Ricardo Herrera Alarcón: “Mi padre me educó en el desprecio al poder y a ver el arte como un bien común y cotidiano”

 

La obra de Ricardo Herrera Alarcón comprende cinco libros y abarca un trayecto de veinte años de escritura. Su poesía, sin embargo, se ha movido principalmente por editoriales de regiones. Ediciones Casa de Barro, Kultrún, Bogavantes, Inubicalistas y LOM en Santiago se han encargado de difundir sus poemas: un universo amplio donde conviven la historia política chilena, el arte, el surrealismo y la imagen de una provincia móvil, compleja, mezcla de comarca y gran urbe, aldea y ciudad. Editorial Aparte realizó una selección minuciosa de sus libros para la antología Todo lo que duerme en nuestro corazón desembocará un día en el mar (2020), que abre con estos versos: “Esto podría ser el final de una historia (pero nadie habla ahora de la historia)/ y no el comienzo de algo indeterminado que para los efectos del viento/ y la nostalgia, llamaremos poema/ Llamémosle poema entonces y empecemos a contar las estrellas”.

De la pandemia, la imagen de la provincia, surrealismo y difusión crítica de libros hablamos con él.

 

Estamos sumidos en una pandemia mundial con consecuencias todavía incalculables. ¿Cómo te sientes frente a esta contingencia? ¿Qué lugar le das al libro y a la literatura en este contexto de reclusión?

Salgo poco desde marzo, vivo a las afueras de Temuco, en un sector llamado Labranza, y evitar la locomoción colectiva ha sido una bandera enarbolada por el miedo. Me tienen aburrido las conexiones virtuales, esa esclavitud a las que nos someten las pantallas. En Carahue, Pirucha me dice que todo sigue igual, pero acá no. Acá se vive la esquizofrenia pura. El gobierno me deprime hasta el hartazgo, esa puesta en escena del horror administrando la muerte por la tv ha sido lo peor de estos meses. Ya no los veo, no les creí nunca y menos ahora. ¿Qué lugar le doy al libro en medio de este desolado panorama? Para mí ha significado lo de siempre: una forma de suspender la respiración y volver, coser y descoser lo que supongo mis ideas, mis caprichos.

 

Cristian Cruz, al referirse a Santa Victoria, habla de la necesidad de seguir las huellas dactilares de tus poemas, proponiendo la consolidación de una poética lárica posmoderna, que rompe con esa idealización de la “provincia profunda”. ¿Estás de acuerdo con esa lectura? ¿Te acomoda la etiqueta de poeta de provincia? ¿Qué significa hoy serlo?

Entiendo que Cruz se refiere  a las diversas corrientes que dialogan en mis libros, dentro de las cuales señala el creacionismo y una tradición pos lárica que ya es bien añeja en la poesía chilena, desde la generación del 60’ hasta los nuevos poetas que ya no limitan la influencia de Teillier o Cárdenas a estereotipos que parecen haber comenzado desde el tiempo que Lihn escribió “Definición de un poeta”, y su referencia a ciertos intelectuales de espaldas a la realidad o recluidos en una arcadia supuestamente idealizada. La caricatura que construye ese comentario ha sido reproducida con mala fe y mucha ignorancia, estigmatizando el uso de palabras y referentes ligados a la provincia (gallinas, gansos, cerdos, techos de zinc u otros) y las escrituras de ciertas zonas periféricas. Felipe Moncada aclara posiciones al respecto en un ensayo titulado “Poetas de los lares en el siglo XXI”.

Pienso que en Santa Victoria se trabaja sobre el sustrato de la provincia, por cierto, pero a partir de su alteración, entendiendo que ciertas tradiciones, como se ha repetido bastante, solo tienen cabida hoy desde la confrontación o la parodia. La idea de trasladar el dripping de Pollock fue algo que se dio desde su inicio, pero que su práctica y desarrollo me hacía poner en duda. Creo que Santa Victoria recoge bien la idea de una literatura donde todo tiende a deformarse, tanto en su inmanencia escritural como en sus referentes contextuales. Patricio Serey habla de una escritura expresionista y no me molesta en nada su lectura.

Tampoco me molesta ser un poeta de provincia. De alguna manera he vivido mucho tiempo en pueblos pequeños, que son la provincia de la provincia. Temuco es para mí una ciudad grande, viví aquí hasta los 18 años, y cuando volví a los 40, arribé a un espacio donde no conocía a nadie, donde debí armar todo de nuevo. Para mí llegar a Temuco fue como desembarcar en Londres o París. Para la pandilla escéptica ribereña que frecuento, el Cautín es el Támesis, el Toltén el Sena, el Imperial el río Amarillo.

