La poesía no es personal. Extractos de entrevistas a Gonzalo Millán. (2012)
Gonzalo Millán (1974-2006), Guido Arroyo (editor).
Ed. Alquimia
93 páginas
No recuerdo si lo escuché de Leonardo Sanhueza o Galo Ghigliotto. Fue, en todo caso, uno de esos comentarios cuyo destino inexorable es el olvido, la nota al pie de una nota al pie. El tema era Nicanor Parra y su influencia en la poesía chilena. La glosa, sin embargo, le colocaba paños fríos a la fiebre parriana que de pronto se apoderó del país de manera, a ratos, exagerada: Enrique Lihn y Gonzalo Millán —se dijo—poseían sendas obras cuyo espectro de influencia había sembrado tanto o más profundamente sus raíces en el parnaso nacional. Ambos, cabe recordar, fueron abiertos opositores de la dictadura. Lihn, desde lo que él mismo denominó como “exilio interno”, a través de diversas intervenciones públicas como desde la trinchera literaria (a propósito, vale la pena revisar La aparición de la virgen y otros poemas políticos editado por UDP hace un tiempo). Gonzalo Millán, desde el exilio, intentando sobrevivir al desarraigo al que fue sometido, forjando redes con escritores en su misma condición y publicando libros como La ciudad (Canadá, 1979), que junto con El Paseo Ahumada describen la desoladora cotidianidad de un país gobernado por militares.
Como en el cuento Encuentro con Enrique Lihn, donde Roberto Bolaño exhuma literariamente al poeta para sostener una conversación en la trastienda del infierno, La poesía no es personal viene, gracias al trabajo de recopilación y selección realizado por Guido Arroyo, a ofrecernos una suerte de conversación póstuma con Millán. Un ejercicio en donde el interlocutor queda suprimido para dejar que el autor de Autorretrato de Memoria vaya paulatinamente recorriendo pasajes tanto de su vida como de su trabajo en poesía.
Mi primer poema era un poema malo, breve y sentimental. Se lo mostré a mis padres, que gustaban de la poesía, y fue muy bien recibido y celebrado, con una salvedad. El poemita empezaba el ¡Oh! Característico de la lírica tradicional, pero estaba mal escrito, así: ¡Ho! Lo cual lo convertía en una parodia humorística. Debido a ese error, que callé, mi primer poema fue recibido por mis primeros lectores como una transgresión antipoética.
El corpus del texto, armado en base a diversas entrevistas que el autor dio para suplementos literarios y revistas especializadas, posibilita nuevos tránsitos a través de una poesía que, a contrapelo de una tradición cuyos grandes autores tienden al desborde, a la necesidad de nombrarlo todo o de oficiar de aquel que viene a hablar por vuestra boca muerta, sopesa minuciosamente los recursos a emplear, ofreciendo más bien imágenes breves pero profundas, a la manera de los poemas orientales (“En el silencio húmedo tras/ el chubasco de los truenos,/ el bulbo negro/ de un claxon de goma,/ estrujado por un niño/ que interroga el misterio” en Relación Personal). Economía del lenguaje que encuentra su andamiaje en una preocupación por la palabra y su mácula, la irremediable herida que porta; pero también por una necesidad de encontrar —triste paradoja— el silencio imperturbable de los objetos como un mecanismo que tuerce el tradicional uso del yo poético.
Pero Millán también polemiza, problematizando el oficio no sólo en términos estéticos sino también en un sentido más trivial y cotidiano, esbozando algunas críticas a un gremio que se ha caracterizado por contar entre sus filas con todo un arsenal de oficiantes que antes de escribir un buen verso, conocen y ejecutan a la perfección la caricatura del poeta bohemio y extravagante.
¿Cuál es el tipo de poeta que más detesta?
Para empezar, esos que asumen un personaje y vende su papel recitando el mismo parlamento como actores del año del ñauca. La poesía chilena está llena de personajes. Esto desde siempre me produjo rechazo, porque no creo que la literatura sea para crear una identidad, sino para dispersarla. Uno trata de desmarcarse o de desaprender más que de aprender
¿Qué domina la escena poética en la actualidad?
La lectura pendeja de la poesía: esa idea de que hay que ser chacotero, entretenido, transgresor, usar palabras disonantes, tratar temas sexuales o intimidades incómodas. El poeta que se calienta con una niña agachada en la calle. Incluso gente mayor sigue en eso. Es una rebeldía intrascendente
La poesía no es personal es, a su manera, una forma de visibilizar una obra que fue construida a pulso y no necesitó del escándalo ni del dato freak erigido a la categoría de mito para sobrevivir.