Recuerda que todo es mentira (2025)
Miguel Angel Devia
Editorial Euryalida
ISBN 978-8409700110
203 Páginas
Recuerda que todo es tiradera
por Daniela Diaz
En un gesto narrativo cargado de crudeza, cinismo y lucidez, Recuerda que todo es mentira emerge como una réplica literaria directa a No te ama de Camila Gutiérrez, un “beef” literario si lo decimos en clave reguetonera. Pero más que una simple tiradera sentimental, esta novela de Miguel Ángel Devia se instala en el mapa de la autoficción chilena contemporánea con una propuesta valiente, incómoda y profundamente política. Ambientada en el Santiago del 2011, en pleno estallido del movimiento estudiantil, la novela entreteje un relato íntimo y visceral que se mezcla con la historia reciente del país, los abusos laborales de la izquierda cool y los submundos del periodismo digital, revelando así un subtexto más amplio sobre poder, deseo y derrota generacional.
El protagonista es un periodista treintañero, casado, algo cínico, que se enamora —o se obsesiona— con una joven lesbiana recién llegada a su redacción. Desde esa tensión de poder nace un vínculo que desafía las categorías tradicionales del romance y la infidelidad. Pero lo interesante no es la trama en sí, sino el tono: Devia escribe desde una primera persona que se exhibe y se juzga, sin ahorrar detalles vergonzosos, con una franqueza brutal que puede resultar corrosiva, pero también liberadora. El protagonista no se victimiza ni se redime: simplemente se narra. Y en esa exposición, se siente el eco de la autoficción millennial, pero pasada por el filtro del periodismo gonzo y la política íntima de las relaciones laborales y sexuales.
La novela es también un retrato del ecosistema mediático chileno de la época: la revista alterna que se jacta de ser contracultural pero reproduce las mismas lógicas de explotación que critica, el periodismo de guerrilla en busca del próximo “golpe”, las redacciones como espacios de conquista y miseria. En ese sentido, hay una lectura paralela que se abre: más allá de la historia de deseo no correspondido, Recuerda que todo es mentira ofrece una crítica feroz al progresismo performático, a la masculinidad lastimera que se refugia en el cinismo, y a la promesa incumplida de la revolución que alguna vez fue cool.
La elección del año 2011 no es inocente. Ese fue el año de las grandes movilizaciones estudiantiles en Chile, pero en la novela los personajes adultos las miran desde el balcón, con fastidio, con escepticismo, con cigarro en mano y frases como “ya pasó de moda”. La distancia generacional, el agotamiento moral de los que alguna vez creyeron en algo, es retratada con precisión dolorosa. Al fondo, la revuelta estudiantil funciona como un telón de fondo épico que contrasta con la mezquindad, el egoísmo y el aburrimiento de quienes ya no marchan, sino que escriben sobre las marchas desde oficinas saturadas de cinismo.
El texto está salpicado de referencias pop, sexualidad explícita, rutinas laborales absurdas y momentos de ternura desfigurada. Devia construye diálogos afilados, imágenes memorables y situaciones que bordean lo grotesco. A ratos, recuerda el tono de Rafael Gumucio en Memorias prematuras o incluso de Michel Houellebecq en su versión latinoamericana. No busca caer bien. Ni siquiera busca ser justo. Busca ser verdadero. Aunque —como lo advierte desde el título— todo, absolutamente todo, pueda ser mentira.
¿Se trata de una historia real? ¿Una venganza novelada? ¿Una confesión con nombres cambiados? Poco importa. La sensación que deja la novela es la de haber asistido a una verdad emocional más allá de los hechos. Hay demasiados detalles, coincidencias, guiños a lo real como para que todo sea ficción, y al mismo tiempo, una construcción narrativa tan sofisticada y autoconsciente que convierte cualquier testimonio en arte. En tiempos de redes sociales, cancelaciones y moralismos urgentes, Recuerda que todo es mentira se atreve a escarbar en zonas que muchos prefieren mantener sepultadas.
A pesar de su potencia narrativa y su capacidad para incomodar, Recuerda que todo es mentira no está exenta de debilidades. Una de las más notorias es su extensión excesiva y el uso reiterativo de ciertas fórmulas estilísticas —como los juegos de palabras, las digresiones autorreferenciales o los guiños irónicos al lector— que, si bien refuerzan el tono confesional y cínico, en algunos pasajes se sienten redundantes y desgastan el ritmo. El narrador, atrapado en su propia verborrea, parece por momentos más interesado en mostrarse ingenioso que en avanzar la trama, lo que puede generar una sensación de estancamiento o de narcisismo autoral. Hay capítulos que podrían haberse reducido sin sacrificar intensidad ni profundidad.
Otra flaqueza está en el desequilibrio de los personajes secundarios, especialmente los femeninos, que a pesar de su centralidad en el conflicto, quedan muchas veces reducidos a figuras funcionales del deseo o el rechazo. La figura de Daniela, aunque cargada de ambigüedad y poder simbólico, termina siendo más un catalizador para el derrumbe del protagonista que un personaje con desarrollo pleno. Su sexualidad, su militancia, incluso su historia familiar, se sugieren pero no se exploran, dejando la sensación de que hay un universo rico que no se termina de aprovechar. En este punto, el libro reproduce —quizás involuntariamente— los mismos gestos de apropiación que denuncia: habla desde una voz masculina que, aunque se exhibe como frágil y culpable, sigue colonizando el relato desde su centro. Esto, sin embargo, no le quita fuerza ni expresión estética.
Esta novela no solo dialoga —con rabia, ironía y deseo— con No te ama, sino que la subvierte. La convierte en insumo, en excusa, en catalizador para contar otra versión: la del otro lado de la historia. En el fondo, ambas novelas forman una especie de díptico involuntario sobre el amor, el abuso, el poder y la literatura como campo de batalla. Y como toda buena tiradera, lo que queda no es una reconciliación, sino un fuego cruzado donde el lector, al final, termina siendo el verdadero cómplice.