Uno de los aspectos notables de tu poesía es la construcción de la provincia como un espacio ambiguo, ilusoriamente cosmopolita, llena de referentes a una cultura globalizada, pero tremendamente compleja y particular. ¿Crees que en Chile y en la poesía aún prepondera esa visión estereotipada, uniforme y aislada de la provincia?  

 He vivido en pequeñas ciudades o pueblos durante quince años y la postal que los muestra como remansos de paz y armonía no es tal. Al contrario, la violencia allí es muy similar a las urbes, su envidia, el racismo, cierta intolerancia. La dictadura lo cambió todo para uniformar cerebros, luego la posdictadura con su tren invisible que nos llevaba a un campo de concentración virtual. Quien piense que los pueblos de La Frontera son los de hace 40 años atrás está equivocado. Ahora, es evidente que el ritmo vital es más lento, pero el paisaje acusa el mestizaje entre modernidad y ritmos naturales. Carahue es China fue de alguna manera la consecuencia de una poética mía que venía problematizando sus significados al menos desde Sendas perdidas y encontradas, mi segundo libro, donde el suicidio de dos amigos, los poetas Daniel Mulchy y Reinaldo Molina, trastorna cualquier rumbo que mi poesía podía llevar.

No le he quitado el cuerpo al bulto de vivir en un lugar geográfico ciertamente caracterizado por los estereotipos que señalas, pero me he hecho responsable de esa tradición, la he asumido y ojalá transformado en mi escritura. Me siento absolutamente en diálogo con los poetas que leo y he leído y que nacieron aquí o desarrollaron una obra partiendo desde acá, permaneciendo o emigrando más tarde. Soy admirador de la obra de Juvencio Valle, de los hermanos Teillier, Jorge e Iván, de Omar Lara, de Guillermo Riedemann, Elicura Chihuailaf y también de un sector de la poesía mapuche que problematiza sus límites, como la obra de Jaime Luis Huenún o Pablo Ayenao. Creo que La calle Mandelstaim y otros territorios apócrifos, debe ser uno de los textos capitales que se han publicado este último tiempo. Y la obra de Ayenao, un escritor relativamente joven que se mueve entre la poesía, la novela y el cuento, una propuesta muy  interesante. En Bogavantes (donde soy editor junto a Luis Riffo y Marcela Vidal) tuvimos el honor de haber compilado la obra escogida de Hurón Magma, un poeta residente en Cunco, que sintetiza tradiciones políticas, orientales, ecológicas, en una poesía de gran sensibilidad y recogimiento. Y hemos publicado, solo en Temuco, a autores como Gerardo Araneda (Horóscopo de Sagitario), Felipe Caro (Nadir), el citado Pablo Ayenao (Memoria de la carne), Paula Cuevas (Otredad de tumba), Diego Rosas Wellmann (Resquemores) o Juan Carlos Reyes (Reunidos al fin del mundo). La lectura de estos autores bien podría dar un panorama de la diversidad de estéticas que conviven en nuestro territorio, para nada uniformes ni provincianas.

Si bien es posible rastrear y construir una trama en gran parte de los poemas de Todo lo que duerme…, por otro lado, nos encontramos con esos poemas surrealistas, muy a la manera de Raúl Ruiz, que enfoca el extrañamiento de situaciones comunes, algo que aparece explícitamente en el poema “Yo le dije que no”. Ya alejados de la clasificación vanguardista. ¿Qué entiendes por poesía surrealista?

 

