Alma
Matías Correa
Random House
255 páginas
ISBN: 9569766247
En un presente ligeramente alternativo, Ene encomienda a su pareja que cree una biografía digital de su familia, para que esta sea presentada a la hija que ambas tienen a modo de ofrenda. En este afán se nos presentan los vericuetos de la familia Lorca, formada por una madre que ha escrito un algoritmo para rastrear la huella digital que dejamos en la Internet y con esto crear obituarios, biografías, repasos de la vida que ha acabado. Un padre pintor que sufre de una extraña y temprana forma de alzheimer. Un hermano mago cuyo mayor logro es presentar “milagros” a un pasmado público, y otro que investiga en primates la relación entre autoconciencia y memoria.
Lo que esta cápsula contiene es el vaivén, retazos familiares de su vida en común, pero es también una forma de inscribirse, si se quiere. Ene, sabiendo y anticipándose a la disolución de su memoria, tiene que de algún modo guardarse para el futuro y no lo hace relatando sus propios sucesos, sino dándole sustento y raigambre a su hija, un retrato del origen familiar que es a la vez que el ouroboros que sostiene y posibilita toda nueva vida: lo que ha ocurrido una vez volverá a pasar, y Ene se prepara para que no ocurra de la misma manera la enfermedad que comparte con su padre. Correa parece decir que a la vez que se inscribe la memoria de la familia, lo único que es posible de heredar sea lo inasible de la historia de la cual somos un paradero, una sección, el portador del testimonio en la carrera de postas.
Más que una novela sobre la memoria, Alma trata sobre la soledad. Soledad del uno que únicamente es en función de otros que le rodean y con los que convive. Ene decide no hablar de sí a su futura hija porque quizás comprende que el hablar es una convención, una herramienta social, y que toda palabra y relato no tiene sentido más que en relación con el resto: su familia como origen, en este caso. La familia protagonista sufre de cierta extravagancia y de un notorio aislamiento, como si la fisura por la que la memoria del padre se escapa hiciera mella en todo el resto, apoyando precisamente una de las tesis del Lorca que experimenta con monos tití: la memoria asentada en función del reconocimiento propio.
Si para la tradición clásica es el poeta Simónides el creador de la mnemotecnia, este solo pudo reconstruir la posición de los irreconocibles cadáveres que hasta hace poco celebraban en ese edificio tumbado, teniendo claro dónde se hallaba él mismo en la construcción.
El montaje que Correa presenta en Alma está emparentado con el tratamiento que Wes Anderson hace en sus películas, si tomamos atención más que a la paleta de colores pasteles al modo de yuxtaponer sus digresiones, al variopinto catálogo de personajes y la selección de episodios de sus peculiares vidas. Tomando como motto el quizás tengan mayor interés las historias ajenas, Correa consigue articular un relato que siempre se va por las ramas, y con esto digo: la escena nunca está fija por más que se centre en un personaje, siempre hay recovecos por los que emerge una bifurcación y un aparte al que el lector es llevado, para luego ser devuelto adonde fue tomado.
A pesar de algunos fragmentos edulcorados que desconcentran o repelen (como las palabras finales), Correa consigue lo que uno de sus personajes pretendía: cierta suspensión del juicio, pero con cargo a las constantes anécdotas que protagoniza cada Lorca, y no tanto en el perfilamiento de sus caracteres y personalidades por el lado de presentar sus mecanismos psicológicos sino que presentando hechos, lo cual tiene sentido toda vez que el motor de Ene es crear esta cápsula de memoria donde lo que es posible de retener son imágenes de sucesos, y no la nebulosa del acaso.
La prosa pulida de Alma y sus múltiples aristas anecdóticas hacen de esta una novela sorpresiva y hasta fresca, en un momento en que la ficción necesita dejar tranquila a la cómoda autobiografía.