Por Matías Saá Leal
Franco Ibarra Amigo es Licenciado en Literatura Hispánica por la Universidad de Chile y actualmente cursa el Magíster en Literatura en la Universidad de Santiago. Este año (2024) publicó Aves que ya no están, un libro de poemas editado por Inti Ediciones, en el que aborda diversos temas como la violencia cotidiana, la política, la marginación social, la pérdida, el trauma, la memoria y la melancolía. Además, Franco es fotógrafo y emplea las imágenes como una herramienta estética que complementa y enriquece su escritura.
Matías Saá Leal (MS): ¿Cuáles fueron tus influencias? ¿Qué estabas leyendo cuando escribiste tu poemario?
Franco Ibarra Amigo (FI): Creo que justo en ese momento estaba leyendo Formas de volver a casa de Alejandro Zambra. Me acuerdo que fue un libro que marcó harto esa época, respecto a lo propio, la identidad, la voz personal, sobre todo en un tiempo de pandemia, que nos empujaba mucho a repensar los lazos familiares y los propios vínculos que tenemos. Me acuerdo que estaba escuchando harto rock nacional también. Acababa de descubrir a Tenemos Explosivos. Estaba escuchando Aspasia también, harto de rock nacional.
MS: ¿De qué manera la violencia política ha influido en la creación de tu poemario?
FI: Yo creo que la violencia política influye en todos los aspectos de la vida, y es un poco lo que quería mostrar con el poemario o que quería que estuviera como trasfondo. La violencia política siempre está: cuando vas a comprar el pan, cuando te relacionas, cuando te reúnes en una plaza. Es la que genera situaciones de marginación. Lo puedes ver en las formas que tiene el poemario, cuando hablamos de espacios físicos, territorios abandonados, cuando hacemos estos contrastes entre ciertos lugares de la población. Es un horizonte detrás del poemario. Hay una violencia palpable, visible, como un disparo o un golpe sobre el cuerpo. Pero también hay una violencia que genera marginación social, que empuja al individuo y no da posibilidades de desarrollo. Creo que esos dos niveles de violencia eran un trasfondo en el poemario.
MS: ¿Cómo crees tú que abordas la marginación social en tus poemas? ¿Y qué buscabas transmitir con ellos?
FI: Abordarlas es complicado, porque no sé si lo hago bien. Mi intención no fue nunca hacer un catálogo de la pobreza o una descripción de la marginación. Quería mostrar cosas, que se entendieran como el trasfondo. Me gusta mucho trabajar con lugares vacíos dentro del poemario. Por ejemplo, no mostrar la pobreza directamente, pero sí el abandono de edificios, terrenos baldíos, tumbas abandonadas. Todo eso nos da una idea de pérdida, de que algo pasó aquí. Esa era mi forma de mostrar la marginación.
MS: ¿Tú consideras que escribir poesía o cualquier tipo de obra literaria puede sanar la experiencia de violencia o confrontarla de alguna forma?
FI: Sí y no. Creo que la literatura es bien inútil en ese sentido. Escribiendo poemas o textos no nos salvamos de nada, no vamos a cambiar el sistema ni salvar el mundo. Pero la literatura tiene eso de ser una experiencia personal en la que cierta gente encuentra consuelo. No sé si en mi caso la escritura es terapia, pero sí siento que es una forma de mostrar lo que me preocupa y dejarlo en algún lugar. Así puedo alejarme un poco de eso.
MS: Respecto a este tema de la violencia y la marginación social, ¿hay alguna experiencia personal o colectiva que te inspiró?
FI: Creo que más colectiva que personal. Tal vez obviamente haya inspiración en algún aspecto de mi vida, pero la escritura tampoco es biográfica en ese sentido. No busco que este poema, por ejemplo, sea un reflejo de una historia que me pasó. No hay como esa línea directa de decir: “Ah, bueno, este poema es porque esta experiencia de vida lo marcó”. Sino que es una totalidad. Yo, como todo el mundo, viví la experiencia del estallido, de la marginación, de la pandemia. Son contextos sociales y políticos que nos empujan mucho a los márgenes y a replantearnos nuestra forma identitaria. Entonces siento que vengo de un tiempo bastante colectivo, y esa misma experiencia colectiva está aquí un poco. Es algo que le puede pasar a cualquiera. Nunca lo hice tan autorreferente o autoficcional, porque no creo que sea una forma en la que me guste abordar la escritura. Pero, obviamente, hay experiencia e inspiración. También creo que uno tiene que escribir de lo que conoce. Yo no soy muy bueno con la inventiva, entonces no podría escribir un cuento de algo que no sé o que no haya vivido. Pero, desde la experiencia, desde la pulsación inicial, el resto es todo ficción, es todo escritura, adorno.
MS: Sobre la melancolía, ¿qué significado tiene en tu obra? ¿La consideras un refugio o una carga?
FI: Un poco ambas, porque la melancolía es ambas cosas a la vez. En mi tesis trabajo al hablante melancólico desde una visión psicoanalítica de la poesía, bastante útil para analizar ciertos aspectos. Pero tampoco se trata de hacer psicoanálisis a todos los poetas.
En mi obra, sí considero que el hablante del texto es profundamente melancólico. Es alguien que no puede terminar de escribir, que no puede conectar, porque hay una ausencia que le impide seguir avanzando. En ese sentido, la melancolía es una herramienta para demostrar esas cosas. Si bien no creo que la escritura sea terapia, creo que, al poder ponerle nombre al objeto que se perdió, se puede completar ese círculo y resolver, en parte, la melancolía. Pero este hablante, creo yo, no lo soluciona. El poemario es profundamente melancólico y no resuelve nada. Es una exploración de esa tristeza y esa búsqueda constante de algo perdido.
MS: ¿Crees que la poesía permite transformar el dolor en algo bello?
FI: Sí, pero depende del tipo de poesía. No soy de esas personas que afirman que siempre transforma el dolor en belleza. Hay poesía que lo logra, pero también hay poesía que lo intensifica, que convierte el dolor en más dolor. Cada quien tiene su forma de abordar la escritura y sus problemas personales. Por ejemplo, la poesía de Piedad Bonnett no busca embellecer el dolor; más bien, se sumerge en él, redundando en esa sensación, y eso también puede ser una forma de aliviarse. Por otro lado, la escritura de Lemebel adorna mucho el dolor, lo transforma. Ambas aproximaciones son válidas, y nadie tiene una única respuesta al mundo o al sufrimiento.
MS: ¿Cómo describirías la relación entre el mundo y el hablante en tu poesía?
FI: El hablante se posiciona en un lugar muy frágil, a menudo relacionado con figuras de la infancia. No necesariamente es un niño, pero evoca constantemente ese recuerdo. Desde esa fragilidad, percibe el mundo como un lugar profundamente hostil, y se emparenta con las aves, que son seres frágiles. Esa hostilidad no es simbólica, sino una representación directa de la realidad. Hablamos de violencia sistémica, de violencia estatal, de inseguridad en las calles. Es el mundo en que vivimos. Aunque pueda haber adornos en la escritura, lo que aparece en el texto —vidrios rotos, disparos, cuerpos dañados— son problemas reales. A veces, el imaginario puede amplificar esa hostilidad, como el ruido de una tormenta o el viento fuerte que amenaza a las aves, pero son metáforas de los mismos problemas que enfrentamos nosotros. La poesía, en ese sentido, toma esa violencia y la plasma en un mundo hostil que no es otra cosa que nuestra propia realidad.
MS: ¿Cómo logras encontrar esperanza o resistencia dentro de este mundo hostil?
FI: Creo que lo consigo a través del autoconocimiento, entendiendo la hostilidad y aprendiendo a convivir con ella. Esto se refleja en el cierre del poemario, donde hay un intento de mejoría por parte del hablante. Si este es el mundo en el que vivo, entonces debo intentar arreglarlo en la medida de lo posible. Es como tomar la imagen de un edificio abandonado: puedes limpiar un poco ese espacio para hacerlo más habitable, más amable. Aunque el hablante del poemario es melancólico, incluso deprimido, al final hay un esfuerzo por mejorar, aunque sea desde lo personal. Primero se arreglan los problemas individuales, y tal vez, desde ahí, se pueda abrir espacio para que otros también encuentren algo mejor.
No es una visión grandilocuente ni de cambio global; más bien, es una resistencia pequeña y concreta, un acto casi íntimo de transformación.
MS: ¿Por qué decidiste integrar la fotografía dentro de tu poemario?
FI: La respuesta sencilla sería que soy fotógrafo, así que no podía imaginarme un poemario sin fotografías. Pero, más allá de eso, considero que la fotografía es una herramienta estética que complementa la escritura y permite abordar los mismos temas desde otra perspectiva. Cuando escribo, lo hago como quien toma fotografías. Estoy planteando imágenes, explorando sitios abandonados, el lugar del cuerpo en el espacio. Es una aproximación muy visual, que comparte preocupaciones con la fotografía, aunque esta sea más inmediata. Quise que las fotos fueran un acceso directo al imaginario del libro, mientras que los textos ofrecen una experiencia más calmada y reflexiva. Ambas herramientas, texto e imagen, dialogan entre sí para trabajar el mismo concepto, y su inclusión no es un adorno. Las fotos y los fotopoemas están cuidadosamente pensados y estructurados en función del texto, buscando cohesión y apuntando al mismo propósito.
El libro, en ese sentido, es una obra integral, donde cada elemento contribuye a construir una reflexión sobre el mundo hostil que explora.
MS: ¿Qué relación hay en tu poemario entre memoria e identidad?
FI: Hay una relación entre memoria e identidad que es bastante compleja. Cuando hablamos de memoria, la palabra tiene una carga política muy importante, especialmente en contextos como el de nuestro país. La memoria es un acto colectivo, un entendimiento que pasa entre generaciones, es un traspaso generacional. La memoria se ha mantenido viva gracias a las luchas de generaciones anteriores, y ahora tenemos la responsabilidad de retomarla y hacer un trabajo por perpetuarla. A nivel de lo personal, la violencia sigue siendo una experiencia presente, que se puede comparar con la violencia de la dictadura y la del Estallido, ya que ambas se relacionan con violaciones a los derechos humanos por parte del Estado. En mi texto, no quiero que sea solo una experiencia del pasado o de ahora, sino que busco mostrar que la violencia, aunque temporalmente separada, tiene un mismo origen y genera consecuencias similares. Quiero tratar la memoria en términos conceptuales, no vinculada a hechos históricos específicos, sino como algo que nos pertenece de manera colectiva.
Leticia (Contreras), en la presentación del libro, lo comentaba: que la violencia que se veía dentro del libro podía ser un disparo de hace 50 años o un disparo de ayer. Como que no había una línea que dijera: “Esto es de ahora o esto es de hace 50 años”. Y era un poco lo que buscaba en la construcción de este poemario, que no fuera una experiencia situada, porque la violencia no es una experiencia situada. La violencia es una serie de respuestas. No, respuesta no es la palabra, pero es una serie de consecuencias, a ciertos contextos sociales, que se ven plasmados en situaciones concretas y en momentos individuales. Pero no quería trabajar en los momentos individuales; quería que el trabajo del hablante fuera en torno a esta comunidad colectiva, a este problema generacional, a esta sociedad violenta. Creo que eso responde un poco a los dos apartados.
MS: ¿Cómo crees que el hablante puede equilibrar el pasado de esta melancolía?
FI: Como te comentaba, no creo que el hablante busque equilibrarlo, porque es un hablante muy atemporal. Entonces, creo que el hablante puede transitar por el tiempo; puede ser un hablante del pasado o un hablante en el presente. Como te comentaba, puede ser un acto de violencia de hace muchos años o un acto de violencia actual. Entonces, se equilibran en cierta medida dentro del libro, porque no se habla directamente de lo uno ni de lo otro. Bueno, tal vez hay un nombre cuando hablamos del texto Patio 29, que refiere directamente al memorial de los detenidos desaparecidos en el cementerio general. Pero, fuera de eso, no hay nombres, no hay lugares físicos. Me preocupé bastante de borrar esos signos que pudieran dar un sentido de pertenencia, porque quería que fuera transversal. Quería que estuviéramos hablando de conceptos, no de momentos. Por lo tanto, siento que se emparentan un poco dentro del texto, pero no es un ejercicio de intentar tomar la memoria del pasado y la memoria actual y juntarlas. Siento que se generan las condiciones para que el texto pueda hablar de cualquiera de las dos.
MS: ¿Qué proyectos tienes ahora? ¿Estás trabajando en otro poemario o algo relacionado?
FI: Acabo de terminar el segundo semestre del Magister, así que estoy pensando en la tesis. Estoy interesado en hacer una investigación sobre la obra de Raúl Zurita que explore la relación entre escritura, territorio y memoria. En el corto plazo, también estamos proyectando un taller de poesía chilena que se llevará a cabo en conjunto con Inti Ediciones.
Me emociona mucho hablar sobre poesía chilena. Además, ya terminando el semestre de mi Magisterhe estado escribiendo varios papers que podrían convertirse en publicaciones en el futuro. Ahora mismo, estoy más enfocado en escribir una crítica. Los papers eran sobre el CADA, el colectivo de acción de arte, y también sobre El Cristo de la Rue Jacob texto de Severo Sarduy, donde reflexiono sobre su escritura autobiográfica.
MS: ¿Qué palabras usarías para resumir tu poemario?
FI: En términos generales, diría: violencia, melancolía y afecto. Creo que la violencia no solo es un tema central, sino también el afecto, porque en las situaciones de violencia y marginación se genera un vínculo afectivo muy particular entre los marginados. Las aves, como las palomas, son un símbolo de esa marginalidad, ya que no son útiles para la sociedad en términos prácticos, y se las deja de lado, igual que a las personas marginadas. A través de ese vínculo entre el ave y la persona, se genera una respuesta directa a la violencia, pero también un espacio de afecto.
MS: ¿Tuviste otros títulos en mente para tu poemario?
FI: No, de hecho, yo escribo al revés. Primero tengo el título y luego escribo el resto del libro. Este título surgió de una reflexión que tuve al ver unas fotografías; me di cuenta de la ausencia del sujeto, de la falta de signos, y ahí nació la frase “aves que ya no están”. Hubo momentos en los que se sugirieron otros títulos más generales o llamativos, como uno más enredado, tipo “El pájaro que se fue de mi ventana una mañana de julio”. Pero al final me quedé con el título original porque siento que captura bien el espíritu del libro.
Qué buena reseña!!
excelente entrevista