Reseña remitida por: María Fernanda Rozas
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Trilogía sucia de La Habana (1998)
Pedro Juan Gutiérrez (1950)
Editorial Anagrama
ISBN: 8433910817
359 páginas
Precio referencial: $8500
Trilogía sucia de la Habana es un libro que a la vez entretiene y conmueve. Nos divierten aquellos detalles sabrosos que lo inundan por doquier. Su prosa es ágil y suculenta, y conmueve al traspasar la sensación de desesperanza y caos que caracterizan la sociedad cubana en plena mitad de los años noventa. El narrador, hasta entonces, un periodista común, casado y con hijos, ve su mundo desaparecer poco a poco. Los familiares le abandonan, los amigos de siempre también se disuelven en la nada, la realidad se encarga de desmantelar sus creencias. Ante la crisis, los cubanos echan mano a nuevos métodos de sobrevivencia en los que la moral inculcada por la Revolución, hasta entonces considerada como la única correcta, no tiene cabida. Pedro Juan Gutiérrez, como otros muchos cubanos, también decide sobrevivir y seguir adelante. Por todo esto, claramente, las pinceladas de la sociedad cubana que se presentan no están bajo una mirada pesimista.
Este autor desarrolla un sentido catártico en su libro que se ayuda con movimientos circulares del narrador, que no lo conducen a sitio alguno, lo que se manifiesta a través de la violencia de los sucesos y la fijación de un espacio literario fijo, que expresa un continuo deambular de un sitio a otro (el narrador se mueve por una azotea, un cuarto, un edificio en ruinas, una calle, una barriada), que viene siendo el mismo en la conciencia atormentada del protagonista. A través de la voz que estructura el relato, con claros tintes autobiográficos, se nos presentan historias que se bifurcan en viñetas, cuentos, relatos orales o narraciones que se asemejan al testimonio o a las formas de la literatura confesional. En todas, sin embargo, se siente la voz del autor muy cerca de la historia que está contando, de manera que hay un enorme collage en el cual la memoria, la vida y los incidentes que ocurren fuera del ámbito del narrador se confunden en su veracidad con la ficción, es decir, lo que aún entendemos por ficción: el relato autónomo y cerrado en sí mismo que no deja traslucir sus fuentes y que puede vivir aislado, como una burbuja.
Más allá de cualquier influencia, Trilogía sucia de La Habana está marcado por la corriente que se ha hecho llamar “realismo sucio”, que no es más que la exageración de los detalles viscerales, y que por momentos nos recuerdan la exageración morbosa del naturalismo, algo que en el libro puede visualizarse a través del exceso de ron, habanos, miseria y sexo por doquier, donde se desnuda completamente La Habana, esa Habana que ya deja de ser la de las postales y de los turistas, y que pasa a convertirse en la ciudad llena de pobreza y miseria por donde se la mire.
Quizás por esta razón, y naturalmente por un interés temático, el narrador describe con inusual crudeza las relaciones eróticas, los crímenes y la violencia del mundo marginal. La desesperación, y la agonía de vivir, quedan entrampados en un circuito cerrado. Este caos de sensaciones y sentimientos en pugna se ancla en la fría objetividad del narrador, quien vislumbra un absoluto desinterés de esos personajes por los problemas globales de la sociedad, y una absoluta concentración en ellos mismos. El personaje narrador tampoco escapa a ese juicio, o más bien a esa observación; vive entre ellos y acepta sus puntos de vista, aunque no siempre los adopte. A veces se alarma, pero no trasmite esa alarma, sino que se encuentra en un permanente estado de angustia.
Cuenta lo que ve, lo que hace o lo que escucha, y nada más.