Dolores o la inutilidad de todo (2014)
Ignacio Borel (1978)
Emergencia Narrativa
119 páginas
El género policial negro tiene muchas formas de presentarse. Algunas en donde el mal es constante y ambiental, podría decirse (L.A. Confidential, por ejemplo), otras —el formato clásico— donde el crimen preside toda la acción, y algunas como Dolores o la inutilidad de todo donde el acto acelerante antecede y a la vez desparrama sus consecuencias a cada acto y personaje en él involucrado.
Hacia el final de la última dictadura chilena, el dueño de una armería (Bachmann, filonazi) organiza un robo al banco donde trabajó, junto a Luca Cordero, su único empleado, y el delincuente pretendidamente sagaz Wilson Equis. Luca contacta a su hermano Romano y su pareja Dolores, que dejan el vagabundeo en Europa para volver a cometer este atraco. A través de capítulos narrados en forma coral como testimonios o entrevistas orales, se construyen los personajes, se relatan los detalles del fracaso de la operación (que al inicio ya se anuncia) y se muestran las consecuencias que cada personaje sufrió.
Resulta interesante cómo Borel consigue perfilar a cada uno de los personajes, siendo hablados por otros, recalcando sus bemoles y deficiencias, tal cual el otro fuese un espejo negro en el que no hacemos más que reconocernos de manera invertida. Aunque no es una forma novedosa, por lo mismo resulta gratificante verla bien ejecutada. En esas referencias laterales es hábil y sale muy bien parado, incluso en el hecho de casi no hacer comparecer a la protagonista en las sombras de la novela: con un par de frases, pero con los testimonios del resto se le vislumbra, aunque no lo suficiente como para comprar fácilmente que Dolores tuviese el poder de manipulación que se le confiere, sobre todo notando que cada personaje que con ella se involucró es exageradamente interesante, con mucho que decir y aun más que pensar: el hecho que Dolores se los llevase por delante no implica necesariamente su poder, sino más bien la impotencia del resto. El misterio de Dolores es justamente que este no existe. No más que en la calenturienta debilidad del resto, que pone en ella cualidades casi místicas.
El bosquejo que de los hermanos Cordero realiza la abuela que los crió ya lo adelanta. Incluso la vida de los esquivos padres de estos resulta inflada, las peripecias a veces increíbles, y las desgracias desmedidas. Todo esto en un momento histórico que podría perfectamente ser cualquier otro. Las referencias al fin de la dictadura, o al Informe Valech, son puntos de referencia innecesarios porque la acción pudo haberse desarrollado en otro lugar, no en Viña del Mar ni necesariamente en la transición chilena. Del mismo modo en que se despliega esta novela sin la presencia de un solo agente de la ley, más que como el temor al encierro de la cárcel o el manicomio.
A pesar de esta a veces forzada manera de hacer interesante cada aspecto de cada personaje, estos y sus circunstancias no resultan repelentes, básicamente por poseer muchas aristas que no son agotadas, y además porque no da el tiempo para que el lector se harte cuando ya está acabando un capítulo, avecinándose un nuevo salto temporal, y un cambio de óptica a esta historia. Punto a favor entonces, para la pulcritud de la estructura (que aunque sencilla no le quita emoción) y el manejo sucinto del relato, pues a pesar que queda la sensación de que resta algo no contado, Borel entrega el material necesario para que el lector comprenda cómo llegaron adónde están. Esta comunidad entre lo entregado por el escritor y lo utilizado por el lector es para una novela siempre ganancia, sobre todo teniendo a personajes con una aptitud tan grande para acercarse al abismo y seguir metiendo la pata incansablemente.