Las indignas (2023)
Agustina Bazterrica (1974)
Editorial Alfaguara
ISBN: 9788420477169
192 páginas
Por Valeska Solar
Pasillos oscuros y silenciosos de un antiguo convento, una torre solitaria que alberga huesos humanos y cuerpos en descomposición, una casita al borde del bosque donde se escuchan alaridos de dolor, una “heroína” anónima que escribe a escondidas bajo la débil luz de una vela; todos estos elementos conforman la atmósfera de Las indignas, de la argentina Agustina Bazterrica, una novela que nos traslada magistralmente a un mundo oscuro, sombrío, terrorífico y, contra todo pronóstico inicial, posapocalíptico.
Publicada en el año 2023 tras el rotundo éxito de la autora con Cadáver exquisito, esta novela se sitúa en un contexto literario particular: la proliferación, en los últimos años, de narrativas del cono sur sobre el fin del mundo, con énfasis en la especulación sobre cómo sería éste después de la catástrofe. Para Bazterrica, este mundo ‘después del fin’ tiene tintes góticos y está marcado por la violencia y la misoginia internalizada de un grupo de mujeres que vive en la llamada Casa de la Hermandad Sagrada, un ex monasterio. En este lugar, son lideradas —o más bien sometidas— por la figura de la Hermana Superiora, una mujer sádica y cruel, que es subyugada, a su vez, por Él (con mayúscula, el único hombre del lugar), quien decide quiénes son las Indignas, no dignas de ser escogidas para pasar a la anhelada categoría de las Elegidas, quienes se separan del grupo y cruzan una misteriosa puerta a, suponen, una vida mejor. Cada una de ellas ha llegado allí escapando de un mundo exterior que, como nos enteramos a medida que avanza el relato, ha sido devastado por la crisis climática, una catástrofe que ha dejado a su paso escasa fauna, ahora tóxica, y una naturaleza envenenada que amenaza a los sujetos. La narradora, que no recuerda cómo llegó allí en un principio, escribe a escondidas en su celda con la tinta que dejaron los monjes que solían vivir en el lugar, intentando relatar su día a día, que transcurre entre quehaceres, penitencias y castigos sacrificiales, a menudo autoinflingidos por las mujeres para ganarse la venia de la Hermana Superiora y Él.
Lo interesante de esta novela no es solo la construcción de un mundo posapocalíptico hermético, donde solo existen mujeres y no parece haber rastro del mundo real como lo conocemos; más bien, es que este mundo posapocalíptico está construido a partir de elementos propios del gótico tradicional, imágenes de torres acechadas por espectros de monjes muertos, conventos oscuros, fríos y misteriosos, bosques donde se esconde el peligro y lo prohibido. A su vez, a partir de ellos se construye al antiguo monasterio como un espacio liminal, entendiendo la liminalidad como un momento de tránsito entre un estado y otro, ambiguo e indeterminado por definición, según Víctor Turner, que genera sensaciones de extrañeza e inquietud. En la Casa de la Hermandad Sagrada, particularmente, predomina la ambigüedad; es un lugar de tránsito entre un estado y otro —el pasado catastrófico y el futuro incierto—, rodeado por muros que lo separan de un mundo exterior tan desconocido como amenazante, situado en el ‘fin de los tiempos’ o el ‘fin del mundo’. Todos estos elementos contribuyen a crear una propuesta novedosa sobre lo que podría pasar ‘después del fin’; una visión del futuro en clave gótica, donde la inquietud y el terror son propiciados tanto por el estado del mundo poscatástrofe como por la liminalidad del espacio, y donde, constantemente, tenemos la sensación de que algo pareciera estar fuera de lugar —o fuera de tiempo—.
Por otro lado, la historia misma es construida de forma liminal, marcada por la indeterminación y la ambigüedad. La narradora no recuerda bien cómo llegó allí ni sabe cuándo ni cómo se irá. Esta sensación de extrañeza e inquietud, permanente y progresiva, es provocada por este desconocimiento de la narradora sobre su pasado, quien escribe para “recordar quién era yo antes de llegar a la Casa de la Hermandad Sagrada (…) No lo sé, algo se quebró en mi memoria que no me deja recordar.” (19). Tras recordar parte de su pasado, lo tremendo de sus recuerdos provocan sensaciones de inquietud que van en aumento hasta la revelación de los más grandes traumas de la narradora. Estas sensaciones son potenciadas por la escritura misma del texto, que nos empuja hacia la incertidumbre: “Alguien grita en la oscuridad. Espero que sea Lourdes”(10), comienza, sin indicar quién es, dónde están, por qué grita. Asimismo, nos sitúan de lleno en un mundo de complejas jerarquías y categorías, donde hay además de Indignas hay Iluminadas, Elegidas, Aura Plena, etc., sin mayores explicaciones de quiénes son cada una de ellas o cómo se puede pasar de una ‘categoría’ a otra, más allá de cumplir con ciertas labores y sacrificios antojadizos. De este modo, la historia misma está situada en un momento que está simultáneamente, como señala Turner, en y fuera del tiempo, un tiempo indeterminado entre dos destinos, que no pertenece totalmente a uno ni otro, cuyo aspecto inquietante amenaza las certezas sobre la realidad de los personajes y el lector.
Ahora bien, a pesar de toda la oscuridad, violencia e inquietud, la autora parece querer recordarnos que, incluso en los momentos más terribles, suele haber una luz de esperanza: Lucía, la última sobreviviente del mundo exterior que llega al exmonasterio, representa para la narradora una luz al final del camino. Como las luciérnagas de Pasolini simbolizando la esperanza en tiempos de fascismo, Lucía llega a renovar la fe de las habitantes de la Casa de la Hermandad Sagrada, y nos recuerda, tanto a nosotros, lectores, como a la narradora anónima, que ninguna certeza es absoluta.
Con todo, Las indignas se construye como una interesante propuesta posapocalíptica que toma aspectos del terror gótico más tradicional, para enfrentar al lector a un mundo crudo, violento y oscuro, que plantea como escenario posterior a la catástrofe un mundo marcado por la misoginia y la violencia de género. Es, en fin, una historia que apela a elementos que nos resultan familiares —la estructura religiosa, los elementos del gótico, la mención de un mundo exterior potencialmente similar al nuestro—, extrañamente familiares, cuya liminalidad interpela nuestras certezas sobre este tipo de historias posapocalípticas, y que nos hace cuestionarnos la posibilidad de la esperanza en tiempos de crisis.
