El nombre de los otros (Verónica Jiménez)

El nombre de los otros

Verónica Jiménez

Garceta Ediciones

ISBN 9789569562471

144 páginas

 

QUE LOS NOMBRES EXISTEN Y LOS REPITE EL VIENTO
Sobre El nombre de los otros de Verónica Jiménez
Por Carolina Melys

 

 

“Pero entre un año y otro —¿cambió el viento?”, pregunta Doris Lessing en el epígrafe elegido por la autora Verónica Jiménez para uno de los cuentos de su libro El nombre de los otros (Garceta Ediciones, 2023). La pregunta sobre el paso del tiempo y el cambio —a veces imperceptible, otras arrollador, como el viento—, resuena de fondo en estos relatos que hablan de la historia y la memoria de Chile.

La imagen del viento, presente en varios de los cuentos, es quien guía, acompaña y murmura las claves de lectura de los textos reunidos en este volumen, el que va marcando el ritmo de las historias narradas. Así, en el cuento titulado “Malas juntas”, hace una interpelación: “El viento hace girar remolinos de tierra, y a nosotros, que buscamos en el suelo piedras con cruces, nos empuja y nos lanza ramas a la cara”; en cambio en “La dalia blanca”, acompaña sutilmente: “El viento sopla suavecito, como la caricia de una mano invisible que roza apenas el pasto y lo estremece, casi como el aliento de alguien sobre esas hojas verdes filudas donde descansa su mirada”.

Así, entre estas historias, como música de fondo, el viento se hace un espacio entre las palabras con un lirismo desenvuelto que trae pausa y da respiro. Y no es extraño que sea el viento el que se cuele insistentemente por estos cuentos, cuando su presencia nos remite no solo al mes de septiembre del cambio de estación y de los volantines, sino también al golpe de Estado que como un temporal desató la catástrofe.

Por ejemplo, en el cuento “Treinta días tenía septiembre”, el temporal anticipa la violencia con que arrasarán la vida en las poblaciones y dejarán huella en las familias: “Afuera, el viento azotaba los árboles y silbaba sobre el techo agitando unas planchas sueltas”.

Las historias narradas en este libro se sitúan en diversos tiempos y lugares, y abordan la dictadura cívico militar desde distintas miradas y experiencias, con personajes construidos desde su complejidad y humanidad.

En estos cuentos aparece un viejo campesino que le habla a su hijo desaparecido; dos niñas, amigas inseparables que viven el golpe de Estado, los cambios en su entorno y su amistad en un mes de terror; el encuentro entre dos antiguos compañeros de trabajo en una fábrica y el giro que tuvieron sus vidas mientras comparten en una fuente de soda del centro de Santiago; o un soldador que es torturado para sacarle información sobre el nombre de los otros. Personajes que destacan en la particularidad de sus trazos y en la sutil precisión de sus gestos y diálogos.

Abordar el horror desde la literatura es un ejercicio revelador y su fuerza radica en el trabajo con el recuerdo. El escritor Éric Vuillard plantea: “Si contamos solo lo que puede documentarse, quizás estemos alejándonos de la verdad”. En las voces que se dan cita en estos cuentos, leemos no solo un contexto de terror y algunas de sus referencias históricas, sino principalmente la experiencia trabajada desde el relato oral que se comparte entre personas con una vivencia común.

En el cuento titulado “Ombú”, leemos: “hubo gente que vio y recordó, pero ninguno recordaba todo ni lo había visto todo, aunque cada quien sabía que ver y recordar eran importantes, porque los registros, cuando llegaron a existir, estaban destinados a ser destruidos”.

Un entramado que se impone desde el recuerdo, y su carácter frágil y emotivo. Los datos están solo para dar las coordenadas generales, Jiménez lo sabe y da cuenta de ello en el cuento “Fanfarria para un hombre común”, en donde explicita: “Esto ocurrió en 1984 y era invierno. Es un dato, nada más, porque las estaciones son como el viento, vienen y van”. Son datos nada más, y lo que trasciende está en las historia narradas, íntimas y únicas, que cobran fuerza por el trabajo que Verónica Jiménez hace con el lenguaje y las imágenes que construye. En el cuento “Ombú”, la imagen es elocuente:

“Algunas personas se quiebran con facilidad y suele ocurrir con frecuencia que aquello que no es cuerpo se trice más rápido frente a la conducta amoral del verdugo: se rompen los pensamientos, las sensaciones se hacen añicos, se agrietan las ideas, se fractura el habla y comienzas a repetir tenazmente que qué hacen ahí esos ríos de sangre que vienen y van, que te los quiten de la cabeza, que te los ponen ahí por las noches para que no puedas dormir, y así es como tu consciencia se entrega a su propia vibración centrífuga y se olvida del amor que alguna vez sentiste por la realidad”.

Y si bien el terror impone el olvido —tal como lo planteara Hannah Arendt—, los cuentos reunidos en El nombre de los otros constituyen un ejercicio de resistencia. Es el silencio ante la delación y es la persistencia de esos nombres en la memoria, como en los versos de Inger Christensen “el consuelo de los nombres/ que los nombres existen”. Porque este libro galardonado con el premio Mejores Obras Publicadas 2024, convoca esos nombres y escribe en la piedra de la literatura lo que el viento no ha podido dispersar.

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