Inventario de las cosas ausentes (2014)
Carola Saavedra
Tajamar Editores
ISBN 978-956-9043-81-9
134 páginas
Un inventario es una manera de contabilizar, de enumerar ítems, cuestiones, objetos o lo que sea. Por el contrario, inventariar cosas que no existen, la merma, todo lo faltante, es más bien una forma de contabilizar la nada, lo que no se puede registrar. Es como querer probar hechos negativos, lo que no fue o que jamás ha ocurrido.
Inventario de las cosas ausentes es una novela inteligentísima en su estructura y bella en su confección. Carola Saavedra, nacida en Chile en 1973 y radicada en Brasil, país al que emigró llevada por su familia apenas a los tres años y donde ha desarrollado su carrera literaria, es dueña de una prosa sencilla, diáfana, que a pesar de ir jugando con varias historias al mismo tiempo, consigue ir desenredando la madeja que ella misma ha construido, manejando una amplia diversidad de tiempos, anécdotas e intensidades, sin que el libro decaiga ni se enmarañe.
Inventario de las cosas ausentes está conformado por dos partes, cada cual dependiente de la otra. En la primera, titulada “Cuaderno de anotaciones”, nos encontramos con el relato del fugaz amor entre un universitario, aspirante a escritor, y Nina, también universitaria, chilena o de padres chilenos, en Brasil tal como la autora, hija de un revolucionario que le ha dado una férrea educación. La historia fragmentada se somete a la polifonía del narrador, a los avances y retrocesos en el tiempo, a sus múltiples viñetas que van relatando la historia sin esquivarla, sino que haciéndola avanzar en paralelo por diferentes cauces, no como una manera del “no contar”, no enmarcándose dentro de ningún minimalismo, sino que jugando con la cronología del relato, como un constante espejeo de las pérdidas de los personajes y de su mismo narrador. Es una historia de amor que desde muy pronto sabemos que fracasa por la marcha de Nina, la que ocurre sin ninguna explicación, más allá de dejar diecisiete cuadernos a su enamorado, quien sigue su vida adelante. El aspirante a escritor se queda en Brasil, absorto, abandonado, sin nada más que hacer que insistir en su escritura, en la misma que intentaba mientras duraba su relación con Nina, ahora que ella ya se ha ido.
El libro es sobre un lugar. Una casa. Y la descripción detallada de los muebles de la casa, sus ventanas, pasillos. Es también sobre el tiempo en ese lugar. Un pequeño engranaje de la memoria. (pág. 27)
Este relato es, desde esa excusa, un punto de vista sobre la forma de hacer literatura, sobre cómo abordar sus temáticas, y especialmente sobre la manera en que la propia vida siempre se ve reflejada en lo escrito y cómo la biografía se cuela en todo.
Escribo ahora una historia para todo un linaje de Nina, toda una familia, la historia del padre y del padre de este padre y del padre de este padre. Escribo también los nacimientos y las muertes. Las fechas, el lugar. Lo escribo todo. Insistente. Escribo ahora un idioma, y la sintaxis y la sonoridad de ese idioma, y escribo también un país, escribo una historia para este país, los primeros ruidos, sus más remotos habitantes. (pág 54)
Decíamos que en la primera parte del libro tenemos la historia del narrador y Nina, de su desamor, y de cómo este narrador afronta la escritura de un libro, de una ficción mientras transcurre su relación y cómo finalmente Nina lo deja de pronto, sin aviso, dejándole diecisiete diarios con su vida.
La segunda parte se titula “Ficción”. Es, como cabe suponer, la novela misma que el narrador anterior ha estado escribiendo mientras ha durado su relación con Nina y luego cuando ella ya se ha ido. Y he aquí lo bello, esto es lo que separa a este libro de otros tantos que han intentado, tal como este, hacer el juego autobiográfico tan manido: esa primera mitad que se llamó “Cuaderno de anotaciones” funciona exactamente así, como una permanente referencia a la parte “Ficción”, en un perfecto ejercicio de literatura dentro de la literatura, en el reverbero entre lo biográfico (en tanto lo es la propia vida del narrador-personaje de la primera mitad, con respecto a quien escribe la segunda) y lo ficcionado. Hay aquí como artilugio narrativo, salvando las distancias, algo que recuerda vivamente en su intención a Pálido fuego de Nabokov; esa obra genial que, dividida en partes, contiene por una la historia y por otra una ficción, un poema, que nace de la misma historia y se ve afectado por ella. Acá hay algo de ese juego, donde en una primera parte tenemos una biografía, una memoria desordenada de una serie de hechos, y luego tenemos una ficción que no pretende partir desde esa biografía, que no es necesariamente consciente de ella, y que por lo mismo, resulta en un acto que aparenta ser involuntario, donde el narrador de esta segunda parte cuenta la vida de un padre, durísimo, que le ha enseñado a su hijo todo para que se convierta en un gran hombre, y su hijo apenas ha sido un hombre, tal como le ha ocurrido a Nina en la primera mitad. Este padre, antes de morir, le entrega diecisiete libros con su biografía (de nuevo, otra ligazón hacia la historia personal del personaje-escritor de esta “Ficción”), donde consta toda su vida, todo lo que fue importante en ella, diciéndole que todo en esas notas son esenciales, que cada coma, cada punto, debe ser leído con suma atención, lo que, a la luz del juego de dos caras que representan cada mitad de Inventario de las cosas ausentes resulta sorprendentemente cierto.
Inventario de las cosas ausentes se parece mucho, curiosamente, a gran parte de la literatura que se está haciendo hoy por hoy en Chile. Parte, como tantas de las obras que podemos leer en nuestro país, de aquel relato autoficcional, de la fragmentación, de la intención de romper la estructura de la novela. Y, sin embargo, brilla como algo totalmente distinto, original, al no limitarse a relatar esa historia de los hijos, sino que al producir con éxito, ante los mismos ojos del lector, un doble mecanismo que se engrana como uno, donde biografía y ficción son conocidas por el lector y vemos, más allá de cualquier duda, cómo una y otra se van enlazando y reproduciendo, cómo se produce el espejeo, conociendo ambos aspectos tanto como lo requiere el relato para que produzca su efecto. Es esta forma de narrar fragmentada, entonces, la que imita la memoria, no un mero acto de atletismo o pirueta circense, sino que una manera necesaria para producir otra cosa mayor; es un mecanismo y no la excusa en la que descansa el libro y su anécdota.