Nicolás Pérez Ferretti comenzó a traducir por casualidad, después de estudiar Historia y realizar un magíster en el Reino Unido. De vuelta en Chile, sin tener claro su camino, un conocido con una editorial le ofreció traducir un libro. La experiencia le gustó tanto que decidió profesionalizarse formalmente en traducción, lo que marcaría un punto de inflexión en su carrera.
Desde 2017 se desempeña como traductor autónomo inglés-español en los ámbitos editorial e institucional. A la fecha, ha publicado 15 libros con ocho editoriales distintas, traduciendo tanto ficción como no ficción, con un interés particular en obras literarias con densas referencias culturales e históricas. Su portafolio incluye autores como Philip K. Dick, Oscar Wilde, Mark Twain, Bernard Shaw, Sam Pink, Lafcadio Hearn y Juza Unno, además de textos académicos e históricos como El mundo rodeado de Francis Drake, Las siete vidas del neoliberalismo de Dieter Plehwe y otros y Recabarren y el movimiento obrero en Chile de Fanny Simon.
Nicolás enfatiza que, si bien su formación como historiador le entregó herramientas clave como la capacidad de investigación y el análisis contextual —especialmente útil para abordar textos complejos o antiguos—, lo que realmente consolidó su oficio fue haber cursado un programa especializado en traducción. “Nunca basta con ser escritor, humanista o investigador”, señala, destacando la importancia de una formación profesional para asumir con responsabilidad la labor del traductor.
Actualmente, dirige Editorial Telúrica, un proyecto fundado a fines de 2024 que le permite continuar expandiendo su trabajo como traductor y editor. Desde ahí ha traducido y publicado obras fundamentales de la literatura japonesa, inglesa y norteamericana contemporánea.
Descubrió a Sam Pink por una publicación del escritor Christopher Rosales, quien se quejaba de las traducciones “argentinizadas” de su obra. A partir de ahí leyó Person y quedó enganchado, hasta convertirse en un fan absoluto. Leyó todos sus libros y quiso traducirlo por iniciativa propia.
Primero tradujo a Sam Pink para la Editorial Viuda Negra (Ficciones fantásticas) y luego, a través de Telúrica —la editorial que él mismo fundó—, publicó Kétchup. Así nacieron estos dos libros “hermanos”. Sam Pink, según Nicolás, está muy contento con su recepción en Chile.
Si fue divertido leerlo, me imagino que traducirlo también fue muy divertido. ¿Fue así?
Sí, fue así.
A ver, Sam es entretenido de traducir porque hace cosas que resultan desafiantes para el traductor. Por ejemplo, al igual que muchos escritores contemporáneos, él escribe a los personajes tal como habla la gente común. Así como un chileno puede decir «estás chalao» o «sale pa’ allá», él también trabaja mucho la fonética y la forma de hablar de los distintos acentos de Estados Unidos, de las minorías, de las clases trabajadoras. Y claro, casi toda la narrativa de Sam Pink gira en torno a su experiencia como trabajador y las personas con las que trabaja, que obviamente no hablan como si fueran de la Real Academia.
Entonces, uno de los mayores desafíos fue encontrar la forma de replicar esa autenticidad del habla en español. Porque podríamos haber hecho que hablaran como campesinos chilenos, pero Sam no estaba de acuerdo con eso: decía que tenía lectores en toda Latinoamérica y que quería que fuera comprensible para todos. Así que, más que usar chilenismos, lo que hacíamos era que los personajes se comieran consonantes, por ejemplo: «cansao» en vez de «cansado». Ese tipo de habla popular funciona de forma bastante transversal en el continente.
La parte auditiva del acento es interesante, porque probablemente un argentino lo va a imaginar de una manera, un chileno de otra, pero todos van a captar que se trata de personas comunes y corrientes, que hablan como tal.
Además, como gran parte de la trama ocurre en la cocina, hay numerosas referencias a la gastronomía local. Quizás nos detuvimos a explicar que el chili es un tipo de guiso, pero tampoco tenía sentido dedicarle una nota a cada sandwich.
Otra cosa entretenida fue el nombre del patito. En inglés se llama Bedhead. Eso es como lo que tengo yo hoy: cuando te levantas y tienes el pelo parado por dormir sobre la almohada. Pero lo que descubrimos es que a Sam le gustan mucho las palabras que repiten sonidos.
Bedhead repite la e, Hotrod repite la o, y así. Entonces yo le preguntaba a Sam: «¿Qué te importa más, el significado o la sonoridad?». Y él me dijo que le encantaba la fonética. Como Bedhead no dice nada en español —ni cómo se pronuncia, ni qué significa—, teníamos que buscar otro nombre. Pensamos en «Chascón», pero era demasiado local.
Finalmente elegimos Jopo, porque mantiene la repetición de sonidos que le gusta al autor y tiene sentido dentro del libro: otro personaje le dice «Elvis», y le explicamos a Sam que un jopo era ese peinado clásico de los años 50. Y Sam nos dijo: I love it, it’s even better. Le encantó.
¿Y por qué el patito se volvió tan importante?
En la editorial hubo una especie de fascinación con el personaje del patito que se escapa del estanque y que hace que la comunidad se una para devolverlo. De hecho, la primera portada de Kétchup era un primer plano del patito con su jopo. Pero claro, se confundía mucho con un libro infantil, porque los patitos tienen ese aire tierno o teatral, así que tuvimos que tomar otras decisiones. Aun así, fue un proceso creativo interesante y el ilustrador tiene todo tipo de mercancías de Jopo.
Sam Pink construye a sus personajes: figuras marginales, entrañables y realistas, como Ronnie, un hombre que perdió su fortuna en 2008, cayó en el alcoholismo, desarrolló diabetes y perdió una pierna; o Mack, dueño de una tienda de camping tan pequeña que parece existir solo para que él tenga dónde sentarse. Aunque son personajes estadounidenses, a Nicolás le evocan escenas locales, como la de un hombre mayor vendiendo cosas en el centro, lo que refuerza su percepción de que Pink crea personajes universales, cercanos y profundamente humanos.
¿Por qué decidiste traducir específicamente esta novela sobre un hombre que trabaja cocinando, con personajes tan reales, pero a la vez tan absurdos?
Mira, ríete, pero ese tipo de tiendas como la de Mack —que en verdad funcionan en el fondo del garaje de una casa— acá en Concón se ven harto. Tienes señoras que el domingo levantan la cortina y tienen su tienda de ropa o un kiosco, y después en la semana desaparecen. También son comunes los restoranes familiares, usualmente de empanadas, en que todos hacen de todo y siempre reciben a los mismos comensales.
Y bueno, me gusta todo lo que hace y valoro que haya forjado su carrera a costa del sudor: de trabajar y escribir sobre el trabajo. Cabe mencionar que ha tenido un cambio en su escritura: al principio era todo más oscuro, más psicótico, muy callejón, muy Bukowski. Pero en Kétchup se le nota contento, alegre. Ha aprendido a tomarse la oscuridad con humor. Y cuando hablamos sobre qué libro traducir, él mismo recomendó ese, porque a sus lectores les encantó y porque, según él, es su obra más luminosa. La novela se basa en la idea de que en este incesante trajín que es la supervivencia, todas las personas tienen algo que los hace especiales. Así que sirve perfecto como puerta de entrada a su estilo.
¿Y los personajes? Porque son entrañables, pero también rotos, medio patéticos, y aún así muy reales.
Totalmente.
¿Qué fue lo más complicado de traducir hasta ahora? Porque, claro, hay frases muy cortas, hay algunos fragmentos que parecen casi un poema. ¿Qué fue lo que más te costó a ti?
Pink tiene ciertas oraciones que repite exactamente igual a lo largo de la novela como “en este incesante trajín que es la supervivencia” o “las cosas vienen una tras otra”. ¡Pero el español es más preciso semánticamente que el inglés! Entonces, a veces, teníamos que usar palabras más vagas para que una misma frase calzara en todos los contextos por igual.
En todo caso, más que una frase o palabra difícil, lo más complicado siempre es armar una buena estrategia de traducción. O sea, antes de empezar a tipear, uno tiene que decidir cómo va a enfrentar el texto. Y con Sam Pink el gran desafío era traducir lo cotidiano, lo informal, sin caer en chilenismos ni garabatos, porque él casi no usa. Incluso a veces censura con corchetes, y eso venía así de fábrica. Además de las repeticiones estratégicas, que ya mencioné.
También está esa cosa genial que tiene Sam de describir algo sin nombrarlo —como Pokémon o Star Wars— y uno sabe enseguida de qué está hablando. Tiene una habilidad excepcional y hay que ingeniárselas para replicarla. Pero lo más complejo, yo diría, fue lograr que los personajes sonaran reales. Son muy particulares, y uno intuye que están basados en gente que él conoce, porque aparecen en más de una obra. Como Mack, el loquito de las armas, que es casi un clásico en su universo. O Rose, la vecina de tercera edad que se compra tremendo auto porque cree que va a ser el último.
Y claro, ahí uno se pregunta: ¿cómo hago que estos personajes suenen creíbles en español, siendo que vienen de otra cultura? El Estados Unidos de Pink no es el que nos suena por Hollywood. Y en Chile no tenemos esa fijación con las armas de fuego y Sam a veces les dedica cuentos enteros. Entonces, había que lograr que eso no se sintiera forzado, pero tampoco perder la rareza que tiene su estilo.
¿Qué tipo de lector chileno te imaginaste que va a leer esta obra? Por ejemplo, en La Furia, ¿qué tipo de lector llegó a preguntar por el libro?
Mira, irónicamente, uno pensaría que a Sam Pink lo va a leer gente más alternativa, la que está en la última chupada del mate literario, pero, en realidad, la mayoría de la gente que agarró el libro en La Furia ni conocía al autor, ni a Bukowski ni a Vonnegut a ninguna de sus influencias. Les llamaba la atención la portada o reparaban en los párrafos cortitos, que a simple vista lo hacían parecer poesía y cuando les contábamos la trama, les parecía cercana, entrañable.
Una vez lo compró una chica que trabajaba en cocina, y subió el libro a Instagram diciendo: «Este es el único libro que realmente captura la esencia de mi trabajo». Y eso a Sam lo emocionó mucho. Porque aunque la crítica estadounidense lo alaba bastante, y lo han traducido en todos los continentes, me da la impresión de que a él no lo mueve el reconocimiento. A Sam genuinamente le interesa conectar con personas comunes que hacen trabajos comunes.
Entonces, como editorial, uno espera eso: que el libro llegue a gente que se vea reflejada, que diga «¡soy yo!». Aunque también ha pasado que lo compra gente muy lectora, que conoce a Sam por otras ediciones o porque sigue de cerca el movimiento alternativo gringo. Pero lo que más nos emociona es lo otro: que llegue a alguien común y corriente y diga «esto se parece a mi vida».
Tú me hablabas de Bukowski como referencia, Bukowski llega a un público súper amplio en Anagrama, también ocupa harto espacio en la librería, ¿tú crees que Sam Pink llegue a todo ese público al que ha llegado Bukowski?
Mira, sería loquísimo. Sam tiene sus fans. Se lo considera escritor de culto porque tiene mucha gente que lo adora y marcó un antes y un después en la literatura estadounidense, pero no es un escritor bestseller. No es como, no sé, Isabel Allende, que todos la conocen. No sé si Sam pueda alcanzar esa masividad, especialmente si quienes lo publicamos somos editoriales independientes como nosotros. Pero sí sería bonito, y yo creo que también es mi trabajo como editor, no sólo como traductor, hacer que el autor llegue lo más posible.