuando te están poniendo electricidad en los cocos. Esas personas que traicionaron bajo presión solo les deseo tranquilidad en sus almas; a los demás, a los carniceros, a los que salieron a matar a su propio pueblo, sangre y fuego, la purga. Nada bueno crece de la sangre derramada. De alguna manera, creo que las crónicas dan cuenta de la gran matanza olvidada no solo en Parral sino que también en el Maule. Y si alguien lee el libro, que piense en esos jóvenes que solo querían un mundo mejor. Nada más ni nada menos. 

 – Se habla mucho de la represión estatal de la dictadura, pero en tus crónicas también hablas del estigma social de ser “hijo de detenido desaparecido”. ¿Cómo fue vivir y padecer aquello en un pueblo como Parral?

En principio, fue de una ignorancia absoluta. Recuerdo cuando íbamos a los cuarteles de Carabineros y militares muy seguido. Ahí nos atendían y siempre decían que no estaba, pero por alguna razón siempre íbamos. Luego, ya más grande, cuando apareció el Beño, personaje que se nombra en el libro, comencé a militar y entender muchas cosas. Era una época en que no se hablaba de política, por tanto, saber quién era de izquierda y quien no, se volvía algo complejo. Mi mamá trabajaba en un lavaseco y la dueña era cuica, una señora muy elegante por lo que recuerdo. Vivía en el centro y eso para nosotros era casi como ser de la monarquía, pero terminó despidiendo a mi mamá. Una vez, ya cerca del primer gobierno de Bachelet, llamó a mi mamá y supimos que en realidad siempre fue de izquierda, al contrario de doña Hortencia, una segunda jefa que tuvo mi mamá, una señora de voz muy ronca, fumaba un cigarro tras otro, buena para decir las cosas directas y con groserías de por medio. Cuando mi mamá quedó sin trabajo, doña Hortencia, quien también tenía un lavaseco, la fue a buscar a mi casa y le pidió que se hiciera cargo del negocio. La señora era una pinochetista acérrima, furibunda. Pero se preocupó de que a mi mamá nunca le faltara pega. Al final tuvo que cerrar el lavaseco porque ya no daba, la gente tenía lavadoras, pero ella aguantó lo que más pudo. Al final, daba solo para que mi mamá tuviera plata para el día, pero por eso lo mantenía. Ella me pasaba libros o me los regalaba, con mi hermano discutían de política de manera acalorada. Le decía el “terrorista”, de manera cariñosa y siempre preguntaba si íbamos a ir o no a buscar a mi mamá al trabajo. Nos daba once. Una señora muy preocupada. Esa dicotomía era ser hijo de un detenido desaparecido en Parral. Los compañeros se alejaron de nosotros como si tuviéramos la peste, pero había una parte, gente de derecha quizás culposa, que se preocupó por nosotros. No tengo una reflexión clara sobre qué significa eso ni cómo podría interpretarse. Luego, ya uno se entera que la izquierda solo nos ha usado con fines políticos, con votos. Lagos y todos sus cancerberos. Hoy en día las luchas son iguales y distintas y esa izquierda está en tela de juicio, desvalorizada.

 – La literatura chilena se ha preocupado y ocupado de la dictadura, generalmente desde el centro, los centros de detención y tortura, la militancia, el exilio y las poblaciones emblemáticas. Escribir de ella desde la orfandad, el abandono y la provincia se ha dado poco. En el Museo de la Memoria, leí un testimonio escrito de una hija de un campesino de Paine (comuna vecina a la mía), que describía el momento en que se llevaron a su padre. Esas líneas me removieron tanto como las crónicas de En el pueblo hay una casa pequeña y oscura. Tu libro abre ese agujero negro que fue vivir la represión fuera de todo radar, donde no hubo nadie que pudiera relatar la monstruosidad. ¿Qué importancia le das a tus crónicas en el contexto de narrativas de la dictadura?

Me siento muy ajeno a un tipo de narrativa de la dictadura, aunque entiendo que se pueda leer así, como una literatura de los hijos, que recién me vengo enterando que existe. Creo que mis relatos se instalan desde el margen, desde lo mínimo, desde la épica cotidiana. Trato de hablar de gente que nunca tuvo voz, que nunca la tendrá. Hablo de una historia de desaparecidos en un pueblo desaparecido. Lo que les pasó fue lo mismo que le ocurrió a sus abuelos y tatarabuelos. Somos los vestigios de siglos de opresión, por tanto, creo que hablo de la narrativa de las dictaduras, así con S. Nosotros, mis antepasados y los tuyos seguramente, somos hijos de violaciones sistemáticas a los derechos humanos desde el principio de los tiempos. Mi padre, mi abuelo, seguramente su padre y su abuelo fueron ninguneados, golpeados, desaparecidos, asesinados, humillados. Yo hablo de eso en estas crónicas, de pobres matando a pobres como siempre ha sido la historia de Chile. Yo los nombro, los honro y espero que sus nombres, como esos soldados anónimos que enviaban a la guerra para nunca más volver, tengan un espacio en la historia. Propongo una historia Patria de lo rural, desde el campo sangriento. O por lo menos, así espero que se lea.

Nicolás Meneses

Profesor y editor. Autor de diversos libros.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *