Mi formación literaria inicial, como la de muchos de mi generación, fue el ritual del animé por televisión abierta de los 90’ y 2000. No tenía libros en la casa ni nada que se le pareciera y la ficción me entró a las venas a través de la pantalla, en dos dimensiones. Ese mundo fascinante y extraño, lejano y hermoso se volvió muy cercano, familiar y palpable para mí recién en 2020, cuando un chileno, Saikomic, ganó el Premio Tezuka, el hito más importante del manga latinoamericano. En el jurado estaban los grandes creadores de Japón: Eiichiro Oda, Akira Toriyama, Takehiko Inoue, Kōhei Horikoshi. Antes de eso, creo que la mayoría seguíamos teniendo contacto con este mundo a través de internet viendo animé y leyendo manga de fansubs.
Tuve la fortuna increíble de poder publicar el trabajo de Saikomic. Tuve la aún mayor fortuna de conocer y adentrarme poco a poco en el mundo del cómic y manga nacional. Gracias a Saikomic me convertí en editor de cómics. Rima pa linda.
Yo no sabía que existía el manga chileno antes de Saikomic. Creo que la mayoría de la gente interesada en la cultura manganimé tampoco. Hay nombres perdidos, editoriales, autores y autoras muy importantes. Existía el manga chileno. Y hace rato, pero harto rato. Nunca le atribuí a la editorial en que trabajo el descubrimiento del manga chileno ni de nada. En Chile se dibuja manga hace varios años. Y se publican obras extraordinarias. Nuestro país debe tener a los dos mangakas más importantes de habla hispana: Paulina Palacios y Saikomic. Pero es injusto personalizar el panorama en dos nombres. El ecosistema del manga chileno es muy diverso y de gran calidad, tal vez uno de los grandes fenómenos editoriales de los últimos años.
Me parece injusto y poco responsable gritar en redes sociales lo contrario. Me parece caradura pedirle a la nueva generación, que se está formando sin todas las trabas que tuvieron aquellos y aquellas que se atrevieron a dibujar y publicar mangas en tiempos adversos, en tiempos que nadie los pescaba, en tiempos en que cargaban con todos los prejuicios y el menosprecio, que ahora que son casi el centro del mundo del cómic nacional tengan que dibujar la “gran obra”. El contexto editorial chileno y latinoamericano es precario. No hay un solo dibujante estilo mangaka de los nuevos que se afilie a una escuela, una editorial o una comunidad que lo formó en su trabajo. Todos y todas son autodidactas. Aprendieron solos, surgieron como generación espontánea. Incluso los que llegaron a Webtoon y trabajaron con editor, primero debieron llegar a un nivel casi de profesional para estar ahí. Absorbieron los aprendizajes por osmosis: leyendo, dibujando, leyendo, mirando tutoriales, videos de ilustradores, mangakas, comiqueros, recogiendo consejos por aquí y por allá, recolectando sus aprendizajes de todas partes. Es obvio que dentro de ese camino lo más natural es copiar lo popular. Es evidente que dentro de ese camino los primeros intentos de crear no fueron los mejores. Se nota la evolución y la evolución nos demuestra el trabajo y la persistencia de los que siguieron, a pesar de que no había mucho que ganar.
Es un patrón repetido en quienes se dedican al arte: la mayoría no lo hace por plata o éxito. Tal vez algunos se mareen con el resplandor y la majestuosidad de los mangakas que venden millones de copias, que se están comiendo al mundo. Y sueñen con llegar a eso. Pero la mayoría se ve con los pies en la tierra.
Como editor, puedo corroborar el fenómeno del síndrome del impostor: los mejores son los que más inseguridad tienen de sus obras y trabajan para acallar sus dudas internas. Y lo contrario, los que padecen del Dunning-Kruger, gente que sobreestima sus habilidades y conocimientos y cree que con el esfuerzo mínimo ya llegaron a algo valioso. Que en el ecosistema circulen autorías y obras tan diversas enriquece muchísimo, pero también nos debe llevar al equilibrio. No somos una potencia mundial en manga y cómic, pero tampoco somos aldeanos que están descubriendo cómo contar historias. Si vamos a hacer juicios, al menos tenemos que preocuparnos de tener un panorama, de leer, de evaluar, de no exigir con el sesgo tan marcado de lo que ME gustaría ver publicado y dibujado.
Chile en manga tiene un Premio Tezuka, dos medallas de Bronce en el Manga Award, una medalla de Plata, dos Premios Norma de manga, autoras publicadas en más de un país, una autora con cientos de miles de ejemplares vendidos, un emergente mercado de manga nacional, autores publicando en Francia, una comunidad potente en la plataforma de Shūeisha (Manga Plus Creators), con dibujantes que se asocian, se autoeditan, se apoyan y difunden. En la misma plataforma varios chilenos han ganado premios mensuales (que implican premio en dinero y aparecer en la versión japonesa de la plataforma), ¿hay algún otro país de Latinoamérica con esos pergaminos?
Lo que se viene, me parece, son obras cada vez más interesantes, más diversas en estilo y género, ambiciosas. Nos tocará ver como la aparición del manga chileno se transforma en explosión. Toca educar a lectores y lectoras en la convivencia de los grandes mangas japoneses con las creaciones locales. Darles a conocer las obras ya publicadas de shonen de pelea, ciencia ficción, cultura chilena, grandes sagas, la ciencia ficción, la fantasía épica, la espada y brujería, el cyberpunk megalómano, el misterio y el policial, el horror y la ultraviolencia. Porque todo eso ya está. La diversidad está. La ambición. La experticia. Solo falta leer. Apréndale a Chile en Viñetas, que se lee todo lo que se publica en Chile. Y después hagamos juicios. Una crítica constructiva quiere decir que lo que está se puede mejorar. Sí, siempre hay margen de mejora. No nos instalemos como jueces de un panorama que no conocemos tanto como creemos. Aplaudamos a quienes con los pocos recursos, el poco apoyo, solo con trabajo y constancia destacan tanto que encandilan al resto. ¿Tal vez sea eso lo que molesta?