El surrealismo me interesa desde joven. Luis Oyarzun, reflexionando sobre La musiquilla de las pobres esferas, se pregunta si se puede sostener una poesía solamente desde el ingenio o la inteligencia. Yo creo que no, y creo que Lihn también lo sabía muy bien. Los surrealistas en su etapa dura hablaban de hacer hablar el subconsciente, pero creo que más bien se trata de que la escritura pueda expandir las posibilidades de lo real y lógico. Apollinaire lo hace de manera admirable. Ashbery también. No me interesa el surrealismo como muletilla cuando no podemos fijar una idea. En general se es consciente cuando eso sucede, pero en los tiempos de dominio de su práctica escritural (hasta mediados del siglo pasado en Chile) su dominio era tal que el poema llegó a ser fácilmente la consecuencia de una estafa o una imposibilidad, la escritura como chamullo, la retórica de Cantinflas. Ahora, a mí esa gratuidad no me molesta pero tampoco me parece el mejor modelo a seguir (en su ortodoxia) después que ha corrido tanta sangre bajo el puente. Pienso que sigue vigente en muchos autores interesantes de distintas generaciones y no me resultaría extraño que, frente a la avalancha de las poéticas de la claridad, el objetivismo post o la predominancia de una lírica narrativa, se produzca una reactualización de su modelo. Aunque su aura fue uno de los más dañados luego de la antipoesía, me sigue interesando el surrealismo ya despojado de su afán de vanguardia, como un elemento, una técnica o una posibilidad más, dentro de muchas otras, que entran en funcionamiento en el momento de la escritura.

 

Hace poco publicaste en Revista Elipsis un artículo-crónica titulada “El hombre invisible”, donde das cuenta de la necesidad de soledad y el tiempo para vivir y profundizar la relación con el mundo, la irrealidad, el tiempo y la escritura. En un contexto donde los espacios de crítica y lectura para la poesía son ínfimos y precarios. ¿Cómo difundir y promover una obra consistente sin caer en esa esquizofrenia de la sobreexposición? ¿Cómo ha sido tu relación con los lectores y la circulación de tus libros durante estos años?

Cada poeta puede actuar en sociedad como le plazca. Me gustan los poetas rusos de principios del siglo veinte, me gustan los beat, no los podría criticar porque no me agrade leer en público, que tiene más que ver con un tema de personalidad mía. Lo extraño es que otros vean en ese gesto una crítica a sus propias maneras de moverse en la sociedad literaria. Que cada uno haga su trabajo como crea mejor. Uno siempre puede cambiar de lugar para no estar, ocupar otra mesa, apagar la pantalla. Me basta tener claro que el glamour y las luces pueden resultar atrayentes, pero en poesía siempre se está solo, por más que te rodees de gente. Un poeta sabe que tarde o temprano sus amigos lo traicionarán, aunque reconozco en mi respuesta una tendencia a la hipérbole: en realidad apuesto profundamente por una cofradía literaria que se acepte y se diga las cosas. Respeto mucho el trabajo literario y a las personas que escriben. No me creo eso del oficio mayor, pero pienso que es un oficio importante y peligroso, donde se pierde más que se gana, pero ese poco oro que logras extraer no es cuantificable por medidas humanas.

Ahora, la difusión de una obra no depende en muchos casos de su autor, pero un autor puede tener las ganas y el deseo de mostrar lo que hace, y en este tiempo una plataforma viable para mostrar ese trabajo son las rrss y es válido. Pablo De Rokha vendía sus libros en un gesto que no podríamos llamar de autobombo, sino de sobrevivencia. Mi padre, que acaba de morir, vendía sus cuadros para poder vivir. Me formé en esa idea: que las pinturas eran zapatos, kilos de pan. Vivíamos en casa de mis bisabuelos, una enorme casa vieja y Arsenio no permitía que lo molestaran cuando pintaba, pero yo tenía el permiso de entrar, porque era silencioso, no preguntaba, solo lo miraba fumar con una admiración que aún recuerdo. Era una araña en un rincón oliendo trementina, aspirando el humo de sus Hilton blanco, que apagaba uno tras otro en una concha de loco. Mi padre me educó en el desprecio al poder y a ver el arte como un bien común y cotidiano. Mi madre me enseñó el amor por la lectura. Los dos la importancia que tiene en nuestro país una cultura de izquierda que entiende la austeridad y el desprendimiento como conceptos revolucionarios.

Sobre mis lectores he tenido la relación que se puede tener cuando no lees mucho en público, ni tienes una vida social muy activa. No tengo claro quiénes son, cada cierto tiempo me pueden llegar noticias, datos que me hacen sospechar que me leen, pero siempre miro con desconfianza lo que hago. En mi teoría literaria de la esperanza y el escepticismo, el desapego y la raíz, del aprecio y el desprecio, uno no se promueve a sí mismo, no se admira mucho que digamos, pero escribe y lee por sobrevivencia, pero sobre todo por cariño, porque no sabes hacer otra cosa y supones que esto te corresponde y no lo haces tan mal.

Nicolás Meneses

Profesor y editor. Autor de diversos libros.

Tags from the story
, ,
Join the Conversation

1 Comments

Leave a comment
Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *