Prólogo del libro Lo único que me distrae. Epistolario, de Vicente Huidobro.
Alquimia ediciones, 2025.
El instante que me arranca de lo habitual
Una sola pregunta
para poner las cosas en su punto:
¿Qué sería de este país sin Huidobro?
¿Qué sería de la poesía chilena sin este duende?
Desde luego no habría libertad de expresión.
Todos estaríamos escribiendo sonetos,
odas elementales o gemidos.
¡Alabado sea el Santísimo!…
Vicente, Vidente, Vigente.
Nicanor Parra, “Also Sprach Altazor”
En una carta de 1925 al poeta Pablo de Rokha, Huidobro confiesa: “Lo único que me distrae un poco, lo único que me impide suicidarme, es jugar a los versos, en el instante extra de hacer un poema, el instante que me arranca de lo habitual, que me hace tener una visión loca del mundo”. Esta frase, que ya había escrito un año antes en otra carta a Salvador Reyes, opera como un punto de partida o una ventana a la vida y al pensamiento de uno de los poetas más audaces y revolucionarios del siglo xx.
En sus epístolas, Huidobro no solo revela su faceta como escritor e impulsor del creacionismo, que proclamó que el poeta debía ser un pequeño dios, sino también la de un hombre apasionado, crítico y profundamente humano. En su escritura recíproca aflora un sujeto que no se conforma con observar la realidad, sino que la confronta, la cuestiona y, a su manera, la rehace. En cada palabra, en cada frase cargada de ímpetu y lucidez, se revela una pasión desbordante, un espíritu crítico que no se doblega ante los dogmas ni la complacencia. Así, sus cartas no son meros documentos o confesiones privadas, sino una prolongación viva de su poética, un espejo íntimo donde se reflejan tanto su ímpetu creador como sus contradicciones, sus anhelos y su constante sed de trascendencia.
En La tentación del fracaso, Julio Ramón Ribeyro afirmaba que “las páginas de un diario son cartas que el autor se dirige a sí mismo, y que las cartas son páginas de un diario que se dirigen a una persona”, insistiendo en la confidencialidad de ambas escrituras y sus temas recurrentes: cavilaciones sobre sí mismo y los otros, descripciones de todo tipo –paisajes, cuidades, objetos, personas–, reflexiones políticas, culturales y sociales, lecturas, proyectos y evocaciones. Así, en la carta, el que escribe no está en la soledad de la escritura, aunque hable de sí mismo. El destinatario está presente, aunque sea en la forma de un recuerdo o una imprecación.
Tal vez por eso, a lo largo de la historia, las cartas han cumplido un papel determinante no solo en la comunicación entre individuos, sino también en la construcción de la memoria colectiva. Desde la Antigüedad hasta nuestros días, los epistolarios han servido como registros históricos insustituibles, revelando las emociones, ideas y preocupaciones de sus firmantes con una inmediatez y una autenticidad que otros géneros no siempre permiten, por eso la correspondencia de escritores, artistas e intelectuales ha permitido no solo comprender mejor sus obras, sino también sumergirse en el espíritu y las tensiones de su tiempo.
A través de sus misivas dirigidas a sus amigos, familiares, editores e incluso un productor de cine fundador de Paramount Pictures, o a personajes relevantes como José Ortega y Gasset, Jean Cocteau, Luis Buñuel o César Vallejo, descubrimos a un Huidobro en constante diálogo con su época: sus debates y querellas literarias, sus batallas políticas y sus anhelos de transformar la poesía.
Cada carta es un testimonio de su búsqueda incesante por la estética y la innovación, en la palabra urgente de un creador que nunca dejó de reinventarse en el fragor de su contienda permanente con la vida; signado por un destino singular: en una carta de 1925, durante su candidatura a la presidencia de Chile, su madre le escribe: “Yo quería que fueras rey, no presidente. Yo te formé para rey, de modo que tú llevas las calidades iniciales y si no fueras tan loco ya habrías llegado a reinar aquí en el país que naciste. Este país espera a su Salvador, a Vicente i”.
Convencido de su labor de sacudir “esta apatía de buey durmiente que adormece hasta el paisaje de primavera con su sola presencia” que dominaba al país, el poeta busca en los jóvenes sus aliados políticos en su aventura presidencial, y los llama a unirse a su cruzada: “No desmayéis ni un solo instante en esta hermosa labor de despertar a la juventud; mañana recordaremos estos días de entusiasmo como lo mejor de nuestra vida”, escribe Huidobro en su carta a la Federación de Estudiantes de Chile en octubre de 1925.
Lo único que me distrae reúne treinta cartas escritas por el poeta creacionista entre los años 1917 y 1947, en las que presenciamos el tránsito hasta convertirse en Vicente Huidobro, el poeta vanguardista, aventurero, cosmopolita, revolucionario y rupturista con una determinación a toda prueba. Desde la publicación de sus primeros poemas a sus manifiestos estéticos, de sus malabares económicos con el auspicio familiar –para poder vivir como poeta en Europa– a sus quebrantos amorosos y sus andanzas como corresponsal durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. Somos testigos del recorrido estético y vital de un apasionado en todas sus formas, como él mismo decretó en 1931 en “Total”, uno de sus manifiestos más radicales –escrito en Madrid en 1931 y publicado en el diario La Nación de Buenos Aires en 1933– en el que llamaba a la construcción de un sujeto total, sin miedo, que enfrentara las vicisitudes de la existencia y que reflejara la época en la que le toca vivir.
Esta selección conforma un epistolario esclarecedor para quienes desean comprender al escritor chileno más allá de sus versos. Un acercamiento íntimo a su genio creativo, y una invitación a recorrer algunas páginas de la vida de Huidobro, en las que su poesía late incluso en su prosa epistolar.
Felipe Reyes F.