Juan Carlos Onetti en Baltimore: Una aproximación a “The Wire”

 

Juan Carlos Onetti en Baltimore: Una aproximación a “The Wire”

 

Parto reconociendo una omisión: hasta antes de esta pandemia y sus odiosas cuarentenas iniciales, no había visto “The Wire”, la extraordinaria serie de HBO estrenada el año 2002.

Al igual que muchos —según algún reportaje leído por ahí—, aproveché esa época de encierro para entrarle a una serie elogiada por escritores como Nick Hornby y Mario Vargas Llosa, y que a estas alturas es un objeto de culto que cuenta con una camarilla de admiradores que se asombran cada vez que alguien como uno declara no haberla visto.

Cumplida la tarea, y asumiendo el rol pretencioso de un entrevistado para la sección cultural de algún diario, puedo afirmar que “The Wire” es la mejor novela del siglo XXI, pese a no serlo. Y esa sería esa mi respuesta por muchas razones: estructura narrativa, la aparición y desaparición arbitraria e inteligente de los personajes que la componen, la brillantez con que éstos son pincelados en cada una de las temporadas, la notable idea de poner en el centro de la historia a una ciudad y los distintos estamentos que la integran y, fundamentalmente, porque emula esos proyectos narrativos omnicomprensivos que tenían como eje una ciudad o determinado espacio geográfico, y en que una serie de personajes protagonizaban cada una de las narraciones que, en principio independientes, cuentan la historia de un solo lugar, en distintas épocas y contextos.

Esa afirmación no resulta tan arbitraria si consideramos lo sostenido por el experiodista David Simon y el expolicía Ed Burns, creadores de la serie, en cuanto a que la concibieron como una novela filmada.

En ese mismo sentido, Mario Vargas Llosa, admirador confeso de la serie, expresa: “The Wire tiene la densidad, la diversidad, la ambición totalizadora y las sorpresas e imponderables que en las buenas novelas parecen reproducir la vida misma”.

La serie es una novela ya que sus capítulos no parecen episodios separados o cuentos independientes, sino que es posible advertir una visión unitaria, pues al término de cada capítulo o temporada, existe un cierre coherente, un punto de clausura dado por la circunstancia de que un determinado acto es siempre consecuencia de otro hecho anterior, tal como en esas grandes novelas. Y así, un hecho al parecer irrelevante que ocurrió en una de las primeras temporadas, cobra sentido en las siguientes. De la misma forma, existen situaciones que de inmediato parecen relevantes o significativas, y que no son resueltas de inmediato o en el futuro cercano, sino que su desenlace se suspende para mantener la tensión de esa subhistoria, como por ejemplo la venganza tan esperada de Omar, luego de la brutal muerte de su pareja, allá por la primera temporada. Esa historia, por cierto, es una de las tantas novelas dentro de la novela, como los vaivenes emocionales y funcionarios de Jimmy McNulty, la ascendente carrera de Tom Carcetti, el auge y caída de Frank Sobotka, la reconversión de Bunny Colvin, la redención de Bubbles y tantas otras.

Si bien podría afirmarse que “The Wire” trata acerca del poder, de la burocracia, del destino y la imposibilidad de huir de él, de la pobreza y la marginalidad, de la corrupción, del mercado clandestino de la droga, y un largo etcétera, a mí entender es una serie sobre Baltimore, lo que la hermana con la obra de novelistas como William Faulkner, Juan Carlos Onetti, John Don Passos y Honoré de Balzac, autores en que el espacio físico en que se desarrollaban las historias es un personaje más, que alcanza niveles míticos y alegóricos, y determina la forma en cómo leemos e interpretamos la gran historia.

Ese tipo de novelas permite desarrollar personajes de largo alcance y profundidad sicológica, ya que dicho formato facilita y propicia su entrada y salida de escena, así como su desaparición impune, crecimiento y desarrollo frente al autor, cada uno de ellos portando distintos niveles de importancia e influencia en cada temporada o novela, como en el caso del ciclo de Santa María de Onetti o la Comedia Humana de Balzac (a modo de ejemplo, en algunos capítulos de la serie sólo aparecen cinco personajes, y en otros más de treinta).

Ahora bien, resultaría  fácil asociar la serie a cualquier novela de largo aliento y desarrollo dramático sostenido; sin embargo, la verdadera similitud entre la serie y la narrativa, habría que buscarla en las novelas en que se crea un espacio geográfico destinado a que se desarrollen una sucesión de historias, tanto así que cambian los argumentos y las novelas mismas, pero los personajes y el ambiente físico se repite, creando esa sensación de unidad y coherencia.

No obstante la acción, los tipos humanos y las estructuras sociales que se retratan en la serie podrían ubicarse en cualquier ciudad, estos ocurren en Baltimore, hecho insoslayable al cual David Simon le dedica varias respuestas en la entrevista que le realizó el escritor Nick Hornby, analizando los rasgos distintivos de la ciudad, sus orígenes históricos, su lugar dentro del mapa del país, y las relaciones de amor-odio que se generaron durante la filmación entre sus creadores, el equipo y las autoridades políticas.

La estructura más cercana a la serie —y, como veremos, la visión de mundo más afín—, la constituye la Santa María de Juan Carlos Onetti. Es así como dentro del ciclo de novelas ambientadas en esa ciudad imaginaria, algunas tienen como protagonista a su personaje ancla, llamado Larssen (como “Juntacadáveres”, novela en que dicho personaje intenta establecer un prostíbulo en la ciudad, y “El astillero”, obra en su protagonista muere y se cierra el ciclo); en otra se nos cuenta el origen mítico de la ciudad —“La vida breve”—, el gran big bang onettiano; o también en algunos de sus cuentos se prefigura ese entorno mítico y, finalmente, en “Dejemos hablar al viento”, se destruye la ciudad producto de un incendio.

Además, en esas y otras novelas, aparecen con distinta entidad y grados de importancia personajes relevantes dentro de ese espacio geográfico, como el doctor Díaz Grey, Brausen-fundador, los policías, el boticario, el redactor del diario y Petrus (dueño del astillero en decadencia), quienes, a su vez, protagonizan otras historias dentro de una novela o adquieren mayor protagonismo en otras historias, generándose una trama de juegos y vinculaciones en las distintas novelas, que, miradas en su conjunto, constituyen una sola gran obra, con sus ramificaciones y meandros, características que me llevaron, inevitablemente, a vincular la obra del uruguayo con “The Wire”.

La similitud con Onetti no radica solamente en lo ya señalado, sino que además en que ambas obras dan cuenta de una derrota irremediable, de un estado de cosas que más allá de los esfuerzos y la opereta burocrática montada para disfrazar esos afanes, no se va a modificar y, lo que es peor, tenderá a empeorar. La derrota en el afán por mejorar la educación, intentar frenar el narcotráfico, moralizar las instituciones públicas o simplemente salvar a uno que otro adolescente para que no reproduzca el círculo de niño pobre y abusado, adulto vendedor o traficante y cadáver prematuro.

En ambos mundos, para que no parezca todo tan lúgubre, hay momentos de ternura, de amistad y camaradería real, y quijotes que luchan contra lo imposible; sin embargo, el elemento esencial que realmente hermana a ambas obras, es la constatación de que el demiurgo racional que dio origen a la mítica Santa María, y el impulso caótico que produjo la insoportablemente real Baltimore, parecieron actuar en armonía para diluir, una vez más, la división entre vida y ficción.

Pablo Cabaña Vargas

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