Reseña por:
Pablo Cabaña Vargas
Covers (2017)
Cristhian Plaza Ibarra (1982)
Mala Vibra Ediciones
ISBN:978-956-9864-00-1
“Life is a long song”, es una hermosa canción de Jethro Tull que contiene una verdad tan grande e inobjetable como un lugar común. Identificar un determinado momento vital con una canción o conjunto de canciones es una tentación difícil de evadir, en especial si se trata de melodías vinculadas con la adolescencia, esa etapa de la vida en que sólo importa escuchar y desafiar al mundo a través de la música que escuchas, que tu equipo gane el fin de semana y que una compañera o compañero de colegio intercambie una mirada contigo en el patio.
Cada cuento de este volumen, opera prima del escritor nacional Cristhian Plaza, es una canción —al estilo de la muy entretenida novela Random, de Daniel Rojas Pachas—, sin que necesariamente cada narración se vincule con la emoción o tema principal de cada track (como se les denomina en el libro), pero sí con una atmósfera noventera y un tanto desesperada, estado de ánimo propio de una década que gusta mirarse a sí misma como la época de la indiferencia, pero que, en el fondo, fue un período intenso en lo emocional, cultural y político.
Los personajes casi siempre son adolescentes y jóvenes sometidos a situaciones límites (ya sea porque efectivamente lo son o porque, desde el punto de vista de un espíritu frágil e inexperto, se le asigne ese valor), tales como carretes sin fin, violencia doméstica, conquistas impensadas y fracasadas, y los efectos que generan sobre la vida misma hechos accidentales y azarosos. Así, alcanza la misma importancia la historia de un femicidio o de un accidente automovilístico fatal, como la de una desconocida que se te acerca más de lo recomendable en el Metro o de una mascota que muere atropellada.
De ahí que sea cuál sea la temática abordada en estos relatos, la emoción aparece a flor de piel, en la cornisa de cada página, a punto de estallar, tensionando al lector que no sabe cuándo se verificará el desenlace y con qué intensidad, pues mezclando juventud, una década contradictoria y música a todo volumen, la realidad se amplifica, y el clímax de cada historia siempre golpea y sorprende, elemento esencial de una de las corrientes por las cuales ha navegado el género breve.
El libro se lee rápido, con la fluidez que ameritan los sucesos narrados por el autor, gracias a un lenguaje funcional a cada relato, coloquial en su oralidad y auténtico en las emociones que transmiten sus protagonistas, a los que uno imagina siempre con audífonos, o con personal o walkman como se nos escapa a quienes superamos los 30 años, viviendo una realidad influida y mediatizada por los acordes de una guitarra poderosa o una voz inolvidable.
Libro generacional, que apela a la nostalgia por las voces de Cornell, de Cobain, de Vedder y de Weiland (y sí, quedarán para siempre sus voces), y por una década, la de los 90, que fue mucho más que el no-estoy-ni-ahí del número 1 y de la transacción desmesurada que marcó la transición, pues constituyó una versión nacional, picantona y moderada de destape, de volvernos locos a la chilena y de comenzar a narrar las miserias personales en una persistente primera persona, que quizás fue la forma de despercudirse los años de represión y de exaltación de lo abstracto (la patria, la seguridad nacional, el pueblo), y poner de relieve lo que nos ocurre, el canto a uno mismo que en el caso de Cristhian Plaza está vinculado a la propia identidad y su vínculo indisoluble con los tiempos que corrían: vertiginosos, bipolares y cambiantes.