Mistral, una vida (2023)
Elizabeth Horan
Lumen
ISBN 978-956-6058-83-0
469 páginas
Una vez que inicié la lectura de Mistral, una vida intenté finalizarla lo más pronto posible. La única dificultad era congeniar ese tiempo de agradable ocio lector con mis otros quehaceres, dificultad sobrellevada por el gusto de leer un texto ecuánime, ordenado y bien referenciado. Este libro biográfico no es —usando una palabra que la autora escribe varias veces— una hagiografía, es decir, no es una biografía elogiosamente desmedida, más bien, Elizabeth Horan hace una narración desde una idea que está en constante exposición y que es la centralidad de su trabajo: que Gabriela Mistral tuvo relaciones transaccionales con miras a lograr un espacio para su vida pública como educadora, escritora y cónsul.
Las un poco más de 400 páginas exclusivas sobre la biografiada, llegan hasta sus 33 años de edad. Este corte temporal se debe a que este libro es el primer volumen de tres proyectados. Igualmente, hay información más allá de la temporalidad propuesta, por lo que, si bien la narración mantiene un orden desde el pasado al presente, también da información del futuro para una mejor explicación de la biografía.
El primer tema que aborda la autora tras el prólogo es el origen de la aún Lucila Godoy Alcayaga. Horan hace una descripción muy acabada de la conformación genealógica familiar de ella, de la trayectoria vital de sus padres —Juan y Petronila— y de su hermana materna, Emilia. Así también, relata los cambios de domicilio, de ciudad, las veces en que se distanciaron, y así mismo, destaca que Mistral se definía como mestiza y campesina, sin mayor identificación de su ascendencia vasca.
Si bien Gabriela Mistral es reconocida como educadora, nunca tuvo alguna formación educacional completa, lo que se explica por dos infaustos episodios. El primero fue como estudiante en la Escuela de Vicuña en el 1900, donde, a causa de una confusión, fue tratada de ladrona por sus compañeras de curso, recibiendo el mismo trato de su profesora, Adelaida Olivares, de quien era familiar. Por tales hechos, abandonó sus estudios primarios para siempre. El segundo fue como postulante a la Escuela Normal de La Serena en 1906, a la que se rechazó su ingreso el mismo día en que se iniciaba el año lectivo, por influencia del profesor de religión: el cura Manuel Munizaga. Tal rechazo, según ella misma explica, fue por algunas publicaciones hechas por ella en El Coquimbo. Finalmente, Lucila terminó sus estudios escolares de manera autodidacta y rindió exámenes libres en la Escuela Normal de Niñas Nº1 de Santiago para obtener el título de profesora normalista en 1910.
Al desencuentro con su tía Olivares y con el cura Munizaga, se suman otros tantos con personas de algún grupo dominante. Ejemplo de esto son Augusto d’Halmar y Amanda Labarca, quienes inclusive se asociaron en contra de ella y la descalificaban por su falta de credenciales formales. No obstante, la autora señala que estos desencuentros fueron aprovechados por Mistral para presentarse ante otros grupos dominantes como una mujer perseguida, lo cual le reeditaba apoyo y promoción. Entre estos se destacan Bernardo Ossandón en La Serena, quien le dio espacio en su biblioteca para acceder a libros y al diario El Coquimbo para publicar sus ensayos, y también, Pedro Aguirre Cerda en Los Andes, quien cabildeó por ella hasta cuando fue Presidente de la República, y que en el libro es presentado como su mecenas y protector.
Dado el corte temporal, hay temas que no se desarrollan completamente. Uno de esto es su relación con sus secretarias, siendo Laura Rodig la que más aparece, aunque de todas formas hay referencias a Palma Guillén y Doris Dana. De ellas —Gabriela y Laura— se narra cómo se conocieron, la convivencia que tuvieron, el apoyo laboral entre ambas y su distanciamiento irreconciliable, pero dado el lapso de la obra, no se llega a responder el por qué nunca más se relacionaron.
Entre las últimas partes de la biografía se cuenta la experiencia de Gabriela Mistral en Punta Arenas y en Temuco. De manera igualitaria, ambas estadías hacen que ella reivindique lo indígena, rechace el colonialismo y se interiorice de la cuestión social. Así también, en ambas ciudades fue directora del Liceo de Niñas local, a los cuales le tocó mejorarlos por el mal desempeño habido en ambos. Posteriormente, consiguió ser nombrada directora del Liceo Nº6 de Niñas de Santiago, posición desde la cual se proyectó, mediante cabildeo con el Embajador de México en Chile, Enrique González Martínez, para ser considerada en el grupo de asesores para la reforma educacional que lideraba el Secretario de Educación Pública de México, José Vasconcelos Calderón, comenzando su cerrera internacional y no volviendo, nunca más, a residir en Chile.
El subtítulo Solo me halla quien me ama no está explicitado en la obra. En este sentido, podría referirse a que el talento de Mistral fue hallado por quienes la apoyaron y la promovieron desde la camaradería. En consecuencia, ante la percepción de menosprecio sobre ella, este libro de no-ficción —ensayo y crónica a la vez— tiene su mayor valor en mostrar que Gabriela Mistral sí fue valorada y sí fue favorecida por una parte de la elite chilena, por lo cual, Elizabeth Horan publica un estudio que trasgrede una idea mayoritariamente instalada, constituyéndose así, en un aporte por salirse de un acto discursivo común.