Pueblos de Tacto (Francisco Cardemil)

Pueblos de Tacto (2021)

Francisco Cardemil (1995)

Gramaje Ediciones

94 pp.

 Reseña enviada por:

Cristofer Vargas

Esto se trata de partir

Al principio una mudanza: “Nos cambiamos de casa/ a él le va bien, dice Mamá Linda y sonríe/ lee desde el asiento de adelante/ castillos, manzanas enanitos” (p. 13). Así inicia Pueblos de Tacto (Gramaje, 2021), primera publicación de Francisco Cardemil (1995), donde se plantea la forma en que una mirada idealizada de las relaciones familiares se desarticula a medida que se avanza en la lectura. El encargado de dar cuenta de esta experiencia es la voz de un niño que poco a poco asiste a la desmitificación de las certezas familiares que lo rodean “Oye, Mamá/ ¿y si el cazador miente?” (p. 14).

Pueblos de Tacto toma como ideas de fondo territorio y traslado, a través de las que se entreteje la ficción familiar encarnada por Madre, Padre e Hijo.

El libro expone algunos elementos visuales, como capturas de Google Earth o cajas de cartón rotuladas como frágiles, que se intercalan entre las cinco localidades en que transcurre el poemario (Lonquén, Chillán, Palmilla, Santa Cruz y Matta Sur) reforzando las ideas relacionadas al desplazamiento y el desarraigo. “Guarda tus cosas, Pequeño Saltamontes/ Mamá triste nos separa en cajas de cartón/ estira bolsa de basura para mis juguetes” (p. 33).

Acá, el traslado se solapa con la transformación de la voz, la que, producto del choque entre la fábula de cuentos de hadas y la realidad, tiende al desencanto y la rabia. Palabras vacías como fe y esperanza delatan esta incertidumbre que deja expuesta a la familia en su deformidad.

 

La idea de un cazador, la idea de un padre

Junto a la idea de la desintegración, la imagen del padre-cazador aparece como catalizador de los quiebres y la sensación de impermanencia que rodea los poemas: “En la corriente escasa/ el papel mal doblado se humedece/ o queda atrapado entre las rocas/ No aguanta los canales que bajan de este cerro. Respiro la tierra levantada/ por niños que corren con sus padres. Me siento a esperar/ los barcos se hunden conmigo” (p. 15).

La figura del cazador es constantemente tratada como una figura de acecho que en extensión con la idea del abuso suma a la urgencia de la huida: “Giro una estrella de metal/ El ruido del agua lo atrae/ su mirada pisa la entrepierna, quema la piel/ pone la mano bajo su pantalón/ Ya no hace cariño, no hay abrazo/ roto, piel de nieve esparcida en la cerámica/ El sabor del cuerpo/ está en la boca, en las piernas, se queda/ me marca la lengua como ganado” (págs. 27-28).

Al mismo tiempo, la figura ambivalente del padre produce un efecto de anclaje, que encarna en la madre bajo la necesidad de mantener un hogar en ruinas a la espera incierta de su llegada. Esta espera paralizante trunca la posibilidad de la huida, ya no solo del espacio geográfico, sino del espacio simbólico que enmarca la familia, un contrato que exige reglas para la felicidad: “Vendrá hoy, desatará el nudo/ Pienso en tu felicidad/ en su arrepentimiento” (p. 76), dice la voz del hablante al dirigirse a la madre.

 

Quiero un cariño más allá de las imágenes

Un punto interesante que incide en relación con el camino de transformación que recorre el hablante, tiene que ver con la presencia de Luis, personaje que escapa del binomio heteronormativo de madre-padre y añade una perspectiva ligada a lo homoerótico, espacio que la voz utiliza para resignificar sus afectos y deseo, pero también para experimentar y recuperar la ternura del tacto: “Luis colecciona figuras de goma/ el deseo de salvar a los gatitos/ que tiran al río/ Dos personas empiezan a quererse/ Lo divierto, sonríe, como si no le molestara el metro veinte de uso/ asustado de haber mordido/ de algún día volver a tocar/ de no saber qué animal/ se esconde bajo el vientre” (p. 61).

En este punto, lo homoerótico se presenta como una forma de lamerse las heridas, desear para sí mismo y ya no para los otros. La idea de la renuncia aparece como una salida que no apela a hallar culpas ni victimizarse, al contrario, se muestra como una forma reivindicativa que la voz toma al momento de hacer propio el deseo de partir: “Calidez en la cercanía de los abrazos/ la espalda que se afirma para no caer/ Se humedece el hombro en la camisa/ Quiero un cariño más allá de las imágenes” (p. 68).

Pueblos de Tacto hace propio el espacio de lo rural, las imágenes del polvo, gallinas, dientes de león y niños solitarios que juegan e imaginan mundos distintos frente al espejo. En los quiebres de verso la voz del hablante se suspende y toma una sintaxis más extensiva que nombra la naturaleza mediante trazos de recuerdos e imágenes sueltas referidas a la borrosa fauna humanizada de los cuentos de hadas. A partir de esta imprecisión en los referentes, es que el texto se torna oscuro, peligroso, un terreno donde a la voz le es fácil perderse, similar a un bosque frondoso que se cierra y deja pasar solo algunos rayos de luz mientras intentamos reconocer las marcas, pedacitos de pan tirados en el camino para encontrar un camino de vuelta a casa.

 

Cristofer Vargas Cayul

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