Atarantado, el debut de Rodrigo Fernández (Curicó, 1983) es un volumen de cuentos que no es precisamente un libro de humor, e incluso da muestras de muchas de las carencias y aflicciones de la generaciones recientes, pero se puede decir que moderniza cierta tradición de humor chileno de corte absurdo. Tiene escenas sorprendentes, quiebres de lo real o de lo verosímil que son mostrados con una naturalidad inusitada. En esta entrevista Rodrigo nos cuenta, entre otros asuntos, sobre cómo fue pasar del yo de los diarios de vida a los personajes de cuentos, sobre soñar con catástrofes y sobre cómo se siente más cercano a la película Querida encogí a los niños antes que a Solaris de Lem (o de Tarkovski).
- Algunos te conocimos hace algunos años por el blog Una pieza, donde publicabas tus diarios de vida, que tenían preocupaciones o temas parecidos a los de tus cuentos. ¿Cómo se dio esto de pasarte del género diario —que puede considerarse una de las escrituras más personales o incluso autorreferentes— a los cuentos, que en este caso son de fantasía?
Durante años mis intentos de ficción solían ser esa escritura diarística forzada hacia la narrativa, que supongo que en algunos casos queda bien, pero que en el mío no iba a ninguna parte, porque acumulaba comienzos, veinte páginas de novela por aquí, quince por allá, no me atrevía a escribir en tercera persona, el protagonista siempre era demasiado yo mismo, y así, hasta que de pronto, con los cuentos, esa dificultad quedó superada. Ahí me engolosiné con la sensación concreta de producir algo, de empezar y terminar un objeto y pasar al que sigue. Casi que me sentí alguien que hace una silla, algo útil. Fue en el 2019, me acuerdo porque trabajaba en una imprenta y en ese escritorio escribí Bandurria, para mandarlo a un concurso que no gané (y eso también es un poco un factor: hay hartos concursos que pagan y suelen ser de cuentos). En general decido bien poco y recuerdo que esa sí fue una decisión escritural y también de lectura, porque paralelo a escribirlos me puse también a leer solo cuentos. No sé si fue determinante pero es lo que de hecho hice. Y ahí empecé a acumular los propios, en una carpeta que escondía dentro de otras carpetas, que es lo que hace uno en las oficinas, en donde todo tecleo suma a la idea de que uno está haciendo algo productivo. Obvio que también hay un ánimo de publicar que lo insta a uno a ponerse práctico y pasarse a la ficción. Ahora, por qué querría uno ser leído por otros excede esta respuesta, creo, y tampoco tengo nada tan novedoso que decir al respecto.
- Creo que tus cuentos, dentro de la narrativa chilena, pueden calzar bien en cierta tradición imaginativa y/o humorística aún no establecida, compuesta por algunas obras o pasajes de José Edwards, Jenaro Prieto, Raúl Ruiz, Juan Emar. ¿Te interesan algunos de esos autores?
Sí. Con Emar me río pero también a veces me pierdo (gustosamente) en sus disquisiciones místicas. Y hace unos años leí Así pasó el diablo de Prieto y claro, un demonio caído en desgracia que va a dar a un pueblucho en que nadie lo pesca es el tipo de premisa que me hacen seguir leyendo. A Edwards creo que nunca lo leí y si dices Ruíz pienso en esa película en que al final el diablo se tira un tremendo peo, así con efectos especiales de llamarada y todo, según recuerdo. Tengo un cuento que no cupo en Atarantado y que termina parecido. Ahora no sé si eso me inscribe en una tradición, pero al menos me interpela y puede servirle como guía a quien no conozca el libro y este leyendo esto. Cuando Emar escribe “hoy he sido operado de la oreja y del teléfono” uno no se ríe a carcajadas pero algo pasa, algo distinto a la risa ya un poco más evidente que da Levrero en la Novela luminosa disculpándose de entrada ante Mr. Guggenheim por haber desperdiciado la beca, risa que a su vez, al menos en mi experiencia lectora, se eleva casi a carcajada en ese cuento de Alfonso Alcalde en que unos maestros empiezan a comportarse como los Looney tunes intentando arreglar una cañería que si la empujan hace que se caiga la ampolleta, y así.
- ¿Por qué te interesan tanto las catástrofes? En tus cuentos hay muchas, y no son pocas las versiones del fin del mundo.
Estamos en una especie de apocalipsis a cuentagotas que a su vez se mezcla con cierta necesidad de acontecimientos propia de un mundo que se encarga de aplanar la experiencia en general. Hay avistamientos pero nunca el platillo volador ahí quieto y las noticias transmitiendo, volcanes pero nunca el Yellowstone y su promesa de una noche eterna, fantasmas pero nunca uno que se quede a ser entrevistado (acabo de anotar ese posible cuento en mi google doc), sequía pero aún no guerras por el agua, y así. Supongo que es una manera de acelerar esos escenarios. Hay una ansiedad temática que voy satisfaciendo mientras paso de uno a otro que me gusta mucho. Ahora estoy en lo catastrófico o postapocalíptico, pero me interesa pasearme por otros lados. Varios cuentos los escribí durante la pandemia, además, así que algo de esa sensación seudodistópica se debe haber colado.
- Por otra parte, a propósito de fines del mundo y catástrofes, hay una cita de Slavoj Zizek que últimamente se ha hecho famosa en redes sociales y de la que me gustaría tener tu opinión. Zizek le dice, a la gente que siempre habla del apocalipsis: “Ustedes son sólo pervertidos que están secretamente calientes con el apocalípsis”.
Concuerdo. Me pongo ese sombrero. Estoy más cerca de eso que de “advertir de los peligros del calentamiento global”, que puede ser algo que pase de rebote, pero no es lo que me anima directamente. Antes de dormir me gusta imaginar posibles fines del mundo, o no sé, cualquier tipo de estos sucesos que terminan produciendo una especie de comunidad dentro del caos. La lluvia tiene un poco de eso, a menor escala. Cuando todos estamos viendo algo en la tele y lo comentamos por tuiter. Me gusta esa sensación de algo que concierne a todos durante un lapso de tiempo determinado. Supongo que la ausencia de comunidad efectiva hace que uno se caliente con el apocalipsis y demases. Soy alguien que aunque el temblor sea de cinco grados pone la radio para escuchar lo que dice la gente que llama. Y también algo de culpa tiene el cine en mi caso, porque incluso la peor basura inverosímil y épica en que el tipo salva a su familia de un megaterremoto o la peor serie de zombies del momento es algo que necesito ver, porque soy adicto a esa sensación de tabla rasa. Incluso si no comulgo con ese heroísmo, es el tipo de paisajes que uso como punto de partida.
- Siguiendo con el mismo tema, o más bien con su contraparte, también es frecuente en tus cuentos el tema de una nueva vida, o una vida que se resetea.
Me acuerdo que cuando estaba en mi antepenúltimo trabajo, que odiaba profundamente, soñaba despierto con algo así como una pandemia, que llegó después, cuando estaba en otro trabajo que también odiaba, y que se acabó justamente gracias a mis deseos cumplidos por quién sabe qué dios del caos. Si el mundo colapsa, si incluso el dinero y las tecnologías dejan de ser útiles, quedamos más o menos igualados en el sentido de que ahora son nuestra fuerza e ingenio los que cuentan, y claro, hay un fuerte componente evasivo en ese ánimo de reseteo, sobre todo para alguien como uno cuyo tema ya no literario sino obligadamente biográfico es el constante de qué voy a vivir ahora.
- Varios de tus cuentos usan un imaginario de películas generalmente gringas, que sólo atino a calificar como películas de tv cable o de videoclub, pero con la salvedad de que las adaptas a la idiosincrasia local, lo cual hace mucha diferencia. ¿Estás de acuerdo con esta opinión? ¿Cómo trabajas con esos imaginarios o influencias que tomas?
Hace tiempo que empecé a revisitar todo el cine de terror y ciencia ficción con el que crecí. Porque sí, no para escribir. Después sin querer me sirvió. Nunca fui mucho de leer a los Bradbury, a los Lovecraft. Llegué tarde a eso. Tengo mis preferencias dentro de lo poco que he leído pero ya fui tempranamente golpeado desde el otro lado. Así que sí, estoy de acuerdo. Y siento que mis cuentos serían fácilmente adaptables por eso mismo: no porque sepa de guión sino por cierta torpeza o impaciencia de lector que se traduce en escribir como si estuviera viendo una película o algo así. Quizá eso responde a cómo trabajo esas influencias. Y bueno, claramente algo me pasa con las personas pequeñas, con el agrandamiento o achicamiento de seres, y con los pasadizos, los túneles, que son cuestiones architematizadas en esos primeros vhs de la vida (y que también se repiten en Downey y, de nuevo, en Levrero). Igual resumiría todo esto en que me siento mucho más cercano a la lógica aventurera de Querida encogí a los niños antes que a la solemnidad filosófica de Solaris (que me gusta un montón, pero que requiere una virtud narrativa de la cual, por ahora, carezco).
- Una banda, una película u otra obra (que no sea un libro) que haya tenido un impacto decisivo en lo que escribes.
El Instagram de @manchonmonero. El viaje de Chihiro. El soundtrack de Good time (no hay un impacto decisivo, solo me gusta mucho y a veces escucho ese tipo de música para escribir).
- Cuéntanos cómo son tus jornadas de escritura y lectura. Y cómo se relacionan con tu vida laboral.
Siendo estrictos, actualmente no tengo vida laboral en el sentido de que no hay un sitio específico al que voy de lunes a viernes. Dicho eso, leo cada vez más poco, o al menos menos de lo que quisiera. Todos los años pongo cien libros en el desafío Goodreads y con suerte llego a los sesenta. Fantaseo con enfermedades en las que me hago cargo de mi cerro de libros del velador, que no es un velador, sino un librero arbolado que me juzga con sus ramas mientras juego ajedrez en el celular o miro películas. Pero bueno, cuando leo lo hago mayormente en cama, con un gato encima que si se duerme me duerme. O durante las primeras horas de los turnos de madrugada en conserjería. O tras mi stand en las ferias de libros cuando anda poca gente. Y con la escritura también me siento en deuda, podría estar escribiendo un cuento a la semana y me disperso, pero a la larga igual escribo, esta semana por ejemplo me propuse terminar de contestar esta entrevista, escribir la presentación del libro que habrá en Curicó y la segunda parte de un artículo para una plataforma española (una semana después, terminando de contestar esta entrevista, admito que solo logré lo segundo). Me gustaría ser más disciplinado, haber partido esta respuesta lejos del concepto de “deuda” y más cercano a un “salgo a correr a las seis de la mañana y a las ocho ya estoy tomando desayuno y escribiendo”, pero no, quizá algún día me murakamice, quién sabe.
- ¿Qué estás leyendo ahora?
Homo Laborans de un amigo curicano, Diario de las cartas de Juan Cristóbal Romero y Las voladoras de Mónica Ojeda.
- Por último, ¿qué otros autores te interesan y crees que deberíamos entrevistar aquí?
Me gustó mucho lo que hizo María José Bilbao en su debut, Preferiría que me imaginaran sin cabeza. Ya solo por temática se me apareció como contrapunto en su generación de cuentistas y sería entretenido saber si, por ejemplo, ella está de acuerdo con eso. Diría Geisse pero ya pasó por aquí, creo. Manchon monero (de nuevo), Laura Ortiz Gómez que tiene unos cuentos que son cine total.