 Infamias
Infamias
Karo CP
Editorial Asterión
120 páginas
Por Nicolás Poblete Pardo
Este volumen, aunque breve, consigue cursar una serie de denuncias, siempre desde un foco que presta especial atención a aquellas violencias que oprimen a minorías y sujetos periféricos o disidentes. La autora, que también es dramaturga y guionista, encuentra puntos de cruce entre las disciplinas para su propio desarrollo de trabajo: “Todas ellas pretenden lo mismo: compartir un relato. La dramaturgia y el guion me ayudan a darles voz y coherencia a los personajes; la microficción me enseña a encontrar lo simbólico”.
En los relatos de Infamias vemos cómo lo cotidiano da un giro inesperado que sobresalta nuestra expectativa de resolución, como ocurre en el primer cuento del volumen, “Tacones para un final”, cuyo título revela el juego textual que reserva como conclusión. La tónica aquí es repasar “las formas más crudas del comportamiento humano”. El resultado es un duro repaso por “las peores aberraciones que se esconden tras rostros comunes que bien podrían pasar junto a nosotros”.
Una víctima sin nombre en “El preferido” nos describe el trauma que aún cargan los cuerpos que pasaron por una de las estaciones de dolor y tortura más terribles de nuestra historia: la Villa Baviera, que se distingue a pesar de no ser nombrada textualmente. En este relato hay una ceguera que se transmite en la experiencia de lectura: ¿quién es la víctima? ¿Qué ocurre cuando no podemos poner nombres o no podemos nombrarnos a nosotros mismos? ¿Cómo se conforma una identidad si se nos ha arrebatado lo más esencial de nuestra voz? ¿Cómo rendir homenaje a aquellas anónimas voluntades que asisten al protagonista? Este intentará elaborar su dolor, pero no sabemos si lo conseguirá: “No dirá su nombre, no necesitará hablar. Nunca volverá atrás”.
“En su propia ley” se centra en el abuso del poder eclesiástico, entre curitas y sacerdotes que invocan a Dios, y este escenario también es motivo de otro relato: “Sagradas razones” revela el aterrador cruce entre religión y crimen por boca de un asesino conflictuado por su homosexualidad, que ha sido moldeada por su contexto educacional religioso. El protagonista comparte: “Lo conocí cuando inicié la catequesis para mi Confirmación. No mentimos: yo tenía claro que él era el sacerdote confesor y él sabía de mis quince años. Fuimos pareja. Eso éramos. Yo lo amaba y pensé que él a mí, también”. Pero el sacerdote repudia el cuerpo ya maduro del protagonista, que cursa cuarto medio, como le explica cuando éste lo soprende con un chico menor en el confesionario. Esto lo lleva a cometer su crimen y como el adoctrinamiento ha calado hondo, su razonamiento exculpatorio se deriva de la misma ideología: “Quizás fue Lucifer quien me inspiró y, como no me arrepiento, entonces sí, soy satánico”.
Otra línea interpela a las clases sociales y cuestiona las ventajas de minorías dentro de estas clases, así como los niveles de impunidad de los que gozan según su escalafón. En “Tolerancia”, por ejemplo, se impone la clase social por sobre el impulso homosexual. Lo que importa son las apariencias: parecer hombre, evitar parecer afeminado. Se repudia al gay femenino porque ofende el mandato masculino, y, en la mente fascista de la voz narrativa, debe ser corregido con violencia; el contrapunto viene en la siguiente microficción, donde lo que se repudia y también debe ser atacado con violencia, es la evidencia masculina en una mujer.
Las relaciones, o más bien los “combos” de normatividad que impone como ofertas ready-made la sociedad (pareja, familia, clubes), no garantizan la protección que prometen; en realidad resultan en fiascos, cuando no en directa degradación para el individuo, avasallado y depredado en el proceso de educación (ideologización y adoctrinamiento). En “Manutención” Franca, la protagonista, comprende el fraude en el que se encuentra con su pareja narcisista y decide emprender su camino de independencia profesional, y en “Aprender a leer” una mujer lamenta su instrucción, porque su padre le ha impedido estudiar medicina, como ella quería, y le enseña a escribir a su hija, pero su bagaje no puede sino afectar su metodología, perpetuando un saber jerárquico y una feroz disciplina en su progenie.
“Transmutar en la vieja higuera” indaga en emociones como la ternura, la gratitud y el asombro, y la confrontación unida a la denuncia que caracteriza a todos los cuentos, adopta un tono más lírico: “Parpadeo porque los ojos se me secan de tanto investigar. Me duele el cuerpo, que ya no recuerdo cómo funciona. Sé que hay algo que perdí en este lúgubre interior”, leemos por boca de la narradora, que rinde homenaje a su abuela, quien representa la posibilidad de un matriarcado. “Siento como un desgarro de la piel, la extirpación de una esencia que esta chiquilla sentada tan cerca aquí a mi lado, linda como la juventud, me hace presente”, dice. Y finaliza: “Porque no sé. No sé. No sé qué responder. No sé quién es ni quién soy. Aunque lleno de verde mis ojos, ni siquiera sé qué es lo que perdí”.
En el budismo la higuera simboliza el aprendizaje, la iluminación espiritual. Es lo que sugiere este cuento, matizado por sabiduría y el lado positivo del conocimiento visto como un refugio. Esta reivindicación se potencia en “Las Soñadoras”, donde también se enarbola la figura de las abuelas, que promueven un involuntario, sabio, arcaico ejemplo de virtud: “Las Soñadoras, a sabiendas del poder del que somos poseedoras, debemos proteger el linaje para sobrevivir y asegurar nuestra permanencia en la tierra, por lo que debemos elegir muy bien con quién procrear. Somos estrictas en escoger al hombre que nos instalará su semilla. Así que puedes estar tranquila, que pese a esa mezcla, nuestro ancestro era un buen hombre, de aquella nobleza que verdaderamente importa”.
“Jamás su semejante” es otra narración que aprovecha el fino oído de la voz narrativa, que capta gestos, monosílabos, expresiones mínimas para explorar de modo sintético el masoquismo de una hija que sigue buscando la aprobación y el cariño de un padre anciano que depende de ella, y que la humilla sin piedad, víctima de una culpa inexplicada. El volumen está traspasado por la violencia ejercida en el léxico y que, mayoritariamente, caracteriza la masculinidad tóxica, la exhibe. Es lo que vemos en la perspectiva de niñas que experimentan abusos sutiles y no tan sutiles por sus parientes hombres mayores. Pero también la misoginia proviene de las mismas mujeres, que han sido adoctrinadas con disciplinas diversas. En “Rec” una madre observa cómo su hija se viste, coqueta, y le confiesa: “Nunca quise ser madre. Menos de una mujer. Son complicadas y todo se les hace cuesta arriba”.
La violencia es tanto física como sugerida en la manifestación de conflictos internos, psicológicos. En “Cena familiar” se gestiona la escasez de alimentos rompiendo tabúes ante la posibilidad de una recompensa largamente esperada, gracias a la contribución literal de carne masculina, y en “I’m Madonna” se juega con las ilusiones del transformismo para revelar la melancolía que hay detrás del acto de imitación. Dentro del circuito de liberación sexual encapsulado en una discoteque cuica, las jerarquías siguen reinando. La heterotopia de la disco asegura el simulacro de tolerancia ante la diversidad, y los disfraces no consiguen transitar hacia una identidad más genuina, pues la copia, por más convincente, siempre es copia y, como sabemos gracias a Walter Benjamin, la copia ha perdido su aura y resulta ilegítima. La parodia de ser Madonna, más que cómica, resulta trágica. La venganza, en forma de violencia física, se sigue asociando al cuerpo masculino y, en la conclusión de ese relato, vemos que Madonna muta en Sean Penn para armarse de valor masculino y golpear como hombre.
En fin… un conjunto de cuentos provocativo y muy recomendable, sobre todo por la urgencia que proyecta en sus denuncias sobre la sociedad, las clases sociales, las poses en las militancias, la violencia inter-grupal, los estigmas de género y la transversalidad de la que gozan los prejuicios.
Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis). Es autor de varios libros, entre ellos de las novelas No me ignores, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión, Corral y la recién publicada La casa de las arañas.

Solo queda leerlo, la reseña de los cuentos abre el apetito.
Gran narradora, Karo CP