Leña (Bruno Lloret)

Leña (2019)

Bruno Lloret

Ediciones Overol

ISBN: 978-956-9667-31-2

148 páginas

Reseña enviada por:

Sofia Pradel

 

Leña es la segunda novela del chileno Bruno Lloret, publicada bajo el sello distintivo de Ediciones Overol. Su primer escrito Nancy (2015) recibió especial atención por la forma en que su autor abordó el componente principal de su historia, el discurso sobre la precariedad, a través de su materia prima, el lenguaje (con todas las posibilidades, incluidas aquellas no verbales, que este nos brinda). En una entrevista, Lloret afirmó:

“Nancy es lo que dice, lo que recuerda, pero también lo que calla”.

Este aspecto sobre los límites y los componentes de un lenguaje que muchas veces damos por sentado, también profundizado en este, su último trabajo, posiciona al joven escritor como una de las voces más lúdicas de la producción literaria reciente en Chile.

El rol central del lenguaje se evidencia en Leña inmediatamente encaramos su comienzo, en las definiciones RAE que arrancan cada capítulo, donde algunos términos del idioma castellano se exhiben con todas sus acepciones. No siendo su lengua madre, esta parece ser la herramienta elegida por la protagonista, una joven siberiana de veinticinco años, para exponer con torpeza y minuciosidad su experiencia en internet buscando citas.

Aunque a ratos la automaticidad con que parece operar el discurso interno de Lenia —o Leña, apodo que se genera precisamente en una proyección lingüística entre los idiomas ruso y español— puede resultar apabullante para el lector, este juego o cruce idiomático se transforma en un tópico sumamente central sobre la torpeza con que procesamos los cambios de paradigma.

La visión que Lenia manifiesta de los diversos entes masculinos que aparecen, de sus diversas nacionalidades —aparentemente relevantes—, y de las intenciones percibidas por ella en cuanto al desarrollo de sus “relaciones”, contrastan favorablemente con el panorama a simple vista cliché de este relato. Su español robótico no permite que articulemos de lleno la imagen de una muchacha vencida por sus circunstancias, aunque pueda ser el caso.

Una vez que reparamos en este aspecto, toca preguntarnos cómo el lenguaje y sus códigos -definitorios, constructivos, sugerentes- pueden dificultar la comprensión de las otredades, en un universo en que se destaca lo ajeno; al mismo tiempo, que tanto de este simbolismo determina genuinamente nuestra capacidad de flexibilizar nuestra forma de pensar y desenvolvernos en sociedad. Enfrentarse a Leña es una experiencia que suscita varias preguntas.

¿Qué tanto de la automaticidad de nuestra lengua es lo que nos mueve a percibir el  mundo?

¿Qué se descubre al escudriñar las palabras?

¿Podemos a través de lo extranjero realmente extrañarnos de nuestro propio lenguaje/ realidad?

Es precisamente esto lo que puede volver interesante una re-lectura de esta novela, algo que en una primera pasada parece quedar algo corto por la forma poco atractiva en que terminan construyéndose tanto protagonista como contexto. Sin embargo, pienso que el afuera y la otredad están puestos así, deliberadamente para hacernos sentir lo que toda exterioridad nos convoca, una percepción sensorial que se separa, a veces con creces, de los aciertos teóricos que podamos poseer sobre los otros.

Qué tipo de experiencia recibimos a través de este escrito estará determinada por el abrazo de nuestro propio contexto. La historia cultural rusa en esta novela está construida como la teoría que abraza a Lenia, de modo que la interrogante que triunfa es: ¿comprendiendo esta historia, podré empatizar con ella?

Reina la certeza, después de Leña, de que toda escritura sobre lo “extranjero” no difiere en gran medida de lo que nos presenta cualquier texto sobre el mismísimo prisma nacional; que toda tarea de construir a un otro tiene presupuesto una cierta cantidad de prejuicio indeleble, que se desprende no de lo que rodea a este ente, sino que de lo que rodea a su creador.

 Reina la certeza de que la otredad siempre está a una distancia considerable, sin que esto  implique kilómetros de separación geográfica/cultural, sino más bien, los metros, kilómetros o continentes entre un estado de la experiencia y el otro.

Así, es posible resignificar ciertas impresiones con la ayuda de aquello a lo que Lloret apela en la conformación de sus personajes, la experiencia atada a la teoría, el personaje atado a su lenguaje. Así fue como Lenia se volvió un personaje mucho más entrañable -para mi- desde su condición de mujer, atada a la mía propia; mientras que Ramiro, compatriota enamorado de la joven siberiana, y toda su geografía recóndita, solo se vuelven familiares gracias a la labor que se le asigna de cimentar los estatutos patriarcales de tradición.

Leña parece ser ese tipo de escrito que logra implantar un tejido de suposiciones, y sus respectivos debates, en cada ojo lector. Gracias a la perspicacia de su autor y las circunstancias que la virtualidad trae consigo, también una pieza que nos recuerda somos parte de una red, atada desde la experiencia cibernética. Esa que, tal y como pasa con el lenguaje, la mayor parte del tiempo olvidamos considerar.

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