La autoría, el texto y la crítica, por Marcelo Ortiz Lara.

Por Marcelo Ortiz Lara. Docente. Escribe crítica literaria en Barbarie.lat.

 

Aunque movido por la urgencia de lo contingente, este texto tiene otra pretención: hablar de lo que importa, de lo que nos debería importar. Quisiera aprovechar este súbito entusiasmo por la polémica literaria para exponer algunas cosas que, tal vez, en otro momento, no encontraría interlocutores, o no tantos como ahora. Es un buen momento para hablar de la relación entre crítica, autoría y texto.

Parto con una anécdota personal: hace algunos meses, realicé una crítica al texto Limpia de Alia Trabucco Zerán, publicado en la revista Barbarie.lat. Al momento de compartir esta crítica, entre los varios comentarios que recibí (tampoco fueron tantos), uno de ellos me llamó la atención. Me escribió una entusiasta lectora diciendo que no le parecía que yo criticara obras de mujeres, textos escrito por mujeres, pues en el contexto histórico y cultural en el que nos encontramos, más que criticar desfavorablemente a una autora había que realzar su trabajo.

Por supuesto, no lo dijo con esas palabras. Estoy parafraseando, o leyendo entre lineas lo que escribió. Pienso en su respuesta y en lo que hace algunos años se generó a partir del texto de Lorena Amaro titulado Cómo se construye una autora. Si una idea podemos sacar de ese ensayo (entre muchas otras ideas), es la centralidad que debería tener en la crítica literaria el texto más que la figura autoral.

Lo sabemos: la figura autoral trae consigo una batería de datos que nada tienen que ver con la literatura. Estoy hablando de la vida personal, la vida amorosa, el apellido, los contactos, la apariencia física, etcétera, de un escritor o escritora. Parece obvio, pero no lo es tanto: cada vez más, todo cuanto tiene relación con la vida de l@s y autor@s se entrevera en los textos críticos y en la promoción de las obras literarias, como si algo de eso fuera realmente importante. No lo niego: tal vez sea interesante enterarse de esas cosas, tal vez sea sabroso conocer esas menudencias, pero ni la anécdota más excéntrica ni el dato más inverosímil de la vida de quien escribe tendrá alguna relación con la calidad de la obra literaria.

¿Vale la pena repetirlo otra vez? Claro que vale la pena, sobre todo cuando en estos días leemos opiniones que en apariencia van hacia un lado, pero la “política secreta del texto” (Brecht) dice otra cosa. Lo que viene a continuación precisa una aclaración: la totalidad de la obra de Zambra me parece irregular. Hace poco, de hecho, escribí una crítica a su último libro, Literatura infantil, donde me parece que el rol de cuidado que muestra el texto (hablo del diario de paternidad) esta idealizado, edulcorado, y que deja de lado algo tan importante como lo son los reveses que implica cuidar a otro. No es que no estén esos momentos, no es que no aparezcan; es que, en el texto, el tratamiento que se les da los ubica en el terreno de la anécdota. Están, pero sólo como justificación para que Zambra ejecute sus buenos dotes de aforista. La mirada que predomina es la de un antropólogo de la crianza, lo que confirma que Zambra, en alguno de sus textos, podría ser sindicado como un autor de la clase media. Pero no cualquier clase media: la clase media ilustrada, profesional, esa que ve la vida como una experiencia digna de antropologizar o intelectualizada hasta el hartazgo.

En fin. Hablar de zambrismo o antizambrismo nos devuelve al punto inicial: ¿porqué habría que ser anti [inserte el nombre del autor o autora que más tirria le genere] o pro [inserte el nombre del autor o autora que más remueva su espíritu] hoy en día? Es vacuo, es intrascendente, y si un texto crítico tiene como consecuencia que eres o no eres [inserte nombre del o la autora + el sufijo “ista”], entonces quiere decir que el foco está puesto más en el nombre que en los textos.

No es sólo un posicionamiento ético, una postura profesional; todo esto tiene repercusiones en la ideología de la crítica, pues, al escribir con esa perspectiva, se le sigue echando agua al molino de la historia del arte como un fenómeno individual, como una historia de genios y estafadores o, en el peor de los casos, como una historia del arte con características reaccionarias. Por eso, a pesar de que Armijo busque desbaratar los mecanismos y lógicas mercantiles y propagandísticas que gozan fuguras como la de Zambra, lo que hace finalmente, con la otra mano, es trabajar para quien menos lo pensaba. Lo dijo Saer, hace algunos años, en un programa de televisión: el éxito comercial y la exposición de un escritor puede o no relacionarse con la calidad de su obra. Y pone ejemplos: Neruda, Dickens, García Márquez antes de Cien años de soledad. Y podríamos añadir ahora a Roberto Bolaño, a Mariana Enríquez, entre algunos otr@s. Lo dice Saer, un autor cuyos textos, aunque de gran calidad y destreza, no fueron si quiera tema de conversación en su momento. Al seguir hablando de los contactos de tal o cual autor, de la propaganda de tal o cual autor, de lo divo que es tal o cual autor, establecemos, como afirma Edward Said, los términos con los que para nosotros vale la pena hablar de crítica literaria. No se si se entiende lo que quiero decir. Al seguir hablando de todo lo que no compete a la escritura, al seguir conversando de los nombres más que de las obras, le decimos al mundo que de eso se trata la escritura, de eso se tratan los textos, entonces independiente de si un proyecto escritural es harto o poco conocido, lo digno de analizar son cuestiones extra literarias. De ahí que hoy en día, los movimientos de marketing editorial busquen por sobre todo rescatar ese tipo de aspectos. Si queremos echar por tierra la desproporcionada exposición e influencia de ciertas proyectos escriturales develando un sistema de compadrazgos operante, lo mejor que se puede hacer es demostrar, con los textos en mano, porqué tal autor no merece estar donde está. Acto seguido, y casi sin mencionarlo, se cae todo aquello que lo sostiene en el supuesto lugar de relevancia que goza. Cae, sin siquiera nombrarlo.

Hay momentos donde, y en eso estoy de acuerdo, vale la pena exponer la hipocresía y la estulticia. Hay momentos donde, incluso, no hacerlo es un acto de flagrante cobardía. Pero seamos sinceros: ¿alguien piensa que a un par de editores, agentes literarios y autores les ofende, les molesta, les incomoda que les digan marketeros, chaqueteros, barristas de poca monta? En lo absoluto. Cuando uno está convencido de que tu criterio de lector es el correcto, no hay ofensa personal que te saque del lugar. En cambio, si en vez de ofensas personales controvertimos con el sistema de valores literarios que proponen, con su capacidad lectora, con su tan apreciado y cultivado gusto, entonces, pues, y de esto puedo dar fe, algo quedará rondando en sus cabezas. Si algo de honor y valor tienen, más pronto que tade saldrán a responder.

Ningún proyecto escritural es una isla. Existen secretas influencias, constelaciones, convergencias. Esta es otra de las razones por las que no vale la pena hablar de autores en particular. Al hablar de nombres y aspectos extra literarios, seguimos pensando la literatura como una cuestión de genios o embusteros. Con la misma vara que medimos, seremos medidos. Pienso en movimientos, corrientes estéticas y epocas. Pienso en sistemas filiativos y afiliativos. Pero, cuidado: no todo eso es importante. Damián Tavarobsky, en su ya clásico Literatura de izquierda, lo advierte: la literatura de izquierda no se siente cómoda incluyéndose sin más en un movimiento o corriente estética. La literatura de izquierda, a su vez, tampoco puede dejar de tomar posición. En definitiva, esta literatura hace suya la incomodidad existencial. Su lugar es un no-lugar, un espacio donde se le puede y no incluir en algo mayor. ¿Cuál es la literatura de izquierda? Para Tavarobsky, es aquella que está en constante experimentación, en una persistente búsqueda de formas, aquella a la cual el espíritu de las vanguardias susurra constantemente. En resumen, la literatura de izquierda es la literatura revolucionaria en sus procedimientos. Me gusta la propuesta de Tavarobsky porque nos lleva a la duda. La compulsión a veces afiebrada de inventar movimientos, generaciones y bandos es una deformación académica que en muchas ocasiones promueve la flojera intelectual. Cuando una corriente está disponible y no sabemos dónde ubicar un proyecto escritural, lo más fácil es meterlo en ese saco. Funciona como un check list: nos deja tranquilos por un momento, por un ratito, hasta que alguien recién llegado y menos encorsetado que los otros es capaz de leer desde un nuevo lugar.

¿Dónde creo yo que se está leyendo desde otros lugares? En los medios tradicionales por cierto que no. O sí, pero sólo a veces. En varios de los textos que surgieron a propósito de la publicación inicial de Careaga, se omite olímpicamente el hecho de que sí existen otros espacios que están generando discusión crítica, que sí están leyendo diferente las escrituras ya sea nuevas o más tradicionales. Por supuesto que si se busca sólo en El Mercurio u otro medio de esos que llevan más de cinco años sin ser capaces de generar debate público tendremos la sensación de que existe un silencio crítico ensordecedor. Por supuesto que si no indagamos más allá del antejardín el panorama se vuelve lúgubre. Pero, acaso, ¿no han salido a dar alguna vuelta? ¿De quién es la responsabilidad de no conocer lo que hay más allá del radio de sus narices? Por momentos, lo que acusa Careaga y CIA suena a defensa corporativa, a murmullo del cenáculo. Existen otros lugares, otras plataformas donde se está escribiendo crítica. Que los personajes más destacados del panorama cultural no controviertan con esas propuestas de lectura es otra cosa, pero sí se está escribiendo, y bastante.

Tal vez, la razón de ese desconocimiento se encuentra en la idea de que la crítica literaria no es un trabajo escritural, no es un acto de creación de alto voltaje, y como escribir crítica no se asemeja a nada de eso existe un desinterés total por buscar escrituras otras. Muchos  aún creen que quien escribe crítica literaria lo hace porque no pudo ser novelista, o cuentista, o poeta, o todas las anteriores. Mientras eso ocurra, veo difícil que estos señores empaquetados se dignen a discutir con la plebe. Mientras eso ocurra, hay que prepararse. Pero prepararse en serio, ubicando en el centro el texto literario, no esas otras cosas que lo único que hacen es darles la razón a la postre.

Marcelo Ortiz Lara

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