Prólogo del libro “Pequeñas delicias” de Rodrigo Muñoz Cazaux, por José Luis Flores

Un viaje a la esencia misma de lo cotidiano

por José Luis Flores

 

De cierta forma, la literatura es hacer trampa, pues nos robamos algo de la memoria y la transformamos en algo más. Un recuerdo fugaz, un gesto visto de reojo, una historia contada al calor de la sobremesa se vuelven materia prima para construir mundos que nunca existieron, pero que, al ser escritos, adquieren una verdad propia.

La memoria es imperfecta, sesgada, caprichosa. Nos da piezas sueltas y nos deja inventar lo que falta. En esa laguna de lo incierto, el escritor actúa como un falsificador de lo real, pero también como un alquimista: roba lo vivido, lo sufre, lo pule, lo transfigura, hasta que el resultado es algo distinto a su origen, pero con la impronta de lo auténtico.

Las pequeñas delicias de la vida son efímeras, sutiles, a menudo imperceptibles hasta que el tiempo les otorga su verdadero peso. Esta antología de Rodrigo Muñoz Cazaux no solo nos invita a recorrer esos instantes fugaces, sino que nos sumerge en la densidad de la memoria, en los fragmentos de una cotidianidad que, con el tamiz de la nostalgia, revelan sus aristas más dulces y crudas.

Pero no todo es recuerdo, vemos continuos destellos de vida, una escena grabada en la retina de un narrador que observa con la mirada de quien entiende que el pasado, lejos de ser una simple sucesión de eventos, es una trama de emociones, silencios y gestos que definen nuestra existencia. Desde la complicidad entre un hijo y su padre en una sala de cine hasta la soledad acompañada de una vela encendida en la penumbra de la ciudad, los cuentos de esta antología transitan los espacios del recuerdo con una maestría silenciosa, dejando que los detalles hablen por sí mismos.

El autor nos entrega personajes profundamente humanos, frágiles en sus certezas y robustos en sus emociones. La infancia, con su mezcla de asombro y desilusión, se convierte en un territorio recurrente; la paternidad y la maternidad aparecen como anclajes afectivos, a veces confusos, a veces dolorosos, pero siempre significativos. Hay en estas páginas una exploración minuciosa de la memoria, donde los objetos, los sabores y las texturas tienen tanto peso como los propios personajes.

El rol de Muñoz Cazaux como profesor se filtra de manera natural en su obra, dotándola de una sensibilidad particular hacia la infancia, la educación y las relaciones humanas en contextos difíciles. Un profesor no solo enseña conocimientos, sino que también observa, analiza y comprende los procesos emocionales y sociales de sus alumnos. Esa misma capacidad de observación se traslada a los cuentos que ahora tienes entre tus manos.

La narrativa del libro está impregnada de esa mirada atenta, de la paciencia de quien sabe que los aprendizajes más importantes no ocurren de inmediato, sino que se revelan con el tiempo.

Leer Pequeñas Delicias es embarcarse en un viaje a la esencia misma de lo cotidiano, pero sin perder la épica del estar vivos aquí y ahora.

Entregarse a estos textos es aceptar que la belleza está en los gestos inadvertidos, que la tristeza y la felicidad pueden caber en el mismo instante, y que el pasado, lejos de ser una carga, es la paleta de colores con la que pintamos nuestra identidad.

Lo grande de este libro es que es un espejo donde nos miramos y, de alguna manera, nos reconocemos. Porque en cada historia hay un eco de nuestras propias pequeñas delicias, nuestros quereres y también nuestras crueldades.

José Luis Flores, escritor, director creativo, gestor cultural.

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