Estefanía Bernedo Plazolles: “La escritura perfectamente podría contribuir al despertar en el ámbito social”

Entrevista enviada por Cristian Leal

 

Natural de Perú, desde hace años Estefanía Bernedo Plazolles (Arequipa, 1987) reside en Arica, una ciudad fronteriza y compleja, que tiene símbolos militares como el morro, la cercanía con el altiplano y la trifrontera. Hace un par de meses publicó el libro de cuentos Senda Llacunes (Editorial Aparte, 2019), en el cual convergen un grupo de mujeres futbolistas que se vuelven leyenda, el paisaje de la tercera edad en el desierto y la búsqueda incesante de trascendencia en los pueblos perdidos del norte. Los cuentos incluyen la presencia del quechua, aimara y signos provincianos. Más allá de las atmósferas bien planteadas con respecto a la multiculturalidad que choca con el punto de vista centralista que estamos acostumbrados, esta nueva voz nos recuerda que el brillo del sol, la sequedad del paisaje y la pérdida de sentido no tienen lugar, pero sí lenguaje.

-¿Cómo se presentaría Estefanía Bernedo Plazolles?

Me presentaría como una persona que ha querido hacerse un lugar en las letras del extremo norte por medio de la contemplación. Venir a Chile fue, primero, situarme en un lenguaje que en su oralidad es totalmente distinto del mío, y por consiguiente, una de las mayores exigencias que me impuse a la hora de querer retratar el mundo aymara de la Región de Arica. Podría decir también que soy una persona curiosa, y de hecho, Senda Llacunes es producto de ese deseo por conocer y aproximarme a las cosas que despiertan mi atención.

-Tus cuentos gozan de humor y trabajan muy bien la oralidad, acompañado de una fuerte construcción de atmósfera nortina. ¿Por qué te interesó visibilizar esta zona geográfica? 

Parte de mi formación profesional en Chile consideraba episodios de práctica en zonas rurales. Recuerdo que una de aquellas jornadas la realizamos en la localidad de Vísviri, a 4.069 msnm, lugar que muchas veces se cita para materializar la primera localidad chilena del extremo Norte. Un lugar que es, entre otras cosas, fronterizo. Hay un tránsito de personas bolivianas que llegan en micros desde La Paz y bajan a Arica o Iquique para comerciar productos o hacerse de mercadería en la ZOFRI para luego concretar algún negocio. La cultura, por supuesto, está preñada de esas imágenes. Llegar ahí significó una especie de estímulo creativo, puesto que, a diferencia del paisaje habitual en el lugar donde resido, me vi rodeada de bofedales, fauna salvaje, aromas y texturas que proveían nuevas percepciones de la realidad. Todo eso en medio de un clima complejo, con episodios de sol, lluvia o nieve. Me interesó concentrarme en esa belleza que, por un lado era nueva y, por el otro, destacaba una serie de situaciones simbióticas entre el hombre y su entorno. Desde luego la dificultad geográfica ha hecho que, de algún modo u otro, la civilización no progrese, y esa condición fue clave para mí. Eso con respecto al altiplano, porque me interesó profundamente buscar los resabios de esa cultura en la ciudad. En Arica por ejemplo, existen poblaciones que concentran un alto porcentaje de aymaras y es normal al caminar por los pasajes encontrarse de pronto una banda de bronce que entona morenadas, mientras un grupo de bailarines se prepara para el carnaval. Oír a la gente hablar en esos sitios. Ser testigo de cómo se vinculan entre sí. Hay incluso una arquitectura en esos espacios que intensifica la idea de universo. Todo eso, en la suma, despertó el deseo de trabajar situada con esa impronta.

-Hay una negación sobre la importancia peruana en Chile. En tus cuentos no se habla de chilenos ni peruanos, sino que de Altiplano y los Andes. Para ti, ¿cómo chocan las construcciones del patriotismo versus las construcciones que dan los pueblos y las comunidades?

Las fronteras obedecen en primer lugar a una concepción política. En Vísviri por ejemplo, la gente que reside en el pueblo circula por un punto que pareciera carecer de alguna nacionalidad específica. El patriotismo es un concepto caduco ahí. Es normal que personas provenientes de Bolivia compartan con lugareños, con quienes guardan además amistades añosas. De hecho, se dice que muchos pobladores de Vísviri cruzan hacia territorio boliviano sin documentos, a pie. En Arica hay sectores céntricos repletos de restaurantes peruanos o bolivianos, y donde el aroma proveniente de los cocimientos se percibe a cuadras de distancia. Lo mismo con respecto a la música. Hay un circuito de músicos de cumbia chicha, verdaderas estrellas que recorren Arica, Iquique, Calama y que, si bien se mueven en una zona under, por decir de una manera, no dejan de ser referentes de la identidad de la región. Esa es, en rigor, la cultura que aspiro retratar en los cuentos de Senda Llacunes, porque carece del sentido común de territorialidad, y valora la hermandad y el respeto por la cultura. Si bien históricamente el conocimiento común a construido una tensión entre Chile y Perú, esa imagen deviene de los conflictos bélicos que, sin lugar a dudas, han sido fruto de intereses económicos. La realidad es otra. En el norte, el peruano es un personaje habitual. Lo mismo con los bolivianos. Hay sectores de Arica en los que es posible escuchar de manera naturalizada el acento típico del Perú.

-Tus personajes son bastante pesimistas, pero formados en un imaginario muy iluminado. Precisamente acompañada de la imagen del sol y la sequedad. ¿Qué lecturas te acompañaron para pensar estos paisajes y personajes?

Uno de los cuentos que escribí nace justamente luego de escuchar a unos ancianos conversar sobre el paso del tiempo. Cito esto pues antes que leer, me nutrí de las vivencias de muchos personajes cercanos al mundo aymara. Conversé con profesores, bailarines, incluso accedí a espacios que, si bien han albergado desde siempre costumbres propias del mundo aymara en la ciudad de Arica, al parecer también están en peligro de extinción. Me refiero a los funerales, los bautizos, fiestas de matrimonio en donde se come y bebe por tres días. Entre esas andanzas alguien me relató una vez que cuando un comunero se muere, los amigos van a los cerros del pueblo a quemar sus pertenencias. La dirección que sigue el humo que desprende la quema vaticina el lugar del próximo en morir. Todas esas creencias poseen una carga importante y no pueden diluirse en el tiempo. Esa es mi más grande instrucción, la oralidad. Por otro lado, las lecturas que me propiciaron luces a la hora de materializar el libro no estaban relacionadas directamente con el mundo aymara. Por ejemplo releí a Ribeyro, sobretodo por el manejo del ambiente y las relaciones humanas en los barrios. Me interesó mucho el trabajo de un autor antofagastino llamado Rodrigo Ramos Bañados. No sentí mucha cercanía con el trabajo narrativo local en torno al tema. Intuí una especie de abuso de ideas en torno a la Pachamama y lo ritual, como si el solo hecho de ser aymara situara a la persona en un lugar privilegiado. En rigor me interesaba retratar una vida aciaga, con durezas, algo completamente real en donde los protagonistas no tuvieran nada de especial salvo la historia que debieron sortear. Por recomendación llegue a autores como Alfonso Alcalde y Cristian Geisse, de quienes también destaco la soltura, la distancia del formalismo. Narrar nomás, con fluidez; esa tarea me significó mayor aprendizaje.

-Pensando en la crisis social, tus personajes parecen ser de la misma clase social, pero aparecen diversos grupos etarios que hoy se buscan dignificar como a la tercera edad, mujeres vistas desde el deporte e incluso desde su faceta artística. Al parecer la escritura sirve para tensar las injusticias sociales. ¿Piensas en eso al momento de escribir?

Uno de mis principales objetivos, al escribir Senda Llacunes, era proponer una instancia para hablar de desmasculinización, de la pérdida de los valores ancestrales, y el abandono al que están expuestos los adultos mayores. Algunos por ejemplo, se quedan en pueblos fantasmas producto de la migración a la ciudad. Gente sola que rara vez recibe algún tipo de asistencia, salvo las visitas de rigor de programas que son precarios en cuanto a asistencialidad. De hecho, hay un cuento en Senda Llacunes que nace de la historia de un señor que todos los meses que hacía el viaje a pie desde Belén (el Belén del altiplano, no el lugar donde nació Jesús) hasta Arica. Se demoraba tres días. Contaba este señor que en muchas ocasiones se encontró frente a frente con un puma. Me preguntaba yo hasta qué punto la fuerza corporal le iba a dar para repetir esa empresa. Creo que la literatura debe asirse a algún tipo de convicción personal. Puede perfectamente provocar placer en el lector, pero las posibilidades de diseminar una postura o contribuir a generar conciencia, dependerán de que esta no se haya hecho en el vacío. En lo personal, me interesa seguir ese camino. No puedo construir sobre la nada y antes de escribir, me es necesario concebir hechos concretos de los cuales sostenerme. A partir de esto considero que la escritura perfectamente podría contribuir al despertar en el ámbito social, más aún si se le da tribuna a personas e historias generalmente ignoradas.

-Por último, en tu libro hay una idea de camino. Teniendo presente que la cultura Inca fijó mucho de estos recorridos y estancias hace cientos de años. ¿Cómo ves que se expresa actualmente ese pasado en la trifrontera?

Se expresa en la medida en que perduran tradiciones y hay un arraigo en torno a la tierra. Es decir, mientras la tierra, representada en la figura poderosa de la Pachamama, sea capaz de proveer de cosecha, esto dará pie a que personas se reúnan en torno a la comida, y la comida dará pie a la música y la danza, y así sucesivamente hasta completar un círculo perfecto que, por lo demás, está muy lejos de amilanarse ante preceptos como el patriotismo. La bandera de los pueblos aymaras es una sola, y se extiende más allá de la palabra Chile, Perú o Bolivia. No por casualidad es tan importante para estas comunidades el concepto de carnaval.

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