Reseña enviada por:
Pablo Cabaña Vargas
Poesía (2016)
Violeta Parra (1917-1967)
Ediciones Universidad de Valparaíso
ISBN: 978-956-214-162-8
472 páginas
Lúcida y oportuna decisión de la editorial de la Universidad de Valparaíso, consistente en publicar toda la poesía de la Violeta Parra, no en formato canción o décimas, sino como poesía propiamente tal. Lo que pareciera ser un avance netamente semántico, es en realidad mucho más que eso, ya que la publicación consiste en la reivindicación de una verdad que ha latido en sordina y que nunca se ha declarado con la fuerza necesaria: entender a la Violeta Parra como una de nuestras mejores poetas.
¿Quién fue Violeta Parra? ¿Una cantautora, una recopiladora de tradiciones, arpillerista, poeta, gestora cultural? Todo eso y mucho más. “La Violeta” es el centro de nuestra tradición cultural, en ella se resumen y atesoran los rasgos más visibles y menos oficiales de nuestro modo de ser. A la Violeta le dolía todo, le afectaba todo: las injusticias, el hambre, el abuso y el despecho propio y ajeno la hería, de ahí algunas de sus letras más duras: “Qué he sacado con quererte”, “Maldigo el Alto Cielo”, “La jardinera”, “Run Run se fue pal norte”, entre muchas otras.
Violeta comenzó a recorrer el país recopilando instrumentos musicales, formas de interpretar, bailes, relatos populares y cualquier otra forma de expresión surgida en ese Chile profundo. De esa manera, logró fusionar en su poética todo lo que vio y recorrió, lo que, sumado a su carácter melancólico y atormentado, permitieron que de la cantautora nacieran algunas de las letras y melodías más feroces y representativas de nuestro ser nacional. Su objetivo consistía en reconstruir un mapa, cultural y acústico, para revitalizar la cultura popular y tradicional, negada sucesivamente por las versiones oficiales de la chilenidad: “Y el canto de todos que es mi propio canto”.
“Antes que su propio cantar, le interesó escuchar el canto de los otros. Ella es nuestra vanguardista más apegada a la tradición y nuestra folclorista más experimental”, indica Paula Miranda, la encargada de recopilar estos textos en formato poema.
Nicanor Parra, quizás la única persona que leyó la carta suicida de la Violeta, y que aún la conserva en su poder, manuscrita y manchada con sangre, reveló que la misiva terminaba con la frase “no hay Violeta sin Nicanor”. Sea esto falso o no, da a entender no solo la influencia del antipoeta sobre su hermana, sino que algo más amplio, consistente en que los chilenos siempre hemos tendido a vernos más como si fuéramos Nicanor: ladinos, divertidos y arribistas; sin embargo, somos más Violeta: amargos, atormentados e introspectivos, rasgos que hemos ocultado a base de ansiolíticos, consumo y un humor más cruel que inteligente.
Ahí donde Nicanor fue ordenado, preocupado de su salud y sus finanzas, acomodaticio y siempre dispuesto a una sonrisa para no perder su posición ni sufrir los embates que la historia dispuso sobre muchos creadores durante la segunda mitad del siglo XX, en Violeta todo fue improvisación, sentimiento y rabia, mucha rabia, ternura y resentimiento, amor y odio por montones. Ella configura la tan manoseada identidad nacional, la que no tiene nada que ver con el mal gusto y el chauvinismo que nos invade en septiembre, sino con escuchar una melodía o una letra y reflejarnos en ella, en sentir que nos fundimos con la poética y el canto de una mujer que vino desde la nada, para convertirse en el soporte a partir del cual todos los artistas crearon después.
La poeta, sobre todo poeta en este libro, comparte, por lo demás, el halo trágico de los grandes personajes de nuestra historia. Murió dramáticamente como Balmaceda, Recabarren, Allende, Portales, Carrera, Manuel Rodríguez y Prat, ninguno de los cuales falleció de muerte natural, ya sea en una mecedora o en una cama rodeada de los suyos, lo que demuestra el cariño de esta nación por el duelo, la tragedia, el dolor y el sufrimiento.
Resulta una experiencia desafiante intentar leer los versos sin entonarlos como la melodía de la canción a la que pertenecen, pero, sea como sea, se trata de una lírica profunda, tormentosa, que logra combinar la más excelsa de las metafísicas y doctrinas filosóficas, con el habla coloquial, campestre, chilena finalmente, demostrando que se puede llegar a los lugares más recónditos y misteriosos del ser, con el lenguaje llano, simple y cotidiano de la tribu.
Volver a ser de repente
tan frágil como un segundo
volver a sentir profundo
como un niño frente a Dios.
Sólo el amor con su ciencia
nos vuelve tan inocentes.
Merecido está entonces que este año esté dedicado a su memoria y legado, para depositarlo en un lugar donde no pierda valor ni consistencia, y así, cuando se acabe todo y una nueva civilización se apodere del planeta —a veces vale la pena pensar así en términos culturales—, sepan al leer esos versos y escuchar las melodías que los musicalizaron, que eso era Chile.