Ricardo Nixon School
Cristian Geisse
Emecé (Cruz del Sur)
ISBN: 978-956-360-082-7
148 páginas
Mientras leía las páginas que componen la primera novela de Cristian Geisse (Vicuña, 1977) no podía dejar de pensar en Autorretrato de Nicanor Parra. En ese poema, quien hiciera de la pedagogía parte de sus primeros trabajos, se describe a sí mismo bajo una luz cetrina que no es otra cosa que el cansancio de una labor, hasta hoy, mal remunerada y despreciada tanto por el Estado como por el cuerpo estudiantil en general. “Considerad muchachos”, –escribe Parra–, “Este gabán de fraile mendicante:/ Soy profesor en un liceo oscuro,/ He perdido la voz haciendo clases./ (Después de todo o nada/ Hago cuarenta horas semanales)./ ¿Qué les dice mi cara abofeteada?/ ¡Verdad que les inspira lástima mirarme!/ Y qué les sugieren estos zapatos de cura / Que envejecieron sin arte ni parte”. El oficio como algo más cercano a la ruina que a esa bondad abnegada y cristiana que describiera Gabriela Mistral en sus poemas dedicados a la pedagogía, es uno de los elementos principales en torno a los que se mueve la caótica y desdichada historia de este profesor de Viña del Mar que, acosado por deudas y otras miserias de la vida cotidiana, se ve en la necesidad de postular a una escuela, usualmente conocidas como “2×1” en donde chicos y chicas, que por diversas razones no terminaron su educación secundaria, pueden hacerlo en un plazo menor que el resto. El panorama, por lo tanto, es desde un principio algo desolador.
“Yo no había estudiado para profesor. Hice una licenciatura en Letras, pensando siempre que iba a terminar haciendo otra cosa. Editor, escritor, cineasta, cualquier cosa menos profesor. La verdad es que ni siquiera me había puesto a pensar que algún día tendría que ganarme la vida sudando, sino más bien recogiendo los frutos de mi supuesta genialidad”, dice un narrador que durante toda la novela es lo menos autocomplaciente posible consigo mismo, encontrándose contrariado por su difícil relación tanto con alumnos como con el personal de la institución donde ejercerá, llamada nada más y nada menos que “Ricardo Nixon School”. Geisse, que ya en sus cuentos nos había acostumbrado a un estilo en donde el humor y el horror aparecen reflejados en personajes que están siempre al borde de todo (outsiders, alcohólicos de cantinas lúgubres, músicos frustrados o angustiados que, al borde del delirio, pactan con el diablo para conjurar su destino), acá se sirve de esos materiales para describir, a ratos con un cariño que resulta enternecedor y otras sirviéndose de parodias que sacan más de una carcajada, al variopinto personal de una escuela que refleja lo peor del sistema educacional de Chile: sostenedores ambiciosos, profesores sin vocación, adolescentes en plan eclosión hormonal. La influencia de Alfonso Alcalde, autor al que Geisse en más de una ocasión ha declarado sin resquemor alguno como uno de sus maestros –y de quien, dicho sea de paso, se ha encargado de recopilar y difundir su obra–, aparece acá recordándonos a las desventuras de el Salustio y el Trúbico, personajes que, como los de algunas películas de Raúl Ruiz, son insoportablemente chilenos.
Las cosas irán más o menos en orden hasta que, haciendo una especie de homenaje a Lolita de Nabokov, este profesor comenzará su propio descensus ad inferos a partir de los abismos que se abren al enamorarse de una de sus jóvenes estudiantes. Eso, junto con la llegada de un peculiar y perturbador alumno –un perro llamado Terri: sí, un perro–, dará pie a la angustiosa búsqueda por escapar de una realidad que comienza poco a poco a revestirse de matices delirantes. Desde ese momento y retomando lo que Geisse hace con mayor destreza, a saber: describir con precisión las distintas formas en que un individuo cae en la miseria más absoluta, la novela, sin perder el sentido del humor, va dibujando un mapa personal del infierno cuyo camino está, un poco a la manera de Bajo el volcán, poblado de cantinas y alcohol a raudales. “Si Dios Padre fuera un bar lo seguiría,” dice el narrador en un momento en que un evangélico, al encontrárselo merodeando por las sucias calles de Valparaíso, intenta encaminarlo, mientras el personaje piensa que “quizás hubiese sido una buena idea salvarlo de la religión mediante el pecado, decirle que así no iba a llegar a ningún lugar, que quizá le resultaría mejor si me invitaba a tomar una cerveza y él se tomaba una, sólo por probar, que en una de esas su vida daba un giro para mejor, que se mirara bien, que no era bonito lo que estaba haciendo, que el camino al infierno estaba pavimentado de buenas intenciones”.
Ricardo Nixon School es un debut que confirma algo que hace tiempo se venía comentando tímidamente: que Geisse es actualmente uno de esos escritores que no puede sino producir cierta admiración por ir, sin freno alguno y en editoriales pequeñas, armando un universo narrativo propio, cuya prosa puede fácilmente flirtear con sus registros poéticos –y ahí están esos tres golems, como el mismo autor los ha denominado, que son Los hijos suicidas de Gabriela Mistral, Los nortes que hay en el norte y Tres poemas– sin por eso desviarse y dejar de contar una historia. Crítica al sistema educacional chileno y sátira sobre las miserias del alcohol, las mujeres y la muerte, la primera novela de Geisse es seguramente un paso definitivo para su consolidación al interior de un circuito que, a ratos, parece estar fatigado de narraciones autobiográficas que se engolosinan en su ascendencia familiar o la ya tan manoseada infancia durante la dictadura.