El rucio de los cuchillos (1973)
Luis Rivano (1933 – X )
Autoedición
Sin inscripción
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56 páginas
Hago esto porque el viejo Pablo de Rokha dijo una tarde con ese vozarrón característico: —A los maricones, compañeros, hay que pelearles de frente y sacarles la cresta. Decirles en su cara que son unos maricones.
Voy a contar una historia sobre el autor, que ha sido muchas veces contada y que es latamente conocida para quienes lo ubican, pero siempre es bueno poner al tanto a quienes puedan faltar. Corría el año 1965 y un carabinero (policía) de bajo escalafón resultaba ganador en un concurso literario que tenía como premio la publicación de la novela en la Ed. Zig-Zag. Lo anterior resultaba sumamente curioso, no sólo por el oficio del autor sino que además porque en su obra abordaba la vida doméstica como uniformado. Como resultado de lo anterior lo llamaron de la editorial y le solicitaron, se supone en concordancia con la institución de la que formaba parte, que modificase ciertas partes de la novela antes de ser publicada para que no se afectara a la honra de Carabineros de Chile. La respuesta del autor fue un rotundo no. Desde ese mismo momento a este hombre se le cerraron casi eternamente las puertas de todas las editoriales y, para rematar en su infortunio, fue echado de la institución de la cual formaba parte por este mismo motivo.
Sin trabajo y con su sueño roto, no le quedó más que el manuscrito original de su obra ganadora, llamada Esto no es el paraíso. Fue así como comenzó a autoeditarse y a vender sus libros de uno en uno, por librerías, bares y calles. De esta manera inició una carrera al margen del mundillo literario “reconocido”. Con eso tiene que ver el epígrafe que en esta reseña uso, tomado de su propio prólogo a la edición que tengo entre manos de El rucio de los cuchillos.
Según el mismo Rivano relata, con el tiempo iba imprimiendo y vendiendo sus cuentos sueltos sin mucha suerte, a personas que se los compraban más por pena que por otra cosa. Luego los recopiló bajo el nombre del último de ellos: El rucio de los cuchillos.
No es que me hubiera dado rabia. No, eso jamás; pero cuando observé el pedazo de carne al jugo que estaba en el fondo de la olla a presión vi, de pronto, a la Bertita llena de canas, flacuchenta y envejecida. Qué diferente de cuando nos casamos y tuvimos que cruzar medio Santiago a pata, yo con un somier al hombro y ella detrás con la ropa de cama hecha un atado. Ambas cosas, regalos de mi hermano Jorge, para alhajar la pieza que habíamos arrendado. Si un solo domingo hubiéramos tenido un trozo de carne así para el almuerzo… (de “El menú de Orestes”)
Pero dejemos de lado un poco la anécdota y centrémonos en quién es Luis Rivano, el escritor.
Rivano es un escritor de pocos recursos, o lo era al menos en el momento en que escribió estos cuatro cuentos que componen este corpus. Más aún, él mismo en su prólogo nos cuenta que, después de ganar el premio ya mentado, se encerraba a pensar en cosas como qué es el narrador en primera persona, porque él no sabía utilizarlo (es un hombre que ni siquiera completó su escolaridad) y tratando de entenderlo se largó a escribir el primero de los cuentos que aquí él mismo recopiló. El resultado transpira humanidad. Rivano va escribiendo con sus escasísimos y casi precarios recursos, utilizando principalmente la excusa del diálogo, pero ni siquiera un diálogo real —porque normalmente existe otro que más que nada es oyente, o sólo hace la pregunta precisa para que el que narra siga con su relato— si no que es apenas un esbozo. Hasta acá estoy seguro que suena muy mal. Pues bien, por el contrario, el autor escribe con una ingenuidad en su trazo, con una falta de pretensión absoluta, sin dobleces, con la sencillez y desparpajo lingüístico que los escritores de oficio buscan desarrollar infructuosamente una vida entera, con total falta de impostación. Más aún, Rivano se conoce muy bien, es muy consciente de sus muchas limitaciones, así que no narra con barroquismos, por el contrario, va contándonos anécdotas el colmo de domésticas, como por ejemplo la historia de “La mujer del auto celeste”, anécdota donde un paco (coloquialismo un tanto despectivo para referirse al policía o carabinero, acá en Chile) se encuentra a una rubia del barrio alto, con la cual hace hervir de envidia a un superior jerárquico, aunque finalmente se da cuenta que él se ha convertido en el juguete pintoresco de esa mujer de clase tan diferente, o “El informe”, de similar factura, donde un hombre declara su preferencia por las mujeres de clase alta a sus compañeros de ideología. Completa este libro, además, “El menú de Orestes” (sobre el menú de un perro de, nuevamente, una familia acomodada versus el que ha soportado el propio narrador) y “El rucio de los cuchillos”.
“En la Edad Media, el marginal era el villano, el que no pertenecía a la nobleza. Después, el marginado fue el obrero. Pero ahora hay algo aún más marginal que el obrero, porque al menos este tiene organizaciones, pertenece a grupos estructurados y puede hasta ser ministro, como pasó en Chile. Más allá del obrero está ese mundo de la delincuencia, que puede mirar la lucha social poniéndose él en el plano de los obreros: están más allá de los marginados todavía. Ellos ven las cosas desde fuera de la cancha: miran las relaciones opresor-oprimido con mayor claridad, ya que de una u otra manera el amo y el esclavo tienen una relación que los iguala, están los dos en un mismo sistema. El lumpen está totalmente marginado de eso”.
“El rucio de los cuchillos” merece mención aparte, a tal punto que creo que sustenta todos los demás relatos que, siendo bastante buenos, no llegan a ser brillantes. Es la historia de un mostacero (como se denominaba antiguamente en Chile, en el hampa, al proxeneta de homosexuales) que ha caído en la cárcel, donde ve llegar a otro delincuente que posee una gran fama al interior del penal por haber matado de un cuchillazo a un policía. El protagonista, por la gran reputación de aquel, trata de amistarse con él pero es repelido. La historia redunda en una pelea a cuchillazos al interior de la cárcel. Lo destacado, además de la temática durísima, es la forma de narrar. La forma precaria de Rivano se vuelve ágil, absolutamente al servicio de la historia, haciendo que el lector quiera avanzar cada vez más rápido, provocando esa sensación de angustia por el futuro desenlace que solo logran los buenos contadores de historias. Además, a cada instante, se va colando la vida del narrador, y aspectos de su subsistencia en las calles y forma de ver las cosas, tan particular. Este cuento en específico es un mazazo a la quijada.
En suma, Rivano es un caso particular. No debiese ser buen escritor, pero lo es. Sus narraciones no deberían lograr el efecto que provocan, pero lo hacen. Su forma de narrar no debería leerse con tamaña fluidez, pero ello sí sucede. ¿Cuál será el secreto? Quizás la falta de pretensión, puede ser que esa ingenua honestidad con la que escribe, quizás es un poco de todo, pero, como sea, es un autor para tener presente y el que no merece ni mereció jamás pasar tanto tiempo a la vera de la literatura chilena. El año 2010 se publicó su narrativa completa en un libro de ed. Alfaguara. La justicia tarda, pero llega.
Me compré hace poco tiempo la edición de Alfagüara. Quiero tratar de leerlo pronto, gracias por el artículo, está muy bueno!
quiero aprender mas de la obra dadada toy nurrida