Potosí (2017)
Ander Izagirre (1971)
Libros del K.O.
ISBN 978-84-16001-64-4
208 páginas
El boliviano Cerro Rico de Potosí, es y ha sido escenario del enriquecimiento y empobrecimiento de una indeterminable cantidad de personas. Fue uno de los más importantes lugares de extracción de minerales (plata principalmente) en manos de los conquistadores españoles y luego, cuando comenzó a extraerse el estaño tan necesario para la construcción de armamento, fue fuente inagotable de materia prima para sostener guerras, y en cierta forma lo sigue siendo.
Pero hoy, el Cerro Rico de Potosí, más allá del cúmulo inútil de cifras y millones de lo que sea, es un cerro a punto de derrumbarse por la explotación desmesurada de sus minerales. Y junto al desastre natural, está el desastre humano que ya ha ocurrido, que sigue ocurriendo incluso ahora, en las profundidades de sus túneles que se explotan con los mismos mecanismos de comienzos del mil novecientos.
“…porque en este túnel basta con abrir los codos para tocar la pared de la izquierda y la pared de la derecha al mismo tiempo, basta con levantar un poco el cuello para golpear el techo con el casco. Estamos dentro de una montaña. Alrededor de nuestros cuerpos hay unos pocos centímetros de aire y luego millones de toneladas de rocas compactas. Es lo más cercano a estar enterrado…” (página 8)
Potosí es la crónica de una investigación periodística llevada a cabo por Ander Izaguirre, que se detiene principalmente en la realidad humana que se entierra día a día bajo los túneles del Potosí, donde los hombres trabajan durante veinticuatro horas seguidas y se mantienen en pie solo gracias a la coca que van pichando, que les da fuerza y quita el hambre, y donde el trabajo infantil está regulado de tal manera para que pueda contratarse desde los diez años. Porque sí, bajo esas toneladas de roca donde los hombres no pasan más allá de los treinta y cinco años de edad sin resultar fatalmente enfermos por la silicosis o el llamado mal de la mina, con sus pulmones inservibles, también trabajan niños:
“En monedas y lingotes, en caravanas de mulas y en flotas de galeones, los españoles sacaron 35.578 toneladas finas de planta del Cerro Rico de Potosí entre 1545 y 1828, según el informe del geógrafo Pentland. Con la cotización actual de la planta, esa cantidad equivale a unos 17.000 millones de dólares. El ingeniero de minas y exministro boliviano Jorge Espinoza echa cuentas y explica que no es tanta cantidad para tanto tiempo, que no es suficiente para sustentar la fama de la riqueza extraordinaria de Potosí: el rendimiento era bajo, mucho mejor que el de las empresas mineras actuales. Pero el secreto de Potosí no era la plata. O no era solo la plata: era la mano de obra esclava, los costes de extracción muy bajos, el enorme margen de ganancias.
La riqueza de Potosí no era la plata. La riqueza de Potosí era el indio.” (página 25)
Pero el autor no se detiene en las cifras, que están ahí más que nada para complementar el relato. La narración más bien la conduce la crónica de la investigación misma y mayormente en el seguimiento de la vida de la pequeña Alicia, que vive con su madre Rosa, de 42 años y su hermana Evelyn, de apenas 4. Alicia, que solo tiene 14 y ya trabaja en la mina, vive a más de 4.400 metros de altitud (una altura donde ya casi no vive ningún otro ser humano) en una caseta donde su madre, así como tantas mujeres viudas de mineros, se encarga del cuidado de las herramientas de los mineros de las Cooperativas a cargo de la explotación de las vetas.
Y trabaja porque, tal como otros tantos niños, si no lo hace no coma.
“En el año 2011 el Gobierno boliviano calculó que había 3.800 menores trabajando en las minas. Cepromin apuntaba a unos 13.000”. (página 19)
La historia del Potosí —vemos gracias a esta desoladora investigación— es un poco la historia de todos nuestros países latinoamericanos, dedicados al monocultivo o monoexplotación de apenas algún recurso natural de los que depende toda su economía, sin que hayan podido crear —o que se les haya permitido crear— una real industria que produzca valor a través de la manufactura de bienes, ni siquiera de aquellos directamente ligados a sus riquezas. Porque lo que descubre Izagirre es algo bien sabido: así como lo es Bolivia, hay un puñado de países latinoamericanos que son inmensamente pródigos en riquezas naturales y, sin embargo, esas riquezas solo han permitido crear pobreza y hambre en quienes uno entendería que naturalmente son sus dueños y que viven de su explotación. Es, visto así, la historia del capitalismo en el mundo: la creación de ganadores y derrotados, la creación de la inequidad e injusticia por montones, donde unos pocos acumulan y otros son explotados:
“Gobiernos y agentes de bolsa especulan con las materias primas; en ese juego arruinan a países subdesarrollados; esos países aceptan las ayudas internacionales y sus condiciones para salvarse; por ejemplo, renuncian a intervenir en las relaciones entre las empresas y los trabajadores, renuncian a cualquier vigilancia, y así, al final de la cadena, una niña de 12 años entra a trabajar en la mina” (página 141)
Así resulta que Potosí, el departamento donde se ubica el riquísimo Cerro Rico de Potosí, el mismo que levantó alguna de las fortunas más enormes del mundo, termina siendo el departamento más pobre “del país más pobre de Sudamérica” (…) “Las personas que viven en las laderas del Cerro Rico son las más pobres entre las pobres. En los barrios de esta montaña, tres de cada cuatro niños sufren desnutrición crónica: algunos mueren, otros crecen mal, con cuerpos canijos y mentes sin desarrollar. Comen una vez al día, alguna sopa con un poco de arroz y unos pedazos de papas. Beben aguas contaminadas. Respiran polvo de metales. Duermen en el suelo con esteras y mantas, a más de cuatro mil metros de altitud.
Por cada mil nacidos en estas familias, 188 mueren antes de cumplir un año —cinco veces más que el promedio boliviano, diez veces más que el promedio latinoamericano, cuarenta veces más que el promedio europeo—. La mitad de los habitantes del Cerro Rico son analfabetos. Las mujeres tienen una esperanza de vida de unos 45 años; los hombres de unos 40.” (págs.. 39, 40)
El autor sigue el desarrollo de Alicia, se entera de la condición en la que viven las mujeres del Potosí, cómo los mismos niños lucharon para poder trabajar desde los 10 años y no desde los 14, como se quería limitar, porque si no trabajan no comen.
«Nosotros creamos el caos económico que se vivió en América Latina entre 1983 y 1988. Lo hicimos para conseguir nuestra misión: la privatización del sur». Son palabras de Davidson Budhoo, economista del FMI, diseñador de planes de liberalización económica para multitud de países africanos y latinoamericanos en esos años. (página 140)
Potosí de Ander Izagirre es un relato durísimo, que sostenido por una narración muy bien conducida, que hila los datos con una historia a escala humana, esquiva con destreza la frialdad de las enormes cifras y termina haciendo un retrato sencillo, de una niña pequeña, que trabaja en la mina, crece en la pobreza y desnutrición mientras sueña con salir de ahí, mientras lucha porque la dejen trabajar, porque solo así consigue comer, en tanto presencia como los hombres se embrutecen por el trabajo, el trago y unos pocos pesos que en sus manos parecen ser muchos, entregan su salud y su vida, y con ella se llevan las de las mujeres, muchachas la mayoría, que violan en los caminos pedregosos de esta enorme montaña. Es la historia de un yacimiento descubierto una y otra vez en su riqueza, primero en manos de los colonizadores que esclavizaron a los indios hasta la muerte, luego por un único hombre que se volvió más rico que Rockefeller en una época en que las grandes fortunas del mundo todavía eran detentadas por personas y no por megaempresas, que explotó a sus connacionales, y luego cómo esas propiedades pasaron a manos del Estado que, agobiado por las potencias extranjeras, terminó entregando a pequeñas cooperativas la explotación de esos mismos recursos, cooperativas en las que se enriquece apenas un puñado, que no pagan impuestos, y que funcionan bajo la misma lógica explotadora que las antiguas empresas.
Y lo más estremecedor de este relato, es la rápida conciencia que consigue produce el autor, de que esta realidad tan específica, la del Cerro Rico de Potosí, es trasladable a cuánto país que vive de sus materias primas, solo cambiando unos pocos elementos y algún grado de pobreza y explotación asociada. Es así como, Potosí de Ander Izagirre, se lee como una historia universal de la infamia de los pueblos explotados y, al mismo tiempo, como una crítica no solo al orden económico social mundial, sino que incluso a la incapacidad de la labor periodística para hacer algo más que mostrar aquello que ilumina, sin efectivamente cambiar nada en el mundo con su relato. Y es en ese consciente fracaso, es donde este relato importante, urgente, incluso adquiere ribetes de belleza.