Gustavo Bernal (1978)
Libros de Mentira
ISBN: 978-956-9136-17-7
102 páginas
Rabiosa es una novela exuberante, desbordada, muchas veces grandilocuente, pomposa en sus diálogos, donde desde su excesiva y deliberada vulgaridad, hasta en la incorrección de la escenificación de sus pequeñas anécdotas, hace juego con la temática que el autor pretende poner frente al lector: esta relación estrambótica entre Elver Cruzila, un autor novato y Pedro Lemebel, en el punto más álgido de su fama, en torno al año 2002, después de publicado su Tengo miedo torero (2001).
Quiero escribir una novela donde podamos mezclarnos, una especie de entrevista que hable del tiempo que pasamos juntos y que exponga nuestra forma de ver las cosas. Me dice sí de una, acepta mucho más rápido de lo que creí, y desde esa conversación empezamos a juntarnos durante el día o la noche, a la luz de las velas o de una barricada. (página 24)
Elver Cruzila es un escritor joven, en tratamiento por su adicción a las drogas, a la siga de este autor renombrado, anhelante de aprender de él, de utilizar su nombre como trampolín. Lo sigue a la noche, a sus conversaciones desenfrenadas, a su sexualidad a flor de piel, en una relación que siempre está a punto de pasar de lo fraternal a lo carnal. Se forja una amistad en torno al trago, al constante manoseo que Cruzila malamente consigue evitar, a una relación que muchas veces se vuelve ofensiva, procaz.
Creo tener claro que mi relación con Lemebel es de escritor a escritor(a). Yo soy un novato en comparación con la Reina Madre. También se sabe que entre hueveo y hueveo la hormiguita se lo puso al elefante (página 11)
Hay que decirlo, Rabiosa es por sobre todo un volumen arriesgado. Lo es desde la fragmentación de su relato, desde su lenguaje coprolálico que confronta al lector, que lo provoca, desde el hipersexualizado Lemebel que se nos presenta, desde su renuncia a conformarse con ser una novela tradicional, esquivando progresión dramática, crecimiento de sus personajes, desarrollo psicológico. De todo eso están compuestas sus principales virtudes y también de ello están compuestas sus falencias, porque la otra cara de esta deliberada transgresión está la repulsión del lector ante ciertas imágenes, del cansancio ante los reiterados intentos de Lemebel de convencer a Elver Cruzila que lo deje practicarle sexo oral, de la negativa del relato a realmente profundizar en los motivos íntimos de Lemebel y de Cruzila para mantener aquella extraña relación, en parte por conveniencia, en parte por estima y cariño. Así, muchas veces queda la impresión de que la historia se asienta más bien en lo tangencial, en lo irrelevante, en la sexualidad de la Reina Madre y no en Pedro Lemebel, el escritor consagrado que por algún motivo extraño, le aceptó a un escritorcito cualquiera —como si necesitara una excusa para acostarse con alguien—, para más referencias drogadicto, el que escribiera una novela sobre él, dándole su tiempo y fuerzas, sin más horizonte de que esta hable “del tiempo que pasamos juntos y que exponga nuestra forma de ver las cosas”, tal como lo hacen, de una forma u otra, todas las historias de la humanidad.
Creo que todas las palabras, por muy groseras o pacatas que sean, sirven. En los crucigramas tienes que encontrar la palabra exacta, en cambio en los relatos puedo soltar la lengua escritura y si me da la gana me alargo con un tema irrelevante; soy dueño de esas palabras. (página 43)
Tiene cierta lógica que, una vez muerto Lemebel, así como una vez muerto Bolaño, existan intentos por evocar su memoria, en historias biográficas o ficcionales, en todos aquellos que de una forma u otra reconocen su tamaño en las letras de nuestro país, aparentemente tan falto de adalides literarios. Todos estos intentos son válidos, sin embargo, suponen un progresivo desgaste de la temática.