Reseña enviada por:
Rodrigo Salgado @SalgadoBoza
Ciudad fritanga (2014)
Ricardo Greene (editor)
Editorial Bifurcaciones
ISBN 9569501006
Hay un olor que acompaña al universitario nocturno, en una parte no menor de sus actividades fuera del aula: el de papas fritas y cerveza. Un perfume que acompaña las sesiones de conversación con los compañeros, en invierno o verano. Que recibe al visitante cuando llega a Temuco, o cuando se recorre la pequeña Lautaro buscando los rieles del tren. Uno bien distinto al de la periferia, y sus conceptos inflados y vueltos moda vulgar.
Ciudad Fritanga nace al alero de la revista digital Bifurcaciones, al alero indirecto del Centro de Estudios Urbano-Territoriales de la Universidad Católica del Maule. Los textos de introducción de Ricardo Greene (editor además de este volumen) y Rodrigo Salcedo, no tienen pérdida, tomados como prolegómeno intelectual del libro. Pero nunca dejan claro qué encontraremos en él, aunque nos bosquejan una definición de esta posible urbe: “Ciudad Fritanga hermanada con sus pares en la precariedad (…) a medio camino entre vínculos comunitarios y societales (…) donde convive en tensión una variedad de tiempos: el tiempo circular de la cosecha y la crianza, de las temporadas y las temporeras, del día y la noche; y el tiempo lineal del capitalismo y del progreso”.
¿Qué criterios se utilizaron para incluir capítulos de crónica, cuentos o prosa poética, el incluir aquella diferencia pretende algún efecto? ¿Cuál es la operación de selección tras textos tan disímiles en calidad como el de Coyhaique y Talca? Donde uno se escapa a la burbuja de la ciudad fritanga ahogándose en referencias hueras, mientras el otro es una bella remembranza geográfica de una ciudad que aparece siempre apagada, haciéndola plástica y hasta deseable.
Ciudad Fritanga es tan gráfica como los cartelitos anunciando papas fritas y completos en cada esquina. Su cuidadísimo diseño incluye ilustraciones sencillas pero evocadoras, y toda una tipografía que adecúa sus letras a la geografía de la ciudad que corresponda, con colores y achurados que separan los distintos textos, identificándolos más allá del mero título. Los capítulos fotográficos incluidos vienen a elevar aun más este apartado tan bien logrado: “Tocopilla, la madre del viento” (donde hay puro movimiento, gente viviendo donde no debería haber más que descampado), “Camino al Chiflón abandonado” (fachadas reiterativas, y maquinaria herrumbrosa, todo ya ido), “Pieza propia” (una secuencia de habitaciones, de privacidad desnuda y humilde, seca y poderosa), “Ciudad Fisura” (que juega con el desenfoque, creando una mancha, quizás tal como su ciudad), “Viaje sin rumbo” (desencuadre y neblina, donde solo un par de caballos parecen estar alineados), “Búsqueda” (la provincia encuadrada en objetos abiertos, dispuestos a la interpretación).
Hay textos, cómo no, que desmerecen al conjunto y el trabajo que significa. Puerto Williams es preciso, transparente y nada pretencioso dentro de su simpleza, pero ajustado al estilo anquilosado de un ensayo de educación media. Quintero es un descampado de exagerada verbalización tecnológica y emocional, y frases que cualquier escritor dejó de utilizar a mediados de la veintena. Y a pesar de ello, contiene el germen de un buen relato, hilado y sugerente, pero perdido entre las capas de escritura amateur, aunque representa de manera acertada a la ciudad olvidada que es. Y si fuera por presentar similitudes, el texto de Calama es idéntico a como comúnmente se le piensa y conoce: impresentable, pero por sobre todo prescindible. Una entrada de Wikipedia hubiese valido más que esas líneas predecibles y hueras.
Estas ciudades “aún respiran un aire de aislamiento propio de una época en que el desplazamiento era más dificultoso, una época en que el tren y las historias ferroviarias de estaciones y pasajeros dominaban la movilidad interurbana”, dice Salcedo al inicio. Y ese es un sabor permanente en Ciudad Fritanga, una constante que remite al bus y la carretera memorizada, a llegar o marcharse, a la bienvenida en el terminal y a la despedida porque hay que trabajar o estudiar, pero fuera, no en esta tu ciudad.
Fritanga es un experimento cuyo resultado es sin duda positivo. Su paneo resulta imprescindible, su diversidad de temas y sensibilidades es insoslayable: porque no hay una única forma de vivir las ciudades, o los pueblos a medio camino de la nada, no existe acá el riguroso corte que Santiago exige, no hay tanto dentro-fuera, ni yo-ellos. En cada relato, además de la inevitable referencia al viaje, hay comunidad, cuando no familia y terruño. Hay nostalgia y resignación: porque ya nada será como lo vieron los abuelos, porque este modo de vida es irrefrenable, porque ya nunca se volverá a la provincia, por el exasperante carácter centralista del país.
La ciudad fritanga se va quedando sola, porque todo quiere convertirse en metrópolis, y esa es una exigencia que ellas no quieren o pueden aceptar; tal como este mismo país va quedando vacío, apenas con el vaho de la fritura enfriándose.