Carlos Araya Díaz (1984)
Editorial cuneta
ISBN 978-956-8947-323
139 páginas
Ejercicios de encuadre de Carlos Araya Díaz, nos pone frente ante un artilugio literario más que ante una novela, en el que si bien existe una historia que se exhibe entre las líneas de la escritura, esta da un paso atrás para dejar en el frente una sensación extraña, oprimente, donde la angustia de su narrador-protagonista recubre por completo el tono del texto.
La historia que sustenta este pequeño libro, pequeño no solo por su extensión en páginas, sino que principalmente porque muchas de ellas contienen apenas un par de líneas, es la de un hombre que acaba de salir de la cárcel y que se encuentra trabajando de guardia de seguridad en una galería del centro de la ciudad. Es un relato que se va construyendo de forma absolutamente fragmentada, rota incluso, como dando cuenta del ánimo del mismo protagonista también escindido entre sus pensamientos, el recuerdo de Marcia así como el actual acecho a la misma, y su actual ocupación que lo obliga a estar permanentemente observando a través de las pantallas por las que monitorea las cámaras de seguridad que posee la galería céntrica donde trabaja.
Es un libro que evita expandirse, que pareciera incluso negarse a ser narrado, donde el autor deliberadamente va tratando de mal enfocar la verdadera historia que nos ha venido a contar, para mostrarnos el devenir insulso de este expresidiario. Hay un triunfo y una derrota en ello. Un triunfo en el logro del objetivo, en ese juego literario, en la dificultad salvada. Una derrota en el sentido de alejarse un poco del lector, permitiendo que el texto languidezca a ratos ante aquellas extensas enumeraciones insustanciales en las que tiende a caer, las mismas que hacen recordar las palabras que Borges escribiera sobre Whitman:
“(…) sus deliberadas enumeraciones no siempre pasan de catálogos insensibles”.
Es también un relato que se emparenta en la deconstrucción narrativa de La filial, de Matías Celedón. Ambos logran contar una historia que no cuentan. Ambos ceden espacio, hacen retroceder la figura del narrador, para no contar, sino que mostrar ciertas sensaciones, una angustia, una ruptura. Y es ahí donde Ejercicios de encuadre también logra ser exitoso.