Yakuza (Francisco Ide Wolleter)

rojasYakuza (2014)

Francisco Ide Wolleter (1989)

Ed. Cinosargo

ISBN: 978-956-9382-17-8

58 páginas

En La frontera, película dirigida por Ricardo Larraín, asistimos al relegamiento de Ramiro Orellana en una isla cercana a Puerto Saavedra. Los motivos, como se podrá sospechar, son de carácter político: Ramiro, profesor de matemáticas, firmó una carta en defensa de algunos compañeros del gremio que estaban presos por oponerse a la dictadura militar. A partir de ese argumento es que el director pondrá en escena las diversas formas que el exilio puede asumir: el exilio interno del protagonista, sus dificultades para operar dentro de un lugar que parece siempre estar en el límite de todo, el abismo de un amor que se corresponde solo en tanto este permite desarticular su extranjería. Temas similares a los que Francisco Ide (Santiago, 1989) convocará en su celebrado Yakuza (Cinosargo, 2014), donde la voz de un inmigrante japonés nos habla de la desolación y el abandono en medio de la urbe sudamericana.

El poema que abre el libro comienza así: “Abandoné la familia/ por un ciber con tragamonedas/ y sushi en el infierno// como un oso panda hipnotizado/ en la ingesta interminable del bambú/ mis dedos mutilados se consuelan// con mails que tecleo/ y no te envío/ y no te llegan” (Inmigrante, p. 5). De esta forma, el hablante poético nos pasea por un desarraigo que no es exclusivamente territorial —la inmigración de un país a otro—, sino también de orden cultural e incluso sentimental, estableciendo una distancia con su pasado, al cual como lectores accedemos a través de ciertas claves: el amor, las marcas en el cuerpo, la violencia. Dicha pérdida supone entonces la búsqueda de estrategias de supervivencia ante una contingencia que obliga con cierta aplastante premura a la adaptación inmediata: “He incorporado el lenguaje/ como una especie de castigo./ Si allá el lenguaje es virus/ acá es cuarentena, toque de queda./ Te explico: estás lejos” (Tercera Carta, p. 32). El yakuza, pese a sudamericanizarse irremediablemente, vive envuelto en la bruma de un tiempo que palpita en sus tatuajes, la fotografía de Yasunara Satori —acaso su recuerdo más latente y poderoso—, los dedos que le faltan. El cuerpo como una modalidad de la memoria.

Otro elemento interesante en la construcción de Yakuzaque podríamos entender como una suerte de coherencia discursiva con la obra en su totalidad, es esa mixtura que aparece entre referencias pop (títulos como Moonwalk, Scanners o Félix Baumgartner), la tradición japonesa y parte de lo más extraño de la cultura sudaca: el sushi, las maquinitas, el olor a fritanga. En este sentido, Juan Podestá acierta al citar El camino del samurái como una obra con la que se pueden establecer ciertas conexiones intertextuales. Si a eso le sumamos que el mismo Francisco Ide reconoce a Jarmusch como parte de sus influencias, podemos afirmar que este libro es –por inventar un adjetivo- derechamente jarmuschiano. Como si por motivos más fuertes que la voluntad, los dos personajes de Only lovers left alive hubiesen sido inevitablemente separados, el yakuza anda por la tierra como un marciano embargado de nostalgia:

“No vas a estar incrustada en las muelas de los cerdos./ No estarás tampoco en el puñado de cenizas/ que dejaron en la puerta de mi casa/ como una especie de advertencia.// Yo barrí con mis pies un puñado de cenizas/ y tú no estabas” (Telépatas, p. 49).

Mención aparte merece el postfacio del poemario que, verídico o no, subsume la obra completa a un texto mayor: los mails con Yuji Ide, ex corredor de la fórmula nipona, que habrían llevado a una fundación a financiar la escritura de Yakuza a través de una beca de cien dólares mensuales para “promover el estudio de la cultura japonesa en occidente”. Azar o ficción, corona perfectamente uno de los libros de poesía más interesantes que se han escrito en el último tiempo.

Jonnathan Opazo

Publicó "Junkopia" (2016), "Cangrejos" (2018), "Baja fidelidad" (2019) y "Cian" (2019).

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