Charapo (2016)
Pablo D. Sheng (1995)
Editorial Cuneta
ISBN 978-956-8947-47-7
94 páginas
“Ahora veo mucha narrativa de jóvenes tan satisfechos consigo mismos que consideran que exponer sus opiniones y sus gustos es suficiente” dice César Aira en una entrevista reciente. Charapo, primera novela de Pablo D. Sheng (Santiago, 1995), por suerte, escapa de ese esquema. Camacho, protagonista del relato, deja Perú y su familia para viajar al corazón oscuro del Santiago de los inmigrantes. Porque esta novela es una novela de Chile sin chilenos. Una novela que transcurre en un Santiago visible, pero menos narrado, de pensiones precarias encajonadas en el centro mismo del tráfago capitalino: “Fui al baño. En el espejo, dos manchas de acné que quedaron allí para siempre, mi pelo tieso, una barba sin crecer. Me desvestí: mis piernas cortas, mi cuerpo acajonado, la barriga. En el cielo de baño unas manchas cafés. Eran hongos. Intenté limpiarlos con pedacitos de papel higiénico. El cielo se descascaró. Los restos de pelos cayeron en el piso y el cerámico”. Como esos lugares húmedos, oscuros, la vida de Camacho parece también ir descascarándose de a poco.
Como en Casa chilena de Roberto Brodsky, Sheng, quizá sin querer, escudriña también en las tensiones que el mercado inmobiliario introduce en las ciudades contemporáneas, derrumbando y transformando el paisaje urbano a un paso cada vez más acelerado. Pero donde Brodsky tematiza la memoria, cifrada en la venta de la casa donde el protagonista vivió su adolescencia, Sheng perfila al extranjero a la deriva, sobreviviendo en un lugar que no le pertenece en absoluto. Hay, quizá, algo del Yakuza de Francisco Ide: un lugar donde todo se hibrida. Mientras el espíritu de los tiempos vampiriza conceptos como la identidad y el patrimonio, la novela busca y describe el punto donde la identidad es apenas un certificado, un documento de paso para buscar trabajo. Camacho deambula por Santiago, cuida a la famélica dueña de la pensión donde se aloja, comparte marihuana con otros extranjeros. Camacho está solo y todos desconfían de él. Su cuerpo es el cuerpo extranjero y es por lo tanto un cuerpo extraño, doblemente invisible.
El punto débil, a mi parecer, es como trabaja el desenlace de la historia. Mientras logra construir un personaje sin caer en la caricatura, la narración, absolutamente tradicional, despega solo para terminar estrellándose. Qué quiero decir: Charapo no es una novela en plan conceptual, donde, como señala Tabarovsky en algunos ensayos, se pone en escena la escritura como problema, la novela como imposibilidad de escribir una novela. Estas son las desventuras de un migrante. Y Sheng acierta en esa construcción. Pero queda la sensación de que el tiempo le pasó la cuenta o sencillamente no supo por qué derroteros agotar a un personaje con el que podría haberse hecho mucho más.
Charapo es una primera novela que muestra una voluntad por explorar una temática poco trabajada y en ese sentido logra salvar sin ser caricaturesco ni excesivamente complaciente o exotizante. No es, como se decía del realismo mágico y el Boom, una postal o souvenir para extranjeros que miran Latinoamérica con ojos de turista.
Las primeras novelas son en general una promesa hacia el futuro. Un fisgoneo al primer momento escritural, especialmente cuando nos encontramos con un autor tan joven, como es el caso de Pablo D. Sheng.
Charapo narra, en primera persona, la historia de un inmigrante peruano avecindado en Chile, de quien toma nombre la novela. El protagonista es Camacho; su apodo, Charapo, proviene de la forma en que se llama en Perú a los habitantes de la selva amazónica. En Charapo nos enteramos de la forma en que este se sitúa en el sector norte de Santiago, de los trabajos que malamente consigue, de las degradación a la que se ve enfrentado, de la forma inestable en que va solucionando problemáticas básicas como la de conseguir una vivienda, apenas una pieza donde vivir, dormir, comer. Sin embargo, no hay naturalismo ni realismo; el autor escoge un punto de vista muy acotado, una subjetividad precisa, al poner a Camacho como única voz y ojos del relato. La historia no es mucho más que lo dicho: la escena inaugural con Camacho dejando a su familia en Perú, luego la forma en que se radica en Chile, un par de trabajos esporádicos, un par de mujeres que entran y salen del relato sin crear mayores afectos.
El principal problema es que la elección del punto de vista no parece ser completamente deliberado, puesto que desaprovecha las posibilidades que otorga este narrador en primera persona —el mismo protagonista— como lo es el hecho de habitar en su conciencia, conocer de primera mano sus impresiones, emociones y sentimientos ante todo lo que ve y ocurre en su entorno. Camacho es, en esencia, un desarraigado, no solo de su país, sino que también de su familia, de su mujer e hija pequeña que acaba de perder, en suma, de sus afectos más esenciales y, sin embargo, jamás nos enteraremos qué opina o qué piensa él de cada uno de esos hechos, a pesar de ser el narrador del relato. Visto así, este narrador es completamente frío, alejado de sí mismo, parece deambular como espectador desinteresado de su propia vida, no como consecuencia de la vida a la que se ve sometido, sino que como una carencia en la forma en que se aborda la narración. ¿Qué piensa de Chile? ¿Sufre por el choque cultural? ¿Más allá de un par de esporádicos llamados a Perú, cómo vive la nostalgia en su abandono? ¿Piensa volver por su hija? Ninguna de estas preguntas tan a flor de piel son respondidas, no porque no se quieran responder, sino porque siquiera llegan a formularse en la mente del Charapo, donde habitamos como lectores donde es él quien nos relata su devenir.
Por otro lado, la narración está construida en base a frases cortísimas, directas, que jamás varían demasiado su extensión. A su vez, la mayoría de los capítulos, o segmentos dentro de estos, están también agrupados en pequeños párrafos que van cercenando aun más el relato. Y el efecto que se consigue es el de estar leyendo un texto redactado en términos casi periodísticos, donde se busca que el lenguaje solo comunique, sin dejar margen a dobles lecturas, ni que este signifique más allá de su posibilidad primera y más rasa. Así, en ese lenguaje escueto, siempre contenido, se hace aun más manifiesta la imposibilidad del autor de desplegar a cabalidad al personaje principal, dotándolo de complejidad, y no solo haciéndolo un espectador pasivo y displicente con su propio devenir.
Sería injusto no reconocer que Charapo tiene un par de cosas destacables. Lo primero es su temática. La inmigración hace rato que es una realidad en Chile. También lo es el hecho de que la hemos circunscrito a ciertos lugares de la ciudad, tal como resulta evidente en esta novela. Es así como Charapo se sitúa dentro de los primeros intentos por hacer emerger una voz importante dentro de nuestra cultura, como es la de los inmigrantes en Chile. Junto a Migrante de Felipe Reyes (otra novela corta, que narra el escape de dos hermanos peruanos hacia Chile, y que se radica, como anécdota, exclusivamente en ese salir de Perú y no en el habitar en Chile), constituyen un primer intento por hacer visible una realidad que aún se mantiene bajo la alfombra, en los barrios en que se confina a los inmigrantes. El segundo gran valor es el hecho de ser una novela situada en el ahora, en la valentía que significa narrar sobre lo que está ocurriendo, a pesar de saber bien que lo contemporáneo está siempre extinguiéndose. Y aunque en abstracto pareciera no ser tan relevante, sí lo es cuando vemos qué están escribiendo mayormente nuestros autores, que recién parecieran estar asomando la cabeza por sobre los años noventa. Es por eso que este desligarse de esa tendencia le da a esta novela una frescura, una capacidad de discutir con lo que ocurre ahora mismo en nuestras calles, que en sí misma la hace muy valiosa. La valentía de hacerse cargo de lo que está ocurriendo en este preciso momento, que sea contingente y que responda a una cierta urgencia, no es algo que se pueda soslayar a pesar de ciertos ripios más bien propios de una primera publicación.