Reseña enviada por:
Cristian Leal
Cuaderno de croquis (2018)
Rolando Martínez (1979)
Libros del Pez Espiral
ISBN: 978-956-9147-54-8
164 páginas
Dicen que la mejor manera de sobrellevar la perdida es expresándola, escribiéndola, bosquejándola, hablar de ella. Cuaderno de croquis, del poeta nortino Rolando Martínez, es el intento de aproximar la muerte del padre reconstruyendo el recuerdo; el poemario aborda este suceso en forma de anotaciones, que inician desde los últimos suspiros del padre hasta pasado el funeral. En el libro no solo queda manifiesta la relación personal frente al duelo, sino que agrega registros visuales como fotografías, dibujos y archivos desterrados. El texto, editado por Libros del Pez Espiral como libro-objeto, semeja un cuaderno que dialoga con el título, dando la sensación de ser un registro real. Es el mismo autor condensando sin pretensiones la muerte imposible de expresar: así se formula el poemario, en esa imposibilidad.
Se podría vincular con Yeguas de Kilimanjaro, el primer libro del autor, un texto formado por poemas que manifiestan la nostalgia hacia antiguas estrellas porno. Esa relación de recuperar casi de un modo justiciero la memoria se presenta en este en forma de fotografías, emulando las caratulas de películas XXX y la estética de las revistas del género. El texto trata de entender el pasado, una memoria trasmutada por pequeñas y sutiles violencias que en el momento no se precisaron, pero que toman fuerza en el ejercicio de escribir mirando para atrás, como rebobinando los viejos VHS.
Cuaderno de croquis no es un libro más sobre la muerte del padre. No hay tristeza ni victimización, sino que un ejercicio de contemplación, de distanciamiento, que convierte al duelo en la parte más importante y se puede dividir en tres atmósferas: la primera sería una serie de apuntes en prosa que van revelando el transcurso del cuerpo moribundo del progenitor hasta el inicio del funeral.
La narración troncal despierta un montón de sensaciones: la falta de aire, lo agobiante de un cuarto de hospital percudido por la mala iluminación, los olores en la morgue, los personajes que se intersectan como fantasmas sin colores, con diálogos duros y precisos. Lo anterior, rodeado de la angustia que implica este tipo de situaciones. La narración está plagada de crudeza y hostilidad. La fuerza narrativa se brinda de los objetos, son las cosas las que configuran la incomodidad, las que dañan, y el desgaste de esas cosas lo que destruye, lo obstruido de un paisaje de dolor: “las cosas dicen/ eso que callan los ojos” (página 57).
La segunda atmósfera son poemas sueltos que se distribuyen como pequeños descansos ante la narrativa del dolor, poemas que ocupan una fuente de memoria atravesada de luz, cual flash en una toma fotográfica: la mueca del desierto, el sol, la playa, lugares incandescentes, o pequeños como la vela de cumpleaños. Acá aparentan ser explicaciones, concluyendo la insuficiencia de la palabra ante la pérdida.
Al fin y al cabo “la muerte pone fin a un idioma”, lo que conlleva intervenir esa memoria en versos, buscando una manera de hablar y contar. Desterrar los objetos guardados, calles viejas y la multiplicidad de una infancia que permea una realidad. En definitiva, buscar respuestas al deceso: una respuesta que abre más preguntas. Leemos: “A ratos me pregunto por qué escribo. Pero es tarde y los bigotes del/ pasado pican en la espalda. Veo en tono azul las cosas. / Pienso: la muerte no es hermosa para nada” (página 55).
La tercera atmósfera es la visual: imágenes y pequeños datos prácticos que van armando la panorámica familiar del texto. Estos materiales se relacionan directamente con lo escrito. Dar lazos de luz y potenciar la temática como fuente textual. Páginas de infancias como diccionarios, abecedarios, palabras, recortes y fotos. Algunas parecen hablar de la enseñanza básica, como aprender a leer, encandilarse con las playas llenas, comer dulces en la carretera. Otras: una madre que parece presente al lado del padre, y así, a un borde costero en el norte, con sabor a sal de mar.
En la actualidad se mitiga el recuerdo en cámaras de celular, historias de Instagram que no superan las 24 horas arriba, todos momentos que se diluyen a gran velocidad. En ese contexto el ejercicio de recordar con la precisión de Cuaderno de croquis se vuelve político, desconcertante. Un ejercicio que intenta no solo enfrentar al presente, sino que necesita formar vínculos. Fortalecer, relacionarse en situaciones tales como idas a la playa, cumpleaños de niños, en enseñar a leer.
Todo lo anterior configura un texto ambiguo y significativo. La idea de borrador —de un cuaderno de croquis— es anotar, dibujar primeras ideas para lo que sería algo mejor, algo que puede mejorarse y definirse con contundencia. En este poemario esa idea de borrador toma fuerza, solo que en el intento de escritura lo borrado se restablece y forma lo escrito. Al final, recordar es mirar de lejos.