Reseña remitida por:
Pablo Cabaña Vargas
Aldo Marín Carne de cañón
Juan Cristóbal Guarello
Ediciones Debate
ISBN: 978-956-9545-74-0
294 Páginas
Una pregunta cruza todo Aldo Marín Carne de cañón: ¿Qué tuvo que suceder para que Aldo Marín Piñones, un nortino de familia evangélica, anónimo y condenado a una vida común en el Chile de mediados del siglo XX, explotara intentando poner una bomba en una calle de Turín, Italia —país al que llegó luego de transitar por México y Cuba—, y terminara en una fosa común olvidado por la burocracia y la historia oficial?
Junto con el mérito por la investigación y por la valiente decisión de exponer una historia que no había sido recogida por la abundante literatura que se ha referido al horror y sus esquirlas, Juan Cristóbal Guarello acierta en adoptar un tono neutral, descriptivo y de tibia lejanía para darle vida a Aldo Marín Carne de cañón, dejando que los hechos hablen por sí solos, y que el lector elija y separe la hebra que más le acomode para darle sentido al relato y formular una tentativa de respuesta a la señalada pregunta.
Aldo Marín Piñones era la joya de su familia: buen hijo, nunca dejó de cumplir sus obligaciones religiosas asistiendo al culto dominical, y era sobriamente respetado por la comunidad en que vivía; tanto así, que incluso hoy, y contra toda la evidencia fáctica en contrario —una vida breve pero intensa dedicada a la violencia política en calles, selvas y ciudades—, los miembros de su grupo familiar se niegan o intentan soslayar esa parte de su doble vida, a modo de mecanismo de defensa para, conjeturo, no enfrentarse al abismo mental que significaría preguntarse qué tuvo que ocurrir en el camino para que todo terminara en una anónima calle de Turín.
Quizás una frase de Bolaño que aparece al comienzo de Aldo Marín Carne de cañón lo resuma todo con lúcida concisión: “Toda Latinoamérica está sembrada con los huesos de estos jóvenes olvidados”, revelando el rol de fusible que muchos jóvenes latinoamericanos ejercieron en los años 60 y 70 —de ahí el acertadísimo nombre de este libro—, azuzados por líderes que blufearon acerca de la posibilidad de prevalecer por medio de la lucha armada o, incluso, efectivamente convencidos de que el socialismo era la vía idónea para transformar la sociedad y librarla de las injusticias que engendraba, siendo derrotados una y otra vez por ejércitos constituidos, el voluntarismo propio y el poder incontrarrestable de Estados Unidos.
Tampoco hay que descartar el análisis sicológico para explicar las motivaciones del protagonista de esta historia, pues no es de extrañar que el fanatismo que dirigió los pasos de Aldo Marín Piñones sea muy similar al que ha regido las vidas de su familia protestante o, extremando el argumento, a su hijo Aldo Marín Morales, fundador de una radio partidaria de un equipo de fútbol que se define como portador de una mística autoimpuesta, hechos que si bien no explican nada, aportan elementos de juicio para entender que no todas las respuestas hay que buscarlas en la historia o en los condicionantes sociales, sino que también en la biografía más íntima de cada persona.
También es posible que existiera una convicción en Marín Piñones sobre la imperiosa necesidad de hacer la revolución, y que el hecho de haber visto a Salvador Allende durante una campaña presidencial en el norte solo fuera el detonante de un caldo que ya hervía en su interior, y que lo llevó por el mundo como antorcha lista para estallar, aterrizando en un período histórico en América Latina e Italia en que, por un lado, el influjo de la revolución cubana era irresistible y, por el otro, el comunismo parecía llegar al poder por la vía democrática, y los atentados de la extrema izquierda y el anarquismo se sucedían con sospechosa regularidad.
Juan Cristóbal Guarello llegó a esta historia buscando escribir el libro sobre su padre, un abogado sin filiación política que se enfrentó al horror armado únicamente con la ley, y que salvó la vida de muchos en los consejos de guerra sin que nadie se lo pidiera y animado por la convicción de que todos tenían derecho a una defensa justa, sobretodo en un período de excepción en que las libertades se conculcaban arbitrariamente, relato que sigue pendiente —ojalá que provisionalmente—, ya que pese a todo lo que se ha escrito en relación con dicho período, aún falta escarbar en ese heroísmo pacífico y silencioso, carente del halo de romanticismo que con el paso de los años se asimila a la locura y la insensatez, de quienes decidieron usar los marcos de la institucionalidad para hacerle la contra al terror.
Todo comenzó cuando la hermana de Marín Morales se contactó con la hermana del autor y le contó que su padre, Fernando Guarello, había salvado la vida del suyo, Aldo Marín Piñones, permitiéndole salir del Estadio Nacional para luego asilarse en la embajada de México y partir al exilio. De esa manera Juan Cristóbal Guarello tomó conocimiento de la historia, viéndose compelido por el sentido del deber narrativo y una considerable dosis de obsesión a desenterrar una parte de la memoria de esta familia chilena, que imperceptiblemente se involucró en la historia del siglo XX luego de que esa bomba estallara antes de tiempo en Turín, generándose un notable paralelismo entre el proceso creativo y la vida narrada, ya que si bien el autor partió con la intención de escribir la historia de un hombre común que luchó contra el terror con las armas de la ley (su padre), terminó, por un virtuoso azar, narrando las aventuras de un chileno promedio que dedicó su breve y desmesurada vida a perseguir un ideal y terminó siendo víctima de sí mismo y de la historia.
Ese tránsito vertiginoso que es el motivo de Aldo Marín Carne de cañón no es tan sorprendente como puede parecer a primera vista, ya que suele ocurrir en épocas de cambio y turbulencias, que el contexto social y la autobiografía se confunden y superponen, componiendo una puesta en escena en que cada personaje ejecuta un rol asignado por el azar, el continuo flujo de la historia y las convicciones y traumas personales más profundas.