Los necesarios excesos de la literatura o Las gambetas literarias
Por Gonzalo Cortaviento
Hace unos meses vi que la editorial Blackie Books editó un libro llamado Quijote liberado, que corresponde a una versión de la obra de Cervantes recortada y con la inclusión de explicaciones y ensayos (intervenciones le llama la editorial) escritos por grandes autores que aportan a su comprensión. En este Quijote liberado se mantienen los “episodios principales enlazados por textos puente”.
El hecho de que la obra compuesta por El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha tenga segmentos que puedan considerarse erróneamente excedentes, ¿los hace menos dignos de ser leídos?
Este ensayo trata sobre los excesos.
Excesos, no excedentes, los primeros hacen referencia a lo que se pasa de la raya; los segundos a lo que sobra. En el primer caso no es necesario quitarlo, es parte de la obra; en el segundo es necesario quitarlo, porque sobra, ojalá no estuviera.
En el capítulo XI de El retrato de Dorian Gray, se manifiestan todas las pasiones de Dorian por los lujos, las alfombras, los anillos, los instrumentos musicales y un sinfín de objetos que manifiestan el exceso materialista en que se ha convertido la vida del protagonista, con una descripción tan detallada y minuciosa que parece un excurso. Sin embargo, al finalizar la novela, me doy cuenta de que ese fragmento del capítulo corresponde a una desmesura, a lo que en futbol llamamos hacer “una de más”, que podría no estar, que podría no hacerse, que podría sobrar, pero que finalmente no afecta en un partido que se terminó ganando y lo único que hizo fue aportarle belleza estética. Este tipo de exceso es el que considero esencial en ciertas obras literarias.
El año 2006 el partido de vuelta de la final del campeonato de fútbol nacional de apertura fue entre los equipos de Universidad de Chile y Colo Colo en un Julio Martínez a tablero vuelto. Los resultados de ambos duelos obligaron la decisión por penales. El campeón fue Colo Colo, luego de que el arquero Claudio Bravo tapara un lujo del colombiano Mayer Candelo, que intentó batirlo pateando al estilo Panenka. Esa forma de patear fue un excedente, el equipo terminó perdiendo debido a ese penal errado, fue un lujo que sobró en una final que pudo ser de otro modo. ¿Qué brilló aquella noche? Los instintos felinos de Bravo para atajar el penal cuando ya estaba tirado hacia un costado.
El 2015, el penal tipo Panenka tuvo nuevamente los ojos encima cuando Chile peleaba la final de Copa América contra Argentina. En esta ocasión Alexis Sánchez pateó el definitorio batiendo al portero Sergio Romero. Chile salió campeón, el penal destacó por sobre toda otra jugada realizada durante el duelo. Ese exceso de Sánchez se volvió parte de la obra, porque la obra fue exitosa, llegó a su final, cumplió su objetivo.
La Panenka en sí es un riesgo, el jugador que la hace tiene que atreverse a hacerla.
Dentro de la areté griega existen la andreia, hoy llamada valentía y la sophia, hoy llamada sabiduría. Pienso que en la ejecución de la Panenka (o de cualquier jugada riesgosa como una chilena, una bicicleta o una rabona) estas dos virtudes están en diálogo (cualquiera otra de las virtudes complementará lo virtuoso de la jugada). El jugador debe ser valiente, para arriesgarse, pero también sabio, para no arriesgar más de lo necesario. Lo importante en el partido es ganar, no hacer ese lujo. Mutatis mutandis, en la literatura igual lo importante es ganar, no ese lujo o exceso que nos puede acabar por dar una obra irregular y pretenciosa. Ese lujo puede entonces ser un exceso o un excedente; el resultado final lo determinará (incluso el tiempo podría determinarlo in toto).
Hace unas semanas leí la novela El detective del absoluto, que fue el germen de la escritura de esta reflexión que llevaba meses en mi psique. Esta novela tiene un punto polémico (más allá de la discusión sobre el género policial al cual dice pertenecer según la contraportada1). Me refiero al capítulo II, específicamente su segunda mitad en la cual el personaje Fermín se convierte en una suerte de superhéroe norteamericano, que termina siendo una alucinación de León.
La novela proyecta una gozosa discusión filosófica en su diégesis y la erudición del autor queda manifiesta en el estilo. En este segundo capítulo al que hago referencia, Rumel se atreve a hacer su propia Panenka que, al finalizar la novela, puedo decir que termina en un gol que es triunfo dentro de la novela, sin ser ese el gol del triunfo. En el capítulo II, la novela se pasa de la raya mucho más allá de la discusión filosófico-religioso-moral que está inyectada en las mismas venas de su trama y que es lo que da el triunfo final a la obra, lo que la hace llegar a su fin, su objetivo, más allá incluso de su apresurado desenlace.
Yo pienso que Pablo Rumel hizo ganar a su equipo. Me gusta su forma de juego, arriesgada, clara, con momentos brillantes. Hizo gambetas que no aportaron a ganar el partido, porque ya lo había ganado en el primer tiempo y lo cerró a mitad del segundo.
En aquellas obras donde discutimos si algo “sobra o no”, lo importante es ver si, al final del partido, se ganó.
1 Dice: “novela que desafía los límites del género policial”, pienso que mejor eso se lo dejamos al lector.