Reseña remitida por:
Joaquín Pérez A.
La epopeya de Gilgamesh (1951)
Anónimo
LOM Ediciones
110 páginas
Precio referencial: $3.500
“En dos tercios era dios.En un tercio era hombre.Nadie podía igualar la forma de su cuerpo…”
Es muy fácil percibir en toda la literatura universal, sin considerar desarrollo intelectual, económico o político, temáticas literarias que han surgido de la situación histórica en que está inserto el escritor al momento de relatar un hecho. Por ejemplo, el diluvio, un evento mitológico que está presente, como muy bien sabemos, en el Antiguo Testamento (o “sagradas escrituras”) y también en la obra que reseñamos ahora. No es un aspecto casual ni mucho menos paradójico; y podemos adoptar cualquiera de las explicaciones que han salido al paso para responder estas cuestiones, pero más allá de esto, debemos entender que la literatura es un espejo de la sociedad, un retrato ficcionado que intenta sanar problemas internos de la comunidad, que están en tensión. En este caso, La epopeya de Gilgamesh es claro reflejo de la sociedad mesopotámica en la época antigua y su análisis nos muestra de mucho mejor manera los modos de pensamiento que existían y las formas de relación que preponderaban en la tradicional ciudad de Uruk.
La epopeya es una obra extraordinariamente sentimental. Los dos grandes personajes en ella, Gilgamesh y Enkidu, a pesar de tener una naturaleza distinta, viven una amistad absolutamente profunda, con una lealtad muy grande entre ambos, que se termina por la terrible muerte agónica y lenta de Enkidu. Esta es una relación que, en algunos casos, se trató no tan solo de amigos sino que de amantes (según la versión hitita de la epopeya), en donde se habrían hecho explícitas las relaciones sexuales entre ambos personajes.
Tras la muerte de Enkidu, Gilgamesh sufre por siete días y siete noches un luto terminal, el que pasa a convertirse en un miedo hacia la muerte. Sufrió de tal manera la muerte de su amigo que ahora él no desea morir, temiéndole al día en que su muerte lo absorba por completo. Por lo tanto, sale en un peregrinaje que tiene como objetivo encontrar a Utanapishtim, un hombre que por servir tan bien a los dioses fue salvado del diluvio provocado por ellos mismos, además de entregarle la vida eterna para sí. Este es una especie de Noé para el mundo mesopotámico. Vive una travesía extraordinaria pero su deseo se mantendrá solo en eso, en deseo.
Cuando obras como La epopeya aparecen, ante la Humanidad se abren las puertas del autoconocimiento, porque las temáticas que trata son temas absolutamente universales, como en general lo son los temas mitológicos. En este caso, Gilgamesh sale en una búsqueda por la inmortalidad, busca vencer la muerte y vencer a parte de su naturaleza que lo destinaría al perecimiento. Debo mencionar, antes de proseguir, que al momento de ser creado por la diosa Aruru, esta le entregó dos terceras partes de divinidad y una tercera parte de humano, por lo que era un héroe mitológico que estaba por sobre los demás hombres pero que no tenía la misma condición de los dioses, de ser inmortales. Cuando Gilgamesh se da cuenta de que su condición de mortal es irremediable, la obra se torna como la culminación de una tragedia griega.
Pero no tan solo la mortalidad del hombre está en juego, sino que además la clásica dualidad entre civilización y barbarie. Gilgamesh es el rey de la ciudad de Uruk, una ciudad colosal que, por lo que sabemos ahora, era la ciudad mas grande del mundo en la época de las primeras civilizaciones, con un complejo urbano muy sólido. No es raro, por lo tanto, que una de las obras más antiguas de la historia se centre en la ciudad. Por lo mismo, la ciudad es considerada como un ideal de civilización, como el punto máximo de desarrollo de una sociedad, y Gilgamesh así lo demuestra, muchas veces, con su comportamiento. Luego de saber que no podría ser inmortal como los dioses, su pena no fue más grande como para dejar de mostrarle a un personaje secundario el esplendor de la ciudad de Uruk. Mas allá de los límites de la ciudad se encuentra lo desconocido, lo bárbaro, lo que nace fruto de la imaginación, un lugar hostil donde solo los dioses podrían habitar. Y es en ese mismo lugar donde es creado, no como dios sino como un salvaje, Enkidu, un ser que tiene como objetivo contraponerse a Gilgamesh.
Como se puede apreciar, esta epopeya, a pesar de su lejana edad, nos ofrece planteamientos de un nivel bastante considerable, en donde no resiste mucho el análisis sobre lo “primitivo” que tienen estas sociedades en su cosmovisión. Ya lo había dicho el antropólogo estructuralista Claude Levi-Strauss: la única diferencia entre el pensamiento moderno y el pensamiento de sociedades arcaicas está en la forma de expresarlo, y no en su nivel de profundidad.
Es una lectura absolutamente recomendable